En YouTube se encuentra esta charla fascinante. En Catrecillo se trascribe un resumen.
La cultura aumenta de una manera increíble las posibilidades de supervivencia. Muchas personas educadas se morirían hoy en ciertos hábitats, por ejemplo en lugares desérticos o helados, en los que se necesita una cultura específica/regional para sobrevivir. Se aprende por ensayo y error a aