Homenaje de los grandes diarios del mundo, entre ellos El Espectador, a Mario Vargas Llosa (1936-2025). Foto: Cátedra Vargas Llosa, en la red social X.

No siento ni jamás sentí desprecio por Mario Vargas Llosa (MVLL); sus ensayos literarios son verdaderas obras de arte, que leo y releo con la misma fascinación de la primera vez. Simplemente digo que es defendible en lo literario e indefendible en lo político, lo que significa que fue odiado y amado por partes iguales. La admiración recíproca que en Colombia sentían por él personajes como Iván Duque y Álvaro Uribe, explica lo que quiero decir.

Pero si la prima y ex esposa le perdonó sus escarceos amorosos -ya llegaremos allá-, ¿por qué no vamos a perdonarle nosotros sus yerros políticos?

Como no hay muerto malo, por estos días se dicen cosas maravillosas, y por lo demás bien merecidas por su pluma prodigiosa, sobre el célebre y celebrado escritor peruano, que dejó el mundo con 89 marzos cumplidos y de quien siempre he sospechado que rivalizó en secreto con ese otro gigante de las letras que fue Gabriel García Márquez.

Me aventuro a creer que, en lo más íntimo de su ser, MVLL sabía que Gabo era, de muchas maneras, un genio superior, aquel que se robaba el show, y la manera de no ocultar esa ¿quizás envidia? encontró su oportunidad al propinarle el golpe en la cara que acabó con la amistad de los dos escritores, aquel 12 de febrero de 1976: Gabo tenía 48 años y Vargas Llosa 39.

Hablando de otro momento, en el libro Vargas Llosa, el vicio de escribir encontré la siguiente anécdota: “En esa misma reunión noté que MVLL hablaba poco. Miraba con cierta distancia a García Márquez y llegué a una conclusión quizás prejuiciosa para entonces: al novelista peruano no le gustaban muchas de ´las salidas´, más o menos fáciles, que el colombiano demostraba en público”, explica el escritor J.J. Armas Mercelo, autor de la obra.

Y continúa:

“Ahora me voy al cine”, dijo García Márquez al despedirse. “¿Vestido así?”, le pregunté un poco provocativamente. “Claro”, me dijo, “es para asustar a los burgueses. Y MVLL volvió a mirarlo con desdén. Entonces reparé en que, además, García Márquez llevaba los calcetines de distinto color, como que no prestaba atención alguna a su indumentaria exterior.  (…) Aquella vez había conocido a uno de los mejores novelistas del mundo en la casa barcelonesa de MVLL”.

Vargas Llosa llegó a detestar tanto a Gabo que dio órdenes para no reeditar García Márquez: Historia de un deicidio, que fue la tesis con que obtuvo en 1971 el título de Doctor en Filosofía y Letras.

“Solo pude publicar una primera edición de 20.000 ejemplares y ahí acabó todo”, le confesó Carlos Barral a J.J. Armas. Pero, para fortuna de nosotros los lectores, Vargas Llosa cambió de parecer en el 2021 y pudimos leer la nueva edición de Editorial Alfaguara.

La superioridad del escritor colombiano quedó magníficamente retratada en el ensayo Historia de un deicidio (Alfaguara, 664 páginas), escrito por Vargas Llosa para alabar esa novela total que es Cien años de soledad, y por la cual a García Márquez se le consideró “el Quijote de América Latina”.

“Para mayor grandiosidad si cabe, la novela es también el eje de la literatura de América Latina del siglo XX, la única novela que ocupa indiscutiblemente un lugar en la historia y en el canon mundial”, a juzgar por las palabras de su biógrafo, Gerald Martin (Una vida, página 378)

No obstante, en 2017, tres años después de muerto Gabo, Vargas Llosa hizo una declaración tremendamente odiosa sobre aquel. Dijo que era más artista que intelectual.

“Cuando uno hablaba con García Márquez, él era enormemente divertido, contaba anécdotas siempre, fascinantes porque además las contaba maravillosamente bien. Pero García Márquez no era un intelectual. García Márquez funciona mucho más como un artista, como un poeta, que como un intelectual; es decir, alguien que reelabora conceptualmente aquello que hace y está en condiciones de explicarlo. Él no estaba en condiciones de explicar intelectualmente el enorme talento que tenía a la hora de ponerse a escribir, lo cual quiere decir que a la hora de ponerse a escribir funciona fundamentalmente a base de intuiciones, de instintos, de pálpitos…”.

Sobre esas palabras, hay tela para cortar. Baste leer la biografía de Martin para comprender lo equivocado que estaba MVLL. Al recorrer la vida de Gabo queda claro que el colombiano fue un intelectual de tiempo completo y por eso mismo gozó de la admiración de los hombres poderosos de su tiempo (Bill Clinton, Felipe González, Fidel Castro, Francois Miterrand, Carlos Salinas de Gortari o Belisario Betancur, por citar algunos), y claro, también se ganó la antipatía de quienes no comulgaron con sus posturas progresistas. El propio Vargas Llosa, que con el tiempo se matriculó en la Derecha después de su militancia izquierdista, lo llamó ´lacayo de Fidel Castro´ y ´oportunista político´”, según Gerald Martin (Una vida, página 515).

“Era éste –dice Martin, refiriéndose a Gabo- un escritor que se serviría de su celebridad literaria para convertirse en una gran figura pública, y a una escala que ninguno de sus predecesores –salvo, tal vez, (Víctor) Hugo, Dickens, Twain o Hemingway- había alcanzado a imaginar siquiera”.

Más adelante, el biógrafo declara que “la experiencia hizo de él un animal literario y político aún más resistente y lo curtió para afrontar casi cualquiera de los muchos desafíos que su talento y su fama le pudieran deparar en el futuro”.

Mario Vargas Llosa recibió el Premio Nobel de Literatura en 2010, a la edad de 74 años, veintiocho años después de haberlo recibido García Márquez (1982), a la edad de 55 años. Tampoco en aquel entonces el escritor peruano ocultó su rabia contra Gabo: “Me parece un premio político (…) Jorge Luis Borges lo merecía mucho más” (El vicio de escribir, página 127). Lo divertido del cuento es que ese mismo año un molesto Borges se refirió a Vargas Llosa como “el peruano de la inmobiliaria”, por comentarios impertinentes que hizo sobre su modesto apartamento de Buenos Aires, durante una entrevista que Borges le concedió.   

El peso intelectual de Gabo quedó retratado en dos de sus discursos: “La soledad de América Latina” que pronunció al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1982 y luego, en 1986, como el hombre de paz que fue, cuando pronunció en México “El cataclismo de Damocles”, para advertir sus temores ante un inminente holocausto nuclear.

El político Mario Vargas Llosa

El escritor peruano no tuvo problema en mostrarle al mundo sus dos caras, la del escritor consagrado y disciplinado, además de extraordinario ensayista literario, y la del político con ansías de poder, tanto que creyó que podía ser presidente de Perú.

Aunque perdió contra Alberto Fujimori en las elecciones de 1990, con el tiempo Vargas Llosa terminó apoyando a tres personajes (dos presidentes y una candidata presidencial), con malas notas en conducta: Alejandro Toledo (condenado en 2024 a más de 20 años de prisión por colusión y lavado de activos);  Ollanta Humala (quien acaba de ser condenado a quince años de prisión, lo mismo que su esposa, por lavado de activos y dinero ilícitos en sus campañas), y Keiko Fujimori, la hija de su otrora rival, Alberto Fujimori, condenado a 25 años de prisión por crímenes de lesa humanidad, aunque salió libre en 2023, gracias a un indulto humanitario, sin haber cumplido ni siquiera la mitad de la pena.

En 2009, Vargas Llosa dijo lo siguiente en un programa de televisión: “Me niego a creer que mis compatriotas van a ser tan insensatos de ponernos en la disyuntiva de elegir entre el sida y el cáncer terminal, que es lo que serían (Ollanta) Humala y Keiko Fujimori”. Al final, entre dos males terminaba escogiendo lo que muchos llaman “el mal menor”, como si el voto en blanco no fuera una opción legítima para mostrar inconformismo en vez de meter las manos al fuego por criaturas políticas que terminan siendo un completo fiasco.

Al respecto, tengo fresca en mi memoria, por polémica, una columna de Vargas Llosa en El País, titulada “Votar bien y votar mal”.

Dijo el escritor: “Aquí sí tiene sentido hablar de votar bien o mal, me parece: no tiene que ver con los candidatos sino con los votantes; porque son estos últimos los que legitiman unas elecciones o las convierten en un circo. (…) Los países que no están convencidos de la razón de ser democrática de su sociedad suelen votar mal. Sólo los que están convencidos y a favor de la democracia votan bien”.

