El personajillo del año no es Memín Pinguín. Es un “honorable congresista” que en dos años largos ha dado de qué hablar más por los escándalos que por su gestión legislativa. Forma parte de una clase política a la que le falta eso: clase.
El personajillo del año no es Memín Pinguín. Es un “honorable congresista” que en dos años largos ha dado de qué hablar más por los escándalos que por su gestión legislativa. Forma parte de una clase política a la que le falta eso: clase.
Ejemplar de la revista Memín (Editora Cinco)
“En la civilización del espectáculo, por desgracia, la influencia que ejerce la cultura sobre la política, en vez de exigirle mantener ciertos estándares de excelencia e integridad, contribuye a deteriorarla moral y cívicamente, estimulando lo que pueda haber en ella de peor, por ejemplo, la mera mojiganga”: La civilización del espectáculo, Mario Vargas Llosa.
De nuestros bolsillos le pagamos cada mes los $48 millones de pesos que todo congresista recibe, más las primas de ley, por trabajar menos horas a la semana que el resto de colombianos asalariados.
Me encanta el Diccionario Abierto de Español porque allí la gente deja sus propias definiciones sobre ciertas palabrejas. De personajillo encontré las siguientes:
“Diminutivo que añade al personaje cierto desdén y retintín como en personajuelo, porque si fuera cariñoso diríamos personajito y si fuera un maño el que habla diría personajico. “Pues sí, en el mundo del famoseo hay algunos personajillos o personajuelos de cuidado”.
Hay políticos que podrían haberse dedicado a la actuación, y desde allí le prestarían un mejor servicio a la sociedad.
No diré que el congresista Miguel Abraham Polo Polo se parece físicamente a Memín, protagonista de una tira cómica mexicana, porque eso sería irrespetuoso, y aquí el grosero siempre ha sido él. Insolente con los actos y con sus palabras.
Por lengüilargo ha sido obligado a recular, como aquella vez que, sin pruebas, insinuó que la vicepresidenta Francia Márquez era una guerrillera del ELN, a quien luego trató de “básica, limitada y escasa”.
Le tocó tragarse sus palabras en una audiencia de conciliación ante la Corte Suprema de Justicia.
“Como político ha hecho toda una carrera basada en la exageración y el insulto”, dijo el portal Razón Pública, sin que hasta ahora, agrego yo, haya sacado una sola ley adelante, a dos años y medio de su estreno como legislador.
Mucho proyecto de ley (35) y ninguna ley en concreto. En mis tiempos se decía: Mucho tilín tilín y nada de paletas. O mucho ruido y pocas nueces, que es la frase que resume a esta sociedad del espectáculo. Un ejercicio simple: Googlee las palabras Miguel Polo Polo y verá las noticias asociadas con él.
Según Infobae, uno de sus profesores lo definió así: “Un alumno muy polémico y todo eso, porque siempre tiraba hacia la extrema derecha y las cosas no son por ahí, a todo el mundo hay que darle la oportunidad de gobernar un poquito”, dijo el docente. Por todos es conocido sus amoríos ideológicos con el Centro Democrático.
Polémico y provocador, ha sido señalado por injuriar y calumniar. Mientras escribo esta columna, El Espectador publica la siguiente noticia: “A juicio Miguel Polo Polo por presunta injuria en contra de Gustavo Bolívar”. Y añade el periódico: “El congresista, a través de sus redes sociales, señaló a Gustavo Bolívar como responsable de un par de suicidios, además, lo acusó de financiar a la llamada ‘primera línea’, un grupo que, según Polo Polo, cometió delitos durante el paro nacional de 2021”.
Meses atrás se robó otro encabezado por lo mismo: “La Corte Suprema abrió investigación contra Miguel Polo Polo por injuria y calumnia”, esta vez en la persona del director de la Agencia Nacional de Tierras (ANT), Juan Felipe Harman Ortiz.
Es decir, hoy su vida transcurre entre los juzgados y el Congreso de la República. La prensa, con su poder crítico, aparte de registrar sus puestas en escena, podría también hacer seguimiento a su gestión legislativa, pues no es poco el sueldo mensual que asumimos los contribuyentes; dinero que difícilmente ganó siendo “mesero en un restaurante, vendedor de planes de telefonía para UNE (Tigo), como vendedor de zapatos para la marca Puma y como empleado en Homecenter”, a juzgar por el perfil que presenta el sitio web de la Cámara de Representantes. Lo que ciertamente es admirable por lo lejos que ha llegado.
El nombre de este cartagenero que nació en año bisiesto (febrero 28 de 1996) no brilla en los medios por los sendos debates en el Capitolio Nacional. Desluce por su arrogancia, sus malas maneras y sus salidas en falso. ¿Exagero si digo que es la versión actualizada de Carlos Moreno De Caro, aquel que a punta de numeritos buscaba llamar la atención?
Vendría siendo un buen exponente de eso que Mario Vargas Llosa define como “La civilización del espectáculo”.
“La política ha ido reemplazando cada vez más las ideas y los ideales, el debate intelectual y los programas, por la mera publicidad y las apariencias. Consecuentemente, la popularidad y el éxito se conquistan no tanto por la inteligencia y la probidad como por la demagogia y el talento histriónico”. La civilización del espectáculo, Mario Vargas Llosa.
Y él es todo un actor. Vimos uno de sus shows cuando se discutía la reforma laboral que presentó el gobierno de Gustavo Petro. El joven Polo Polo (28 años) celebraba como si estuviera en el estadio viendo la final de fútbol. Retrato de una clase política decadente que cree que el Capitolio Nacional es la escuela donde se va a payasear, y no el recinto sagrado, en otros tiempos, de los grandes oradores de este país.
