Ideas originales para regalos de Reyes Magos: ¿En busca del ...

Ya que estamos cerca de El Día Internacional del Regalo, como llama al 24 de diciembre un columnista de este periódico, Ricardo Bada, me puse a pensar en el tema. Los regalos hablan por ellos mismos. Un regalo dice más que mil palabras. Todos hemos tenido la experiencia de recibir un regalo que nos ofende, de recibir un regalo que nos sobrepasa porque nos deja descuadrados, o de recibir un regalo que nos entibia el corazón y nos conmueve hasta las lágrimas. Empezando por estos últimos, diré que son esos regalos que no esperábamos y que dan en el clavo o porque son muestra de un amor genuino o de una especial atención sobre quiénes somos y qué deseamos. Los que saben dar regalos leen en nuestra mente; los que no saben, nos dicen exactamente quiénes NO somos.

Los regalos no deben ser tan costoso que no podamos retornar nada similar cuando llegue el momento. Pueden ser pequeños, pero deben adicvinar quiénes somos, como lo dije antes. Los regalos no pueden estar al servicio de otro asunto que no sea mostrar atención y cariño. Nada más molesto que ser conscientes de que el regalo que acabamos de recibir sirve a un propósito concreto, o pretende persuadirnos de hacer algo que no queremos o, todavía peor, de obligarnos.

Cuando leí el libro de Peter Watson, Ideas. Historia intelectual de la humanidad, me quedé impresionada con un dato al respecto; lo cito: “Los chinos practicaban una originalísima política de ‘generosidad conspicua con sus vecinos., lo que no sorprende por sus costos, elevados en extremo, y carácter sistemático’. Es probable que ningún país haya realizado esfuerzos semejantes por proporcionar regalos a sus vecinos. Con lo que el obsequio se elevó al a la categoría de arma política. En el año uno antes de C. los Han regalaron unos treinta mil rollos de seda. El cuarenta por ciento de los ingresos del país se destinaban para regalos (página 313).

Esos eran regalos para persuadir, seguramente. No de este tamaño, pero sí bastante curioso fue el regalo que le dio Francia a Estados Unidos en 1886 para conmemorar su centenario de alianza: la Estatua de la Libertad. Y un regalo practico y bonito es el que le da cada año desde 1947 Noruega a Gran Bretaña. Le envía un pino gigante a Trafalgar Square, en Londres, como muestra de gratitud por su apoyo durante la guerra. En un show en televisión vi que Tom Cruise cada año para la navidad les envía a Kirsten Dunst, Henry Cavill, Angela Bassett, Jimmy Fallon, Graham Norton y muchos otros, tortas de coco y chocolate blanco, elaboradas en Doan’s Bakery, en California. Yo también recibo cada año, en navidad, mi postre favorito el bizcocho negro. He oído decir que este es un reregalo: que existe un solo bizcocho negro en el mundo. Cuando una persona lo recibe lo vuelve a empacar y se lo da a otra, y así sucesivamente.

La historia dejó registrado los regalos que en dos oportunidades dio el presidente de Estados Unidos al Papa. Lyndon B. Johnson, en la reunión celebrada en 1965, le obsequió al sumo pontífice una fotografía de sí mismo, autografiada y enmarcada en un marco de plata. En otra reunión, Johnson le dio un busto de sí mismo, de unos 30 centímetros de alto (qué ego). En esa oportunidad, el Papa le regaló al presidente estadounidense una copia de la pintura de Piero della Francesca, La resurrección, que es una obra maestra del Renacimiento italiano. Este gesto tuvo lugar durante una audiencia papal en el Vaticano, el 6 de diciembre de 1967. En el encuentro de nuestra presidenta Francia Márquez con el Papa, ella le obsequió una réplica a escala de una marimba chonta, decorada con un moño alusivo a la bandera de Colombia, como representación de uno de los instrumentos más representativos del pacífico colombiano. En el Vaticano debe haber un cuarto, para amontonar en la oscuridad los regalos que el papa recibe cada mes.

Vale la pena anotar que no es buena idea dar obras de arte y menos todavía si son hechas por uno mismo; tampoco objetos decorativos. Por supuesto, obras de arte que no sean famosas ni valgan mucho dinero. Tener que colgar una acuarela pintada por la vecina no es algo que entusiasme a nadie. Otra cosa sería que le regalaran a uno un Botero, un Beatriz González, un Mondrian, un Manet.

Cuando estaba chiquita me tocó ver en la revista Buenhogar los escandalosos regalos, por suntuosos, que le obsequiaba Richard Burton a Elizabeth Taylor: diamantes y diamantes; y entre esos, uno famoso llamado “Peregrina”. Años más tarde, el diamante se subastó por más de 11 millones de dólares. En el libro mencionado, Ideas, Walton dice que, “En su forma más básica, un sacrificio es dos cosas: un regalo y un vínculo entre el hombre y el mundo espiritual”. Usando a Walton, digo yo, una joya implica un gran sacrificio económico para el que la da y por eso se usa para mostrar interés en el vínculo matrimonial. El hombre la da como muestra de que su interés y compromiso es confiable, es verdadero.

Los regalos pequeños son una cosa seria. De los grandes, cuídanos señor.

 

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