Imagen tomada de la emisión de Noticias Caracol.

El mismo tiempo que lleva Gustavo Petro gobernando, 30 meses, es el tiempo que la Derecha se ha dedicado a criticar y demonizar, con argumentos o sin ellos.

Si Petro viaja al exterior, el Centro Democrático sale a proponer que toca ponerle límites a los viajes de los presidentes. Si estalla un nuevo escándalo, le tienden pancartas por todo el país exigiendo un juicio político ya al presidente.  Si Petro se roba el show por televisión, la oposición pide cámaras para contradecirlo. María Fernanda Cabal dijo que “este gobierno es un sancocho de corrupción”, como si escupiera para arriba.

Para completar la dicha (es decir, la desdicha), no hay en el horizonte una figura relevante que saque la cara por la Derecha. Por un lado tienen a una Vicky Dávila inexperta en la cosa pública, que no es de su seno, y del otro lado está Álvaro Uribe con la imagen golpeada por tanto enredo judicial. Es difícil cuantificar si su apoyo será un acto bienhechor o más bien un lastre a lamentar. En la mitad está Germán Vargas Lleras decidiendo si se lanza a su tercera derrota. (Perdió en 2010 y 2018).

Con Uribe en el banquillo de los acusados, por fraude procesal y manipulación de testigos, la Derecha colombiana queda en el peor de los mundos y sin saber qué camino coger de cara a las elecciones del 2026. La gente observa y se hace preguntas. Cada nuevo capítulo de esta telenovela empeora su genio y figura, mostrándolo como una persona débil, disminuida. Curiosamente, Uribe será la mejor carta que tendrán el Centro y la Izquierda para hacer campaña. Todo depende de si son capaces de descubrir el as bajo la manga. 

A medida que su proceso con la ley avanza a paso de tortuga —gracias a unos rábulas expertos en el arte de dilatar—, de igual manera su imagen se sigue deteriorando en el tiempo, pues la exposición mediática negativa, lejos de sumarle, le resta.

El expresidente salió de los juzgados on line de Paloquemao derechito a la plaza pública –a una panadería de Medellín, quiero decir- para anunciar que “Vamos por el estallido democrático para el 2026”, mientras pedía veinte cafés con leche para acompañar veinte almojabanitas. Las vi por las redes sociales y eran chiquitas, en minúscula como le gusta a él, que está a punto de venderle las tierritas del Ubérrimo al Estado. La de esa cafetería paisa es la fotografía de lo mucho que ha menguado la popularidad de Uribe. Hoy hacen más bulto sus escoltas, por decirlo jocosamente.

Al margen de cuál sea el veredicto final, su legado, si lo hubo, ya quedó con mácula, “envenenado por la perfidia de la política”, como dijera Stefan Zweig de Octaviano, el primer emperador romano. Uribe pasa a la historia como el primer expresidente en ir a un juicio penal en Colombia, una verdad tan absoluta como que Gustavo Petro figurará en el mismo libro como el primer exguerrillero en gobernar a los colombianos. Sin las calenturas del presente, a las generaciones del futuro les corresponderá sopesar y confrontar el pasado de estas dos figuras políticas.

Hay quienes claman para que Álvaro Uribe se vista de vicepresidente en el tarjetón, fruto de la desesperación temprana.  

No defiendo a Gustavo Petro —no se mete las manos al fuego por ningún político—, pero sí defiendo un proyecto en el que creo desde joven. Pienso en los miles de colombianos que murieron en una espera que tardó dos largos siglos.

No creo que le haya quedado grande ni el país ni el Cambio que prometió. Se enfrentó a unas prácticas insanas y terminó envuelto en ellas; costumbres difíciles de erradicar, porque se aferran al subsuelo burocrático, como raíces de árboles arcaicos. En cuatro años, la tierra no se removerá por osmosis, así que quienes se autodenominan Progresistas deben resistir, aguantar los chaparrones —los presentes y los futuros— hasta lograr que el sueño transformador cuaje; esto es, pasar de la utopía a la acción.  

Si el Cambio prometido sigue en deuda, no es menos cierto que hoy la Derecha está desubicada. Tan sin norte, que hay quienes claman para que Álvaro Uribe se vista de vicepresidente en el tarjetón, una propuesta sin asidero jurídico, fruto de la desesperación temprana.  

Sin brújula, —malaya sea, no han inventado un Google Maps para políticos— todavía es temprano para saber cómo les afectará a los candidatos de la Derecha el desenlace del caso Uribe. Por supuesto, se lo deben estar preguntando, entre ellos, no a él.  

Sin discurso ni propuestas, la Derecha se ve obligada a contarle los pasos a Gustavo Petro. Tiene como único libreto hablar mal del presidente. No hacen más que sumarle quejas a su Memorial de Agravios. Pero lo hacen de forma separada, porque ahora que empezó la feria de encuestas, cada quien marca territorio, sin fiarse del vecino y copartidario.

Total: Como opinión pública, la idea que tenemos de la Derecha (sumando cada declaración aislada e improvisada), es la de la golondrina solitaria queriendo atraer el verano electoral. Pero bueno, en política también se valen los palos de ciego, mientras encuentran el mazo para romper la pared de este callejón sin salida.

Cuando la Derecha se una —es lo que pasará cuando los candidatos sin chance queden en la lona—, será interesante ver a este Goliat ya conocido otra vez enfrentado a David ya no tan chiquito, pues tiene el arma más importante: la piedra en la mano… el poder ¿para qué?  

Pero David ya no es solamente Gustavo Petro. David es un Progresismo que, por si no se dieron cuenta, mostró los dientes en el primer consejo público de ministros. De golpe podría dar la sorpresa. ¡Por fortuna, no son los horribles años 80s-90s, para hacer política!

Sin saber para dónde agarrar, el único camino que tiene la Derecha es el mismo del resto de nosotros: seguir los acontecimientos a través de los medios para luego, emberracados, vociferar. Al cabo de dos años, ese ha sido el círculo vicioso, el disco rayado, el No me toquen ese vals porque me matan.

El país está a la expectativa de si, algún día, el mandatario echará de la Casa de Nariño a Armando Benedetti. Me pregunto si la Derecha –a la que él representa dentro del gobierno- también lo quiere de patitas en la calle. Si tiene tantos secretos como se especula, lo mejor es hacerse pasito. Por el país del Sagrado Corazón, no revolotean las mansas palomas de la política, porque no las hay.

¿En qué cambiaría el ajedrez político si el presidente se deshace de Benedetti?  

Para la pregunta del millón, todo lo que se me ocurre es una teoría que podría resumir este momento tan confuso de nuestra historia: El problema de la Izquierda que nos gobierna hoy, es la Derecha que gobierna a la sombra del señor presidente de la República.

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