La lista es larga y faltan: Simón Bolívar, Antonio Nariño, José María Obando, Tomás Cipriano de Mosquera, Rafael Núñez, José María Vargas Vila, Rafael Uribe Uribe, Rafael Reyes, José Vicente Concha, Guillermo Valencia, María Cano, Enrique Olaya Herrera, Alfonso López, Laureano Gómez, Gabriel Turbay, Eduardo Santos, Gilberto Vieira, Darío Echandía, Jorge Eliécer Gaitán…
A Polo Polo, Wikipedia lo cataloga en el ítem de celebridades, aunque nos gustaría más que fuera un “cerebridad”, y no alguien que usa sus quince minutos de fama para ofender. Personas como él no son modelos a seguir para una sociedad necesitada de mejores referentes.
Nos acostumbramos a ver su nombre envuelto en el escándalo. —¿Y ahora qué insensatez dijo?, se pregunta la gente en las redes sociales, aunque la verdad sea dicha, los términos son menos benévolos. Como si hablaran del Memín de la ficción y no de él.
Un paréntesis: Memín Pinguín es un personaje del cómic mexicano, creado en 1943, que marcó a los de la generación del 80 hacia atrás, y no pocas veces se le acusó a la historieta de racista. En Colombia se empezó a publicar en 1983 por parte de Editora Cinco. Memín es el diminutivo de Memo (Guillermo) y Pinguín en México significa travieso.
“Se le representa como un mediocre estudiante de tercero de primaria, cuyo carácter se basa en la idea de la ingenuidad (…) Las historias de la historieta sugieren que su personaje es una constante causa de conflictividad en donde se mezcla la participación de sus amigos blancos, quienes demuestran un constante desprecio a su presencia”, resume Wikipedia.
Refiriéndose a su creadora, Yolanda Vargas Dulché, en 2022 el diario El Sol de México publicó lo siguiente: “… para la argumentista, Memín debía ser “feo, torpe, ignorante, chapucero, pobre y negro”; pero en compensación también es “tierno, alegre, simpático, tenaz, solidario con sus amigos”. Además tiene un amor incondicional por Eufrosina, su madre lavandera”.
Hablando de madres, me indigné como miles de colombianos cuando vi el video donde Miguel Polo Polo tira a la basura las botas con que las madres de Soacha, desde el arte, rendían homenaje a sus hijos asesinados, víctimas de los mal llamados falsos positivos, que no son otra cosa que los crímenes de Estado contra muchachos inocentes, cometidos durante los ochos que gobernó Álvaro Uribe Vélez, y a lo cual me referí el año pasado en este blog: 6402: El número de la Bestia.
Como lo dijo el cronista Julián Ríos Monroy en este periódico, sus expresiones de odio y estigmatización “contra las víctimas de los falsos positivos reabrieron el debate sobre el negacionismo de los asesinatos de civiles probados por la justicia y reconocidos por más de 100 militares”. Un juez puso en su sitio al representante a la Cámara, obligándolo a pedir perdón por “grave falta de respeto y vulneración a las víctimas”. Él, retando a la justicia, dijo que no lo hará.
Quieren reescribir la historia a su acomodo, al estilo de lo que denuncia el escritor inglés George Orwell en su novela “1984”, que así lo plantea en este artículo el periodista Iván Gallo de la Fundación Paz y Reconciliación (Pares).
Esa es apenas una de nuestras tragedias, país: negar la verdad sobre los horrores y la sangre derramada, burlarse, como lo hizo él en este episodio, del dolor que supura al recordar a aquellos hombres a los que vistieron de camuflados y botas al revés para hacerlos pasar por guerrilleros. La suya fue sin duda una actitud infame.
Cuando uno ve a personas como Polo Polo negando lo innegable, le dan ganas de decirle lo que le decía a uno la abuelita a los 14 años. “Si no tiene oficio; póngase a leer”. A leer Historia. Un congresista está investido de cierta autoridad y en consecuencia debe procurar no ser inferior a la dignidad que le confiere y obliga el cargo.
No es suficiente con exigirle que pida perdón. Hay que ponerlo a él y a todos los negacionistas a hacer una plana donde repitan cien veces que “los falsos positivos son crímenes de Estado”, hasta que se convenzan de que el sol no se tapa con un dedo. Y, de paso, otra plana en la que reconozca que en Colombia también ha habido “una deuda histórica con los negros”, algo que él niega, pese a ocupar paradójicamente la Curul de la Circunscripción Especial por Comunidades Afrocolombianas, “con el respaldo del Consejo Comunitario Fernando Ríos Hidalgo, siendo la lista más votada con 40.053 votos”.
“El nivel intelectual, profesional y sin duda también moral de la clase política ha decaído”. La civilización del espectáculo, Mario Vargas Llosa.
No sé cómo llegó Polo Polo a juntarse con la elite política de este país, el uribismo específicamente, pero hay quienes dicen que su mérito consistió en saber usar las redes sociales para hacerse notar. “Cómo se creció el polémico Polo Polo, un vendedor ambulante que lo hizo famoso odiar a Petro en Twitter”, escribió Las 2 orillas. Lo cierto es que bastante daño le hace a la propia Derecha con su comportamiento, una mezcla de torpeza adrede y falta de argumentos.
Si el Congreso de la República es ese país chiquito que nos representa a los colombianos, quiero decir que Miguel Abraham Polo Polo no me representa en lo más mínimo. Ya es hora de que los jueces le pongan un polo a tierra a sus infortunadas actuaciones, a ver si un día lo elevamos de la categoría de personajillo a la de personaje.
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