Me acabo de comer para desayunar un delicioso aguacate que he comprado en la tienda de debajo de mi casa de Bogotá. Lo he preparado con un chorrito de aceite de oliva, un poco de pimienta y sal. Y estaba tan rico que no he podido resistir la tentación de ponerme a escribir sobre este delicioso fruto del que Colombia es el sexto productor del mundo.
Cuando llegaron los españoles a América hace ya unos cuanto años y vieron por primera vez un aguacate lo bautizaron como la Pera de las Indias porque se parecía, según ellos, a las que comemos en España y que, por cierto, a mí me encantan sobre todo las pequeñitas, las de San Juan, que aparecen a finales de junio coincidiendo con la festividad del santo. Luego le pusieron el nombre de Fruta del paraíso y ahora, según he leído por ahí, se le conoce como oro verde. Fue hacia 1600 cuando se introdujo su cultivo en España y de ahí saltó a medio mundo. ¿Y sabéis de dónde viene el nombre de aguacate? De la palabra ahuacatl que en nahuátl, que es una lengua precolombiana mexicana, quiere decir testículo y que puede tener que ve con la manera en que cuelga de las ramas del árbol donde crece o a lo mejor con su forma, vaya usted a saber.
Aquí en Colombia se come aguacate a todas horas y con todo: en ensaladas, como acompañamiento de cualquier plato, y ¡hasta en las sopas y guisos! como en el sancocho o en el ajiaco, plato colombiano por excelencia y del que es ingrediente fundamental. Yo antes de llegar aquí sólo conocía un tipo de aguacate, el Hass, que tiene la piel negra y arrugadilla y no es muy grande. Pero ahora los que más me gustan son esos aguacates gigantes de piel muy verde y muy fina, que se te deshacen en la boca y que venden en cualquier esquina. Y a ti, ¿te gusta el aguacate?
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