Es decir, para Vargas Llosa la culpa de todas nuestras desgracias la tenemos los electores, no los políticos, y, según él, votar bien equivale a votar por candidatos de la Derecha (como aquellos a los que él apoyó y que terminaron siendo un lastre para su país), y votar mal equivalía a votar por candidatos de la Izquierda.

Es claro que él fue el mejor ejemplo de aquellos que votan mal. Con su sesgado discurso dialéctico, se entrometió en la política latinoamericana, mostrando sus afectos por personajes controvertidos como Javier Milei o Jair Bolsonaro, y también metió varias veces la cucharada en la política colombiana, siendo cercano “a figuras del uribismo, especialmente a Iván Duque y Álvaro Uribe”, según esta nota de El Espectador, que nos recuerda, además, que el escritor llamó tontos a quienes votaron por Gustavo Petro, porque “han elegido la pobreza”.

En la columna, titulada Una vergüenza de Vargas Llosa, en 2021 el gran Antonio Caballero le da una espléndida clase de historia de Colombia en respuesta a una columna llena de imprecisiones: “En ese artículo, que revela un abismal desconocimiento de la historia reciente de Colombia, dice Vargas Llosa (…) que el gobierno de Iván Duque es el mejor que ha tenido Colombia y el mejor de América Latina, como lo fueron también los de su jefe Álvaro Uribe”.

Por su activismo político, no siempre tomé en serio a MVLL en su papel de intelectual; creo más bien que fue un escritor enorme que tenía opiniones políticas como cualquier persona, posturas que nacían de su posición de hombre aburguesado que desde una Derecha de línea dura, más que liberal, defendió privilegios de clase a través de su vida pública.

En otra columna (noviembre de 2023), refiriéndose al conflicto Palestina-Israel hizo una declaración que me pareció insensible: “Mientras no haya armas atómicas de por medio, la situación es ‘sostenible’, aunque haya miles de muertos y heridos en las regiones palestinas. En el momento en que aparezcan las poderosas armas hay que pedir solución a los dioses si no queremos que todo estalle en pedazos”. Con esa frase mezquina pareció justificar los crímenes cometidos por Israel, en cabeza de Benjamín Netanyahu. Los más de 60 mil muertos del conflicto Israel-Gaza no merecieron su repudio. Es decir, los palestinos eran criaturas importantes solo si nos salvábamos todos los demás de un posible acabose nuclear.

García Márquez fue la antítesis, y sus frases por lo general carecían de adornos innecesarios. Cuando Plinio Apuleyo le preguntó: “—¿Qué tipo de gobierno desearías para tu país?”, él respondió con total sencillez: “—Cualquier gobierno que haga felices a los pobres. ¡Imagínate!”  (El olor de la guayaba).

Si bien García Márquez fue cercano al poder y a las élites, siempre noté en él una preocupación genuina por los eslabones más débiles de la sociedad. De hecho, en 1993 Gabo conformó con otros nueve intelectuales y científicos colombianos, la llamada Misión de Sabios, creada bajo el gobierno de César Gaviria para repensar al país desde la Ciencia, la Educación y el Desarrollo.

En el informe de más de 150 páginas, el autor de Cien años de soledad escribió lo siguiente: “Creemos que las condiciones están dadas como nunca para el cambio social, y que la educación será su órgano maestro. Una educación desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma. Que aproveche al máximo nuestra creatividad inagotable y conciba una ética -y tal vez una estética- para nuestro afán desaforado y legítimo de superación personal. Que integre las ciencias y las artes a la canasta familiar, de acuerdo con los designios de un gran poeta de nuestro tiempo que pidió no seguir amándolas por separado como a dos hermanas enemigas. Que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia, y nos abra al fin la segunda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe desgraciada del coronel Aureliano Buendía”.

Entonces, como librepensador, Gabo sí fue ese intelectual preocupado por su país y por los grandes temas de su tiempo, pero sin traicionar su alma de escritor y sin creerse el cuento de que podía ser presidente de Colombia, a pesar de que sus amigos lo tentaron varias veces. En lugar de la política, se dejó seducir, otra vez, por el periodismo y, desde la Fundación que lleva su nombre sedujo a otros para que siguieran el mismo camino: el del poder transformador de contar historias.

