A través de una minuciosa investigación, la profesora Luz Alexandra Garzón reconstruyó la historia de la locura durante la primera mitad del siglo XX en Bogotá. Con sus hallazgos hizo un relato desgarrador: “Las mujeres de Ningunaparte”.
A través de una minuciosa investigación, la profesora Luz Alexandra Garzón reconstruyó la historia de la locura durante la primera mitad del siglo XX en Bogotá. Con sus hallazgos hizo un relato desgarrador: “Las mujeres de Ningunaparte”.
“El manicomio es un lugar sin tiempo”: Luz Alexandra Garzón, investigadora colombiana.
El alma se encoge: mientras más pequeña se vuelve, más grande es la impotencia que uno siente. Estamos en Ningunaparte, el lugar donde viven, conviven y malviven mujeres a quienes les han diagnosticado algún tipo de locura. La vieja casona, que fue la finca de recreo de un español durante la independencia y luego Hospital Militar, está ubicada en la calle 5 No 12A-25, en el centro de Bogotá. Con el tiempo se convirtió en Hospital Psiquiátrico, a cargo de la Beneficencia de Cundinamarca.
Este mundo pertenece al pasado pero la profesora Luz Alexandra Garzón lo desenterró al hurgar con paciencia en los archivos psiquiátricos de la Junta General de Beneficencia. “Estas voces han sido desplazadas de la historia desde su condición de mujeres, locas, analfabetas y pobres”, me cuenta ella.
Lo que se vivió de puertas para adentro está descrito con crudeza y a la vez con empatía en el libro “Las mujeres de Ningunaparte: voces del Asilo de Locas de Bogotá, 1930-1950”, una coedición de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia y la Universidad del Rosario.
Se trata de un relato intimista, escrito en primera persona, que nos conecta como lectores con el dolor, el sufrimiento, las alegrías y los vínculos que se dieron al interior de dicho asilo. “Mujeres incomprendidas, dominadas, relegadas y olvidadas de por vida en estas instituciones”, señala la autora.
“… surgen diferentes maneras de nombrarlas: ´las enfermas´, ´las enajenadas´, ´enferma con trastorno mental´, ´las reclusas´, ´las locas´”.
La idea de escribir el libro le surgió mientras revisaba archivos judiciales del siglo XIX, donde a algunas mujeres se les declaró locas, además de infanticidas. “Cuando realicé la inmersión en cada folio, -señala la investigadora- advertí la presencia de las mujeres, particularmente pobres, analfabetas, dedicadas a oficios domésticos, que vivieron sus embarazos y partos solas; acusadas luego de infanticidio, fueron arropadas por la vergüenza y la culpa”.
Las pacientes llegaban a este lugar especialmente de Cundinamarca, el Viejo Caldas, Tolima y Valle, “regiones donde la violencia se vivía con mayor intensidad”. Rechazadas por sus familias, muchas fueron abandonadas a su suerte en las calles, recogidas por la policía y llevadas a Ningunaparte. Las que provenían de muy lejos, eran traídas “en camiones de carga o en los carros de transportar bestias en los ferrocarriles (…) o si no amarradas sobre un caballo o a píe, sufriendo atroces maltratos, consecuencia del terror que inspiran a nuestras gentes los seres privados de la razón”.
A modo de contexto histórico, la profesora cuenta en su obra que “las mujeres han sido vinculadas con las emociones, ´la irracionalidad, lo subjetivo y lo caótico´, mientras que los hombres con el mundo racional”. La obra explica que esta concepción “tiene sus orígenes en la filosofía ilustrada, particularmente en los trabajos de J.J. Rousseau, para quien las mujeres no eran sujetos de razón y, por tanto, debían ser objeto de la sujeción de la razón masculina”. De hecho, en un tiempo se las catalogó como brujas: “… por medio de la tortura de sus cuerpos, eran obligadas a confesar su propio locura para, finalmente, ser quemadas o ahogadas según lo establecía la ley”.
“—La vida en este asilo es ¡durísima! Espantosa. Estas mujeres no tienen ninguna privacidad (…) vestidas todas iguales, descalzas (…) tan sin identidad. Escuchen, no las llaman por su nombre, les dicen ´córranse para allá´, ´pasen para acá´”.
Imagen tomada del libro “Las mujeres de Ningunaparte”.
De la mano de la autora, recorremos el lugar y percibimos la angustia que debieron experimentar las residentes. Sentadas en bancos de piedra o acurrucadas, visten batas grises largas. Conversan, ríen, caminan, deambulan descalzas por el lugar. El suelo les sirve también de comedor. Las que no cuentan con cama, duermen sobre el suelo frío. Ahí están, entre otras, Antonia, Mariana, Ana, Ovelia, Micaela, Cecilia, Soledad, Purificación, Josefina y Efigenia.
Engañadas u obligadas por sus parientes a firmar documentos, algunas fueron despojadas de sus bienes.
Una mujer grita desesperada, atormentada por los piojos, mientras las demás, se encogen en sus puestos, cubriéndose los oídos. Otra mujer corre desnuda queriendo besar a tres de sus compañeras. Las religiosas y enfermeras que las cuidan “dirigen sus ojos al cielo, como buscando fuerzas para continuar”.
El Asilo de Locas de Bogotá “marca los inicios de la psiquiatría en el país”.
De acuerdo con la investigadora, a partir de 1940 los médicos aplicaron cuatro tratamientos (insulina, cardiazol, electrochoque y lobotomía), considerados efectivos para el manejo de enfermedades mentales como la esquizofrenia.
La primera y la última lobotomía, un procedimiento quirúrgico para el control de la agresividad, fueron practicadas en el Asilo de Locas de Bogotá, entre los años 40 y 50 del siglo XX.
“ —Para la operación vamos a utilizar la técnica de Freeman-Watts: procedemos a realizar un orificio de trepanación a cada lado de la cabeza e introducimos el leucotomo para cortar la sustancia blanca (…) El resultado del procedimiento fue nulo”.
“Otros tratamientos para las mujeres histéricas era el casamiento para el control de los llamados ´deseos genésicos´, la masturbación, y en casos extremos, la amputación de los ovarios. También se aplicaban lavativas con láudano, sanguijuelas en la entrepierna y baños de agua fría”.
A través de sus 344 páginas, “Las mujeres de Ningunaparte” nos enseña de una manera dolorosa que el mundo nunca ha estado cuerdo y que contar estas historias nos ayudan a entender lo que somos, tanto ayer como hoy. Mientras tanto, desde su campo de saber, la profesora Luz Alexandra Garzón trabaja en un nuevo proyecto relacionado con el estudio de la locura femenina.
Breve entrevista con la autora
Doctora en Ciencias Humanas y Sociales y magíster en Desarrollo Educativo y Social, la investigadora Luz Alexandra Garzón es profesora asociada del Departamento de Trabajo Social de la Universidad Nacional de Colombia. Su interés por abordar la locura femenina lo resume con una frase de la escritora Margaret Atwood: “Les dije que no estaba loca, que me habían tomado por otra, pero no me escucharon”.
¿Qué la motivó a emprender esta investigación?
Siempre me habitó esta tensión histórica entre el silenciamiento de las voces de las mujeres, especialmente aquellas que han roto el canon impuesto: locas, putas, madres con hijos ilegítimos y el para qué, cómo y por quiénes han sido leídas. A partir de las voces de algunas de las mujeres pude hallar indicios de un amor, un sentir hacia sus esposos, con ellas fue posible recrear el imaginario del amor romántico y las maneras de relación entre hombres y mujeres, aquí nace una interesante paradoja entre ser diagnosticada con una enfermedad mental, encerrada y no cumplir con el rol asignado en la época y expresar el amor y los recuerdos de una vida de pareja, el matrimonio y la procreación.
¿Qué sintió mientras leía sus historias clínicas?
Me invadió un sentimiento de dolor, también de indignación que se fue tejiendo con esperanza, fortaleza y sororidad. Me conecté con la afectividad y sus vidas como mujeres que vivieron soledad, rechazo, abandono o violencias y que, sin embargo, tejieron de una u otra manera una red de afectos al interior del asilo.
¿Alguna historia la tocó de manera especial?
Varias historias, pero destaco la de Mariana Aponte. Con ella ahondé en cómo la ruptura del deber ser mujer jugaba en contra de su sufrimiento íntimo, el hecho de mostrarse descuidada en su persona, con sus hijos y esposo se convierte en un argumento sólido para la aplicación de electrochoques que circularon por su cuerpo y después ser lobotomizada y al final “no servir” y ser devuelta por su esposo al asilo. Me sentí indignada y movida a profundizar en estas vidas, contarlas y hacer que sus voces oscurecidas tengan el lugar que les fue negado en la historia.
¿Visitó algún centro psiquiátrico como parte del proceso investigativo?
Mientras escribía, caminé por las calles del centro de Bogotá donde existió la casa de Ningunaparte, me conecté con el lugar y fue inspirador para crear los relatos. También visité el Manicomio de Sibaté, llamado Hospital Neuropsiquiátrico “Julio Manrique”. Las instalaciones, que se encuentran en abandono, coincidieron con la representación que pude crear a partir de los informes de la Junta General de Beneficencia, las voces de las mujeres, los médicos y los administrativos.
Finalmente, usted pertenece a la Red Internacional de Estudios de las Emociones (RENISCE). ¿De qué manera las emociones se relacionan con la salud mental de las personas?
Al sufrimiento psíquico se le sigue leyendo como enfermedad, patologizado y subyugado por los fármacos. Comprender qué hacen los afectos y emociones en los diversos contextos, permitirá redireccionar las políticas sociales en salud mental. Asuntos como la migración, las violencias políticas e intrafamiliares, desplazamientos forzados, las desigualdades sociales, la pobreza o la xenofobia, se encuentran atravesadas por las emociones, estas poseen un carácter político, social y cultural que debemos comprender para actuar.
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