Volker Hermes

Que las redes sociales tienen algo muy bueno: “Comunicación instantánea, contacto con amigos del pasado, enterarse de noticias y opiniones interesantes que, de otra forma, no sería posible”, dice Juan Carlos. Estoy de acuerdo con todos estos aspectos que menciona. Además, añado yo, para muchas, muchísimas personas, son una fuente de entretenimiento, de información y de noticias, y nos muestran en vivo y en directo lo que está pasando en muchos lugares del mundo.

Por las redes sociales nos hemos dado cuenta de las mentiras que dicen y han dicho los más grandes periódicos y medios televisivos del mundo. Mejor dicho, al New York Times, Guardian, CNN, FOX News, BBC, por mencionar algunos de los más influyentes, se les cayó la careta.

Cuando la radio era el medio para informarnos, sabíamos escasamente lo que pasaba en la esquina. Cuando dependimos de la televisión y de la prensa, teníamos que contentarnos con la versión de los dueños de los medios. Pero ya no es así, cada cual puede buscar sus informantes, así sea para confirmar sus “verdades”. No importa, así y con lo malo que es vivir en una mentira, el riesgo de que nos enteremos de la verdad es hoy mayor, pues la información de las redes se comporta como ríos caudalosos, imparables e invasivos.

Lo que sería necesario, pero no es el tema de la columna de Juan Carlos, es educar a los jóvenes para que no traguen entero y sepan buscar la verdad —no la tuya ni la mía, porque, esa no es—, la verdad de los hechos, las evidencias, conocer el valor de las fuentes primarias y de las estadísticas. Es necesario educar desde el colegio la capacidad de debate y la racionalidad. Llevar al aula de clase el libro Racionalidad. Qué es, por qué escasea y cómo promoverla, de Steven Pinker, y crear la materia escolar, sumada a un curso sobre cómo debatir con elegancia y argumentos.

Volviendo al tema, hablemos del asunto de la atención. Es cierto que, sin atención, no podemos influenciar a los demás; sin la atención de los otros, no podemos ser oídos; si no logramos llamar la atención, no podemos ser famosos. Así que, a distinta escala, todos luchamos por captar algo de atención, pero no todos entendemos que captar toda la atención es imposible (además, no todo el mundo pretende ser famoso tampoco). Mirado el asunto de una manera racional, no hay tiempo para prestarle atención a todo el mundo; por ende, los que lo logran…, capturan el tiempo de la mayoría.

Algunas de las estrategias más comunes para atraer la atención

Los poderosos, los muy ricos, los muy bellos y los talentosos consiguen atención casi que de manera gratuita. Los famosos, lo son por distintos motivos, y todos logran influenciar, desde los menos interesantes hasta los más brillantes: desde Natalia París, hasta Noam Chomsky. No deja de sorprender que personas no muy brillantes digan sus tonterías con tanto desparpajo, y que estas tonterías sean oídas y hasta resuenen.

Es de los humanos ser animales jerárquicos y mirar hacia quienes están por encima de ellos. Lo más triste es que a esos modelos que se imponen casi nadie los evalúa, y se convierten en modelos de estética, de moda, de ética, de comportamiento y de cuanta cosa pueda uno imaginarse, porque muy pocas personas entienden cómo su parte animal sale adelante para copiar las señales visibles del que está más alto en la jerarquía, sin darle tiempo a la razón para evaluar. Lo que se pretende, en el fondo, es confundirse con este; o sea, subir el propio estatus. Esto es deplorable, pues se copian las banalidades, porque copiar los talentos y las genialidades no es posible.

Juan Carlos Botero dice que hay dos formas de llamar la atención: la positiva y la negativa. En la positiva, son los hechos los que hablan; en la negativa, la persona es la que habla. Esto lo digo yo, sintetizando la idea de Juan Carlos.

Las formas negativas son muchas, y variadas. Juan Carlos menciona a las víctimas, a los que muestran sus heridas o el ultraje que se ha cometido contra ellos. Es una manera de llamar la atención a corto plazo. Es la estrategia del indigente que expone sus heridas, es el efecto del accidente en la carretera, que hace que la gente disminuya la velocidad y fisgonee. Queremos verlo para impresionarnos o para imaginar lo tan horrible que nos podría pasar a nosotros si…

En las redes sociales se encuentra uno con egos gigantes y con personas infantiles (que siguen dando la voltereta y mirando a ver quién, además de sus padres, va a aplaudirles), con quienes muestran hasta lo que desayunan y creen que eso es interesante para el resto de la humanidad, los que creen que los viajes que hacen nos fascinan, los que creen que nos interesa saber cómo se sintieron al despertar, los que creen que porque, como ellos quieren mucho a sus mascotas, son interesantísimas, o divertidísimas, o tiernísimas para todo el mundo, los que utilizan cada situación de otros para reflexionar en voz alta sobre ellos mismos y mostrar lo grandes y maravillosos e inteligentes que son: yo, mí, me y conmigo.

Esto no quiere decir que las fotos extraordinarias que un buen fotógrafo toma en su viaje no sean atractivas, que saber dónde se come y duerme bien no sea interesante. Enterarnos de curiosidades, extravagancias, costumbres remotas será siempre de interés. Sin duda, queremos saber cómo es el mundo, cómo luce, y qué cosas interesantes están ocurriendo; pero no queremos saber las minucias de la experiencia de cada persona en él.

Los que usamos las redes sociales deberíamos preguntarnos si lo que subimos en ellas aporta, qué y a quiénes aporta. Pero hay personas que cada vez que publican algo parecen decir en voz alta y a todas horas: el aporte soy yo. ¿No quieres enterarte de lo maravilloso que soy? 

He leído a muchos columnistas, hombres y mujeres, que creen que sus vidas y sus cuerpos y sus experiencias más cotidianas y nada extraordinarias son extraordinarias, porque son de ellos. Otros, que utilizan la estrategia “voy a hablar mal de mí, para quedar bien”. Bueno, aunque esta es una puerilidad, hay que reconocer que cada cual puede pecar de la manera que desee.      

Hay estrategias para llamar la atención, que lo logran, pero disgustan. Insultar es una, escandalizar es otra. Donde hay puños hay corrillo, aunque sean simbólicos. Donde hay sexo o desnudos hay corrillo también. Parece que la cantante Madona, en Rio de Janeiro, impresionó, pero mal. No se ha dado cuenta de que está vieja y de que el sexo de los viejos no interesa a los jóvenes. Puede ser cruel, pero es así. Que las escenas de masturbación, que las escenas lésbicas no deleitaron a casi nadie en su reciente concierto.

Juan Carlos toca otro tema que daría para un largo artículo: estamos creando una cultura que protege a los frágiles, una cultura de tabúes y de intocables (el caso que Juan Carlos nos cuenta, el de James Carville, será inolvidable porque es casi increíble, y porque, además, nos queda doliendo la injusticia que se cometió contra el tipo. Otro caso fue el del director de Harvard, Lawrence Summers, expulsado porque dijo que parecía que la ciencia era más del interés y de las cualidades de los hombres que de las mujeres. Creo que esta es una de las malas herencias que ha dejado el posmodernismo.

La cultura de los ofendidos crece y se multiplica. Los ofendidos de la cultura son “los caza brujas” de hoy. Llevan al que sea a la inquisición, y la cultura debe encontrar mecanismos para defenderse.  De repente, en la cultura, se vuelve imposible decir lo que se piensa por miedo de ofender, de herir susceptibilidades.

Hay un gran movimiento en las universidades de Estados Unidos (donde más afectados hay por esto), para volver al derecho a opinar, al derecho a opinar sin censura, para que se sepa que es lo que cada uno piensa y se debata públicamente. Según lo que ha ocurrido en las marchas pro-Palestina, parecería que el movimiento está fracasando.

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