Un intelectual no deja de serlo por sus posturas políticas, pero su fanatismo puede enceguecerlo políticamente, y eso le pasó a Vargas Llosa. Creo, sinceramente, que a él le interesaban más el poder y las élites a las que defendió, que los problemas de la gente común y corriente. El escritor español Javier Cercas lo resumió así en esta columna de alabanzas: “…no hay duda de que, sobre todo en sus últimos años, el Vargas Llosa público —el Vargas Llosa político— oscureció al Vargas Llosa creador, como a su modo le ocurrió a Víctor Hugo”.

Por mi parte, he llegado a pensar que si alguna consideración hubiese tenido por sus lectores, por ejemplo, les habría permitido darle el último adiós, pero no fue así: Tras su muerte, no hubo “ninguna ceremonia pública por expreso deseo del escritor”, como contó El Espectador. Lo que, por supuesto, es respetable, ni más faltaba. Pero ¿Dónde queda eso de que los escritores se deben a sus lectores? Ese desdén por ellos puede tener su explicación en una frase cortante, quizás petulante, de su última entrevista: “¿Qué ocurrirá con mi obra después de muerto? No lo sé, no estoy en esas”.

Sus zonas oscuras las retrató una paisana suya, la comunicadora política Laura Arroyo en este segmento del programa El Tablero, de Canal Red. “Mario Vargas Llosa fue el creador de maravillosas historias o el relator de algunas muy necesarias, como en ‘La fiesta del Chivo’, pero fue también un representante del clasismo más perverso”, dijo.

A diferencia de las actitudes de Vargas Llosa hacia él, García Márquez fue siempre muy respetuoso con aquel y sus posiciones políticas. “En América Latina –dijo nuestro Nobel- es inevitable que una persona que tenga una cierta audiencia pública termine metido en política. (…) Aun con tantas diferencias ideológicas, no hay sino que desearle, si sale elegido, que le vaya bien en la presidencia, por el bien de Perú”. (Una vida, Gerald Martin).

Más severo ha sido su paisano, el periodista Jaime Bayly, quien tras el fallecimiento del escritor, dijo lo siguiente en este episodio de su podcast: “… es indudable que los genios son humanos y que tienen una dimensión vulnerable, privada, imperfecta (…) y creo que los dos o tres errores capitales de su vida fueron dictados por la vanidad, por la soberbia, por la arrogancia”.

Por errores se refiere a la candidatura presidencial de Vargas Llosa, a su romance con Isabel Preysler, la ex de Julio Iglesias, y a la enemistad con Gabo, a partir de la trompada en un teatro de Ciudad de México. “Primer error capital: darle ese puñetazo a García Márquez. Nunca debió pegárselo. Fue un exabrupto, fue un arrebato machista, fue un momento de bajos instintos darle un puñetazo a un amigo entrañable. Vargas Llosa no actuó en ese momento como un genio, actuó como un matón”.

Acerca de los motivos del “ojo colombino” y la nariz rota de Gabo, todo lo que hay, medio siglo después, son especulaciones. Vargas Llosa siempre evadió el tema. La última vez que le preguntaron a qué se debió el golpe, respondió: “Mujeres”. Según el biógrafo de Gabo: “Nada más que García Márquez y Patricia Llosa saben lo que ocurrió” (Una vida, página 436).

Sin embargo, el escritor J.J. Armas dice en El vicio de escribir, que la propia Patricia le hizo una confesión tiempo después: “Felizmente, yo no estaba en esa pelea”. Valga decir que Jaime Bayly escribió una novela, Los genios, para contar su versión de los hechos, y en este capítulo de su podcast resume lo que, según él, pasó en realidad: “Vargas Llosa creyó que García Márquez se había querido acostar con Patricia”, aprovechando que ellos estaban separados.

Muertos los examigos, el secreto quedó, como ellos, reducido a cenizas. Si la ex esposa de Vargas Llosa, -quien soportó con estoicismo sus infidelidades-, sabe algo sobre aquel episodio, nos queda la esperanza de que un día cuente la verdad antes de morir.

Como genios y hombres geniales que fueron, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa tuvieron mucho en común; para empezar, nacieron en marzo y murieron en abril. Ambos escogieron una Semana Santa para despedirse de este mundo. Así que a esta hora podemos imaginarlos en el Olimpo de los escritores, riéndose de nosotros, mientras se reconcilian, a lo mejor en una eterna mamadera de gallo.  

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