*En respuesta a la columna del 11 de enero de 2016 de Guillermo Santos Calderón en El Tiempo.
Llegó esa época del año. Entramos en la tercera semana de enero, días en los que la marejada turística empieza a mermar en Cartagena y los nativos quedamos dando vueltas por la resaca que deja el estruendo vacacional de los miles que vienen a pasar año nuevo en la ciudad. Uno que otro de esos tantos es periodista, columnista, opinador, influenciador, y bueno, tienen el espacio y el tiempo para escribir sobre las maravillas o desventuras de su travesía tropical. Entonces se sienta en su escritorio de alguna ciudad distante, probablemente una metrópoli fría, y escribe una carta que a primera vista para sus pares es un favor social, pero para el resto, especialmente los nativos, nos parece una esperpento snob que nada tiene que ver con la ciudad en la que vivimos.
Acá el infortunado ejemplo. Guillermo Santos Calderón, de los de El Tiempo de toda la vida – como su primo Juan Manuel -, escribió en su columna del 11 de enero que Cartagena da tristeza. Que qué lindos nos vemos estrenando el Transcaribe, pero que qué fuerte los huecos en las calles de la Ciudad Amurallada, que se ha perdido la magia por tanto vendedor ambulante, que la basura en las playas es nada que ver y que es un horror que los taxistas no vayan del Centro a Bocagrande por el trancón. “Mejor dicho, da pesar el estado de Cartagena en esta temporada”, escribe.
Pues, Don Guillermo, no puedo estar más de acuerdo. Acá la cosa está tenaz. En diciembre de 2015 se pronosticaba que recibiríamos 255 mil turistas, es decir, más de una cuarta parte de nuestra población. Gente que llena de (más) basuras las playas, estimula la inflación de los precios y duplica la congestión vehicular en la zona turística de la ciudad. Disfrutar de Cartagena bajo estas condiciones es casi imposible porque, aparte de los sectores habilitados para el turismo, hay poca infraestructura dedicada a la recreación y el ocio, pero hacemos el esfuerzo porque así potenciamos uno de los cuatro pilares de la economía cartagenera: el turismo.
La verdadera tristeza no es esa, don Guillermo. Si quiere ponerse triste mejor piense por un momento en que durante este último mes casi que no habia cama vacia en esta ciudad, el dólar está en las nubes y al gringo (léase, cualquier turista extranjero) le encanta comprar. Además, todavía nos quedan picos de temporada antes de que llegue Semana Santa. Sin embargo, según el DANE, el 26 % de la población de Cartagena es pobre, tenemos un indice de aproximadamente 25 homicidios por cada 100 mil habitantes según cifras del COSED, y del Transcaribe, que le parece tan simpático, solo se ha habilitado alrededor de un 60% de la primera etapa de un proyecto pensado hace 13 años que, a fecha de hoy, no da abasto.
Tome en cuenta que para dejar de ser pobre, según los indicadores de este país, uno tiene que contar con más de 211 mil pesos al mes para todos sus gastos, es decir, menos de lo que cuesta la noche en una habitación “bien” en el Centro Histórico de la ciudad. Y ni hablar de los nuevos impuestos, hace una semana escuché en la radio local que la canasta familiar subió 19%, contra un 6.7% de aumento al salario mínimo establecido por el gobierno nacional. Además, de los 242 muertos que hubo en Cartagena por homicidio durante el año pasado (sin contar diciembre), sólo uno tuvo lugar en la zona turística. O sea, ustedes, los de afuera, tienen más garantías de seguridad que nosotros, los de adentro.
Porque sobra decirlo, Don Guillermo, usted lo sabe. Esta ciudad es de todos los colombianos, pero cuando las cosas no salen como usted esperaba durante sus merecidas vacaciones, la culpa es de nosotros, los que lo recibimos, los que salimos del Centro para que tenga un hotel colonial donde pasar diciembre. Nosotros, los que pagamos a precios desorbitados el bus, taxi, colectivo, y ahora Transcaribe para ir a trabajar, a ganar poquito además, porque casi ninguno de los nativos es dueño de algo en esta ciudad. Más bien somos mirados con desdén por los de afuera porque no prestamos buen servicio, porque no tenemos suficiente estilo, porque cuando una familia viene a vender al Centro de su ciudad y sacarle partido a la temporada, la cosa se pone fea y le quita espacio para caminar al turista. Somos los que no ganamos lo suficiente para tomarnos fotos en las Islas del Rosario. Nada de #relax #estoesvida #lafantastica o #graciasdios para estos criollos.
En definitiva, le agradecemos mucho que se haya tomado el trabajo de escribir bien los nombres de Dionisio Vélez y Manolo Duque, el alcalde saliente y el entrante, pero si quiere hacer una labor social, podría averiguar cuál es el gabinete que está armando la nueva administración para contrarrestar las penas de la ciudad. Solo así, de pronto, le hace justicia a su titular. El paisaje se ve espinoso, pero interesante. Nos haría mucho bien a los lectores saber quién se va a encargar de decidir cómo se invierte toda esa platica que le entra a la ciudad en estas épocas de aparentes vacas gordas para La Heróica, el punto más turístico del país. Por ahora pagó pato de turista indignado, ya Julito Sánchez Cristo tuvo su cuota hace unos meses cuando quiso hacer la misma denuncia en su programa en vivo. Así que no se delique, le puede pasar a cualquiera.