Kieran Tapsell: abogado, escritor y traductor australiano

Leí el último libro de Ana Cristina Vélez Caicedo, El arte del desnudo, en español, y me impresionó por las mismas razones que menciona en su reseña Juan Diego Vélez. Ana ya había escrito sobre arte en Homo Artisticus y en el libro Los invisibles de lo visible, siguiendo los pasos de su padre, Antonio Vélez, en su libro Homo Sapiens. También ha coescrito libros con Antonio, Ciencia y naturaleza y Creatividad e inventiva. El arte al desnudo va mucho más lejos que lo que ha escrito antes.

A pesar de Duchamp, su Fuente y los absurdos que le siguieron, hay consenso en que el arte a menudo implica mejorar una técnica o un objeto. Esto me quedó claro hace muchos años cuando visité la Galería Nacional de Canberra. A lo lejos, parecía haber una escultura de dos grandes maletas de cuero destartaladas que parecían sacadas de un basurero. Pensé, con cierta burla, que se trataba de otro Duchamp, algo fuera de contexto en una galería de arte. Al acercarme y leer la etiqueta con el nombre del artista, decía, técnica: “Stoneware” (loza). La volví a mirar y pensé que no podía ser. Siendo yo mismo alfarero, me costó creerlo. ¿Cómo pudo el artista crear esas correas de cuero, hebillas y cierres tan realistas, en piezas tan grandes sin que se agrietaran al cocerlas? Mi desprecio se convirtió en asombro y admiración, pero seguían siendo solo un par de maletas viejas y maltratadas que uno esperaría encontrar en un basurero. No estaban fuera de contexto en una galería de arte gracias a la consumada habilidad del alfarero.

El libro de Ana incluye un capítulo fascinante sobre la relación del arte con la tecnología, ya que, antiguamente, pintar retratos era una forma de preservar la memoria. Se creía que la fotografía iba a acabar con esa industria. Pero los artistas encontraron una forma de expresar la personalidad de un sujeto a través de su pintura, algo que una fotografía de estudio jamás podría capturar. El efecto de la tecnología también tuvo un efecto inverso y sorprendente en el arte aborigen australiano. Este arte ha existido durante unos 40.000 años en las paredes de las cuevas, pero también existía sobre cortezas y en pintura corporal con fines rituales. En los desiertos, los aborígenes contaban sus historias dejando huellas dactilares en la arena. Cuando un profesor les dio pinturas acrílicas y los animó a pintar una pared, se produjo una explosión de color. En las zonas costeras, donde se pintaban con ocres sobre corteza, estos pigmentos se caían o la pintura se desechaba después de la ceremonia. Cuando los artistas recibieron productos que fijaban las tierras ocres sobre la madera y las cortezas, se produjo otra explosión, del tipo arte de rayos X. Este es un ejemplo mío de cómo la tecnología ayudó a hacer permanente una forma de arte existente que antes era efímera. Ana plantea la cuestión de qué sucederá ahora con la IA en el mundo del arte. Como ocurre con la mayoría de las cosas relacionadas con la IA, tendremos que esperar para descubrirlo.

En su libro, Ana menciona las caricaturas como una forma de arte, pero la importancia del humor en el arte se aborda superficialmente. Clasifica la obra de bronce “Fósforo Gastado” de Gavin Turk como forma de arte “no seria”. La idea del fósforo gastado fue retomada por el artista australiano Brett Whitely con sus esculturas de 8 metros de una cerilla encendida y otra apagada, ubicadas frente a la Galería de Arte de Nueva Gales del Sur. Están hechas de madera carbonizada, poliestireno y fibra de vidrio. Al igual que con las maletas de cuero desgastadas mencionadas anteriormente, se requería cierta habilidad para fabricarlas y montarlas. Otros ejemplos de arte “no serio” que Ana menciona en su libro son la música de Leroy Anderson, “Máquina de escribir”, y, de nuevo, no solo se requería cierta habilidad para “tocar” la máquina de escribir, sino también la música orquestal que la respaldaba. Otros ejemplos que cita son “Esperando a Godot” de Samuel Becket y “El dúo del gato” de Rossini; y, de nuevo, se pueden hacer los mismos comentarios sobre las habilidades que ambas requieren. La comedia ha formado parte del arte teatral desde sus inicios, sólo hay que pensar en Aristófanes.

El padre de Ana, Antonio, ha señalado en su libro El Humor que el humor suele asociarse con un elemento de sorpresa, incluso absurdo, cuando se dice o hace algo inesperado. Las caricaturas de Gerald Scarfe en Gran Bretaña, Gary Larsen en Estados Unidos y Michael Leunig en Australia suelen recurrir a este elemento sorpresa. Banksy hace lo mismo con sus grafitis callejeros. También lo hace Fernando Botero, probablemente el artista colombiano más famoso, que pinta gordo todo lo que representa. Ana menciona a Botero en otros contextos como, por ejemplo, al explicar por qué el arte debería ser caro, pero no al hablar del papel del humor. No se sugiere que Botero se burle de las personas gordas, los caballos, los gatos y los perros, pero es el elemento sorpresa lo que hace que sus pinturas sean divertidas. Su pintura de una Mona Lisa gorda nos recuerda cómo habría sido La Gioconda 30 años después. Su versión del famoso retrato de Luis XIV por Hyacinthe Rigaud sugiere que debajo del armiño, la seda y la peluca había un anciano gordo y feo. El arte a menudo aborda temas sumamente serios, y en mi opinión, una de sus características importantes es provocar una sonrisa de vez en cuando. Esto aplica no solo al teatro, sino también a las artes plásticas.

Ana menciona a Banksy, pero solo en su lista de obras “efímeras”, como también menciona el Carlos Gardel de Fuego de Marta Menujin, que se quemó en su inauguración. La niña con globo de Banksy fue destrozada en el momento en que se subastó con éxito por 1,2 millones de libras, pero esta pintura no desapareció porque los expertos ahora valoran la pintura destrozada en 2 millones de libras. ¿Cómo se puede explicar eso? Ana dice que, en los tiempos modernos, el escándalo es muy útil para que los artistas conviertan sus obras en una “marca”, lo que lleva a un aumento en el valor de sus obras, especialmente si sus estilos son promovidos activamente por los críticos de arte. Dichos críticos también actúan como asesores de mecenas de arte adinerados que necesitan que sus compras sean elogiadas constantemente para mantener y, preferiblemente, aumentar su valor.

Ana no acepta el argumento de que todo puede llamarse arte, incluso si es un disparate y se exhibe en una galería. Si todo puede ser arte, entonces nada puede serlo. Sin embargo, parecería que todo puede ser arte como lo demostró Salvatore Grau cuando vendió su estatua invisible por 15.000 euros y cuando un plátano pegado a la pared se vendió por 6,2 millones de dólares. En un artículo reciente, Juan Carlos Botero, hijo de Fernando Botero, afirmó que, desde la Segunda Guerra Mundial, gran parte del arte moderno perdió su objetivo principal, el de crear belleza y, que, en cambio, está diseñado para escandalizar, impactar y desafiar al espectador. ¿Cuánto tiempo durará esto? Está por verse. Mientras tanto, uno recuerda la ocurrencia atribuida a H.L. Mencken de que nadie ha perdido dinero subestimando el gusto del público.

8 de octubre del 2025

*El libro El arte al desnudo se consigue en las librerías Grámata y Al pie de la letra.

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