Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Ser gordo no es asunto de falta de voluntad

Las hormonas, las bacterias, las enzimas digestivas, los intestinos, el hambre, el placer y las calorías cuentan. A lo mejor la voluntad juegue algún papel, pero no es la mayor responsable de que los seres humanos tengamos la dramática tendencia a engordar. Sobra decir que la sociedad es dura para juzgar a los gordos, cuando realmente el problema es difícil y complejo. Tan complicado que se sabe, y con estadísticas, que el 90% de la gente que adelgaza porque se puso a dieta regresa después de un tiempo a su peso, casi inevitablemente.

El cuerpo tiene mecanismos para hacernos dar hambre y también para quitárnosla. En la medida en que vamos comiendo y el azúcar de los alimentos llega al torrente sanguíneo y al cerebro, algo nos dice “ya no más comida” y paramos de comer. Aumentan las cantidades de insulina y de leptina en el torrente sanguíneo y nos sentimos satisfechos. En algunas personas la sensación de saciedad llega muy tarde, cuando ya se ha ingerido mucha cantidad de nutrientes. Algunas personas no producen las cantidades adecuadas de leptina y comen más de lo debido. La insulina y la leptina son hormonas que responden a los niveles de azúcar o glucosa en la sangre. Cuando su concentración aumenta perdemos el apetito.

El azúcar y los carbohidratos se digieren fácilmente y suben la glucosa. Entre más glucosa, más insulina se necesita para controlar sus niveles. Cuando abusamos del azúcar y los carbohidratos mantenemos los niveles de insulina muy altos todo el tiempo, lo cual acarrea el problema de desarrollar resistencia a la insulina. Cuando esto ocurre, más insulina se necesita para controlar la glucosa en la sangre, y si la insulina se eleva, más calorías se guardan en forma de grasa, y menos se utiliza la misma grasa como combustible para dar energía al organismo. Por esta razón, en las dietas para adelgazar se suprimen los azúcares y harinas blancas; si no los consumimos, la glucosa que necesitamos la sustraemos de la grasa, después de que el hígado la trasforma.

Pero otras hormonas influyen también en los niveles de insulina. El aumento de andrógenos en las mujeres produce obesidad –ya sea por ovario poliquístico, descuadre de las glándulas suprarrenales o enfermedad de Cushing–.

El placer es un factor muy importante en este asunto de ser gordo o flaco. Una vez hemos asimilado grasa y estamos gordos, los niveles de leptina e insulina se elevan. Nos volvemos tolerantes a la acción de estas hormonas y el placer al comer disminuye. Entonces, para obtener el mismo nivel de satisfacción se hace necesario comer mucho más. Así se crea el círculo vicioso, ¡y se ensancha! No se es gordo porque se come mucho, se come mucho porque se es gordo.

Tenemos un sistema interno que nos dice cuándo es tiempo de comer o de abstenernos, y así regula nuestro peso genético; sin embargo, en el mundo moderno se han diseñado alimentos que descontrolan o dañan esos sistemas, con la fórmula de sal, grasa y azúcar. Si estamos llenos, muy llenos, y nos ofrecen una hoja de lechuga, pasamos, e igual lo hacemos frente a un pedazo de carne, pero ante un volcán de chocolate, la voluntad se derrite. La fórmula azúcar y grasa se convida al final de las comidas, pues si la consumiéramos antes perderíamos todo el deseo por el resto de los alimentos. El sistema de recompensa del cerebro “sabe” que no importa qué tan llenos estemos, la torta de manzana, el volcán de chocolate, el helado de almendras nos ofrecerán una dosis extra de placer.

De niños podemos aprender, un aprendizaje nada ideal, a activar anormalmente los centros de placer con el dulce, los chocolates, las galletas, las papitas fritas, los chitos, los helados. Todos o casi todos somos adictos a la comida, por decirlo de manera exagerada; si no comiéramos no existiríamos. Durante el consumo de alimentos se produce dopamina, hormona responsable de la sensación de placer. Algunas personas nacen con una baja receptividad a la dopamina, necesitan mucha cantidad del estimulante para sentir el mismo placer que una persona normal. Es una condición genética la de nacer con bajos niveles de D2R (receptores 2 de la dopamina). El riesgo para estas personas de convertirse en adictos a las drogas, al alcohol o a la comida es muy alto. Estas personas presentan además otra característica: no aprenden fácilmente a evitar acciones que les ocasionen problemas o consecuencias negativas, pues sufren de una muy elevada motivación para buscar satisfacer los centros de placer. Drogas como el Rimonbant y el Belviq actúan sobre los receptores de dopamina y endorfinas y disminuyen el deseo de comer, beber alcohol y fumar, pero causan muchos efectos secundarios indeseables, entre ellos depresión.

Las bacterias que viven en los intestinos, el tamaño de estos y las enzimas digestivas pueden ser también causa de obesidad. El tamaño de las tripas varía mucho de unas personas a otras. Más largo el intestino, más capacidad de absorción de los alimentos. El tamaño puede variar hasta en un metro, de una persona a otra. El número de bacterias y la diversidad de las mismas influyen en la degradación de los alimentos, para convertirlos en nutrientes. Aunque comamos exactamente lo mismo que otra persona absorbemos una cantidad distinta de nutrientes. Cohabitan dos familias de bacterias en nuestro intestino: la Bacteriodetes y la Firmicutes. Los obesos tienen muchos más Firmicutes en sus intestinos, microrganismos que son más eficientes metabolizando la comida. Los alimentos procesados son muy fáciles de digerir y esto ha hecho que el número de enzimas y de microbios que necesitamos para tener buena salud se reduzcan. Muchas personas no pueden ya digerir con facilidad el brócoli, la coliflor o el apio. Las enzimas digestivas también varían entre las personas: más enzimas, mejor digestión.

Parece ser que los hijos de las madres que durante el embarazo padecieron hambre desarrollan desde el útero la capacidad de engordar cuando adultos.

Controlar las calorías es casi lo único que se nos ha ocurrido para solucionar el problema de la obesidad. Sabemos que la comida es el combustible del cuerpo, que las grasas proveen nueve calorías por gramo, mientras que los carbohidratos y las proteínas solo cuatro. Pero cada persona obtiene en realidad un número distinto de calorías de los alimentos, por todos los motivos señalados anteriormente. Además, los alimentos cocidos son más fáciles de digerir, más fáciles de romper en moléculas pequeñas. Extraemos más calorías de los vegetales cuyas paredes celulares sean más débiles o si los cocinamos para debilitárselas. Una papa cruda transita por el intestino casi sin sufrir modificaciones, pero si está cocida la absorbemos fácilmente. Por eso, cocinar los alimentos y las verduras es recomendable para alimentar a los niños. Los pistachos, las almendras y el maní, aunque tienen grasas y proteínas, no son fáciles de absorber, por lo que engordan menos de lo que se pensaba. La proteína necesita cinco veces más energía para digerirse que la grasa. Moler, cocinar y fermentar son formas de ayudar a la digestión. Cuando comemos carne cruda no solo gastamos una buena cantidad de energía rompiendo sus moléculas en otras pequeñas que podamos absorber, sino también identificando las bacterias entre inocuas y venenosas para nuestro organismo, lo cual consume más energía.

El entorno social, los hábitos alimenticios de la familia y la propaganda en TV son factores muy importantes en el incremento de obesidad en el mundo. No es asunto de la voluntad; además de los factores que aquí se mencionan implicados en la gordura, hacen falta muchos más conocimientos sobre cómo engordamos y por qué, para ser capaces de cambiar la situación general y vivir con el peso adecuado y anhelado.

Comentarios