Como me ocurrió con la novela La clase de griego, terminé Imposible decir adiós, y de inmediato la volví a empezar. Muchas razones lo llevan a uno a leer dos veces una novela, pero descubrirlas no es fácil por eso de que, “en nuestras almas todo por misteriosa mano se gobierna…” La tristeza me embargaba, una sensación de dolor universal. Eso sí lo sabía. Hay dos historias en esta novela: la historia política de una de las peores masacres ocurridas en Corea y la historia de dos mujeres, Gyeongha e Inseon, unidas por la amistad y un proyecto político-artístico en común.
Para que las historias políticas no sean abstractas deben tener rostros. Eso lo sabe bien Han Kahn. Las historias de los países son abstractas, las masacres, la dominación de un grupo sobre otro, pero las historias individuales no lo son. Todo esto nos es familiar a los colombianos. Ella cuenta la historia de su pueblo y nosotros reconocemos en su historia la nuestra. Conmueve la delicadeza mesurada con la que la historia es contada. No hay exageraciones, ni el deseo de impresionar ni de agrandar el horror; no, porque el horror de la realidad tal cual es suficiente.
Hay algo en su narrativa que es inexplicable. Como lo dije de La clase de griego, uno no descubre el truco. Puede que no haya un truco, puede que Han Kahn sea una narradora tan virtuosa que sin artificios hace arte, de la manera más natural. Esta novela te deja sin palabras, anonadado, con una tristeza muda, y como ya lo dije, con un dolor universal.
Luego de leerla y sin querer salir de allí, me refiero al estado anímico que produce, pensé en dos cosas: nada más terrible que las ideologías, y nada más peligroso que ser comprometidos (los que dan la vida por un juramento). El escepticismo y la racionalidad deberían primar siempre. La racionalidad es necesaria en el mundo de hoy, para combatir las pasiones ciegas, la fe, los credos y todo pensamiento irracional. Me atrevo a decir que el libro que escribió Steven Pinker, Racionalidad: qué es, por qué escasea y cómo promoverla, es un libro que debería ser de lectura obligada en la educación escolar, en la educación universitaria y en la familiar. Hay que promover la racionalidad, la capacidad de discutir y de negociar y de cambiar de rumbo cuando es necesario. Los sentimientos de patriotismo, el nepotismo, los credos, las idolatrías son muchas veces maquinarias de muerte, de crueldad y de horror.
La novela es la historia de un momento en la vida de Gyeongha. Su amiga, que lo es desde hace más de 20 años, le pide un favor, un favor de esos que hay que pensarlos bien antes de ejecutarlos. Ambas son artistas, con vidas marcadas por la historia local política y por la familiar. Han empezado un proyecto en común, que la protagonista desea abandonar, pero que su amiga Inseon continúa. Inseon ha hecho documentales, hace muebles y objetos de madera y Gyeongha escribe. Gyeongha ha terminado de escribir un reporte político-histórico y reescribe su testamento. No quiero contar la historia, solo diré que la historia de la familia de Inseon surge entrelazada con lo que le ocurre a Gyeongha. Y algo más, en lo contado por Gyeongha se entrelazan la realidad, la memoria y las alucinaciones.
Como en las otras novelas de Han Kahn, los sueños definen el presente de los protagonistas. Pero no hay nada ni esotérico ni barato en esta historia; todo lo contrario, esta es una historia perfecta, narrada con virtuosismo y mucha poesía. Uno puede sentir lo que es la magia de la escritura cuando se lleva a las cumbres del arte.
Ana Cristina Vélez
Estudié diseño industrial y realicé una maestría en Historia del Arte. Investigo y escribo sobre arte y diseño. El arte plástico me apasiona, algunos temas de la ciencia me cautivan. Soy aficionada a las revistas científicas y a los libros sobre sicología evolucionista.