Con la actual reunión de la COP XXXX 19, Cumbre por la vida, que en Cali reúne a 160 países, flota la inquietud de que el tiempo pasa y los cambios, cada vez más urgentes no se materializan, aunque las reuniones se suceden unas a otras, con precisión cronológica; reuniones que después de días de discusiones interminables, terminan en declaraciones oficiales, donde lo adjetivo y lo sustancial se mezclan, y lo más grave, sin que lo acordado se lleve a cabo; al final, nada significativo cambia en la realidad, y mientras tanto, la crisis climática avanza incontenible y aceleradamente; crisis que, sin exageración, podríamos ya calificar de catástrofe climática, con sus tres componentes actuando, de cambio climático propiamente dicho; de pérdida de la biodiversidad, fundamento de la vida, no solo la humana, y de contaminación química del aire, que termina por envenenar a aguas y tierra, dejándolas incapacitadas para dar y sostener la vida.
La tarea de la reunión en Cali es organizar la ejecución del Marco Global de Biodiversidad, acordado en la COP de 2022. En esta reunión están presentes “discusiones conceptual – operativas”, como la referente a la participación efectiva de las comunidades locales y de los pueblos indígenas en las políticas de biodiversidad y el reconocimiento explícito del aprovechamiento de sus conocimientos tradicionales, especialmente por la industria farmacéutica; así como la definición de la financiación de las acciones a realizar, y el acceso justo y universal a los bienes de la naturaleza, dadores y sostenedores de la vida.
Los dos temas de mencionados son críticos pues, su ausencia ha hecho que el grueso de los acuerdos logrados desde la primera reunión de 1992, en Río, La cumbre para la tierra, permanezcan como letra muerte, mientras que la crisis ambiental avanza imparable. Son dos cuestiones que conforman el escenario de discusión donde los egoísmos nacionales entran en escena, pues son cuestiones fundamentales: quién paga la factura de la defensa de la biodiversidad, de su recuperación y de la protección ambiental, xxx. Y, cómo garantizar un acceso justo de todos al usufructo de los bienes comunes de la naturaleza, y digámoslo de una vez, de la vida. Ya están elaboradas las bases de datos digitalizadas de los recursos genéticos, lo que abre las puertas a su utilización, para su explotación económica. Se discute una tasa del 1% de las utilidades generadas por su empleo, 200.000 millones de dólares al año, que irían a un fondo global para la protección de la biodiversidad. Igualmente están sobre la mesa, los incentivos perversos de los créditos para la siembra de agricultura y pastos, que destruye el bosque tropical, como está sucediendo con la Amazonia.
Debe diferenciarse entre los productos de la naturaleza, que son consustanciales con la vida, ya enumerados: el aire, el agua y la tierra (el suelo productivo que alimenta), de aquellos que son necesarios para la vida material de la sociedad, aportados por el subsuelo en forma de minerales, bien como materias primas para la actividad económica, bien como fuentes de energías no renovables – carbón, petróleo, gas -. Son bienes naturales enclavados en el suelo y el subsuelo de los territorios de las naciones; aunque de ellos no depende directamente la vida, son necesarios para el bienestar de las poblaciones y el funcionamiento de la sociedad y del Estado; por ello, las naciones pueden poner condiciones, por estar relacionados con la vida humana en sociedad, no con la vida en general.
La esperanza es que se entienda que la búsqueda del lucro como único propósito en la relación con la naturaleza, termina con la vida misma, incluida la de quienes privilegian la búsqueda de esa utilidad económica. La única manera efectiva para entender la gravedad de la situación, es comprender que finalmente se trata, no de obtener mayores o menores beneficios económicos, sino de preservar la continuidad de la vida, de todos los humanos, de los seres vivientes, sin excepción.
Ojalá esta conciencia salga fortalecida de Cali, donde además, por su original organización que complementó el trabajo a puerta cerrada de técnicos y funcionarios con una participación ciudadana en las múltiples actividades y experiencias “verdes” presentadas, constituidas en una verdadera escuela ciudadana de formación y de concientización sobre el sentido e importancia vital de la biodiversidad, del ambiente, de su protección y aprovechamiento para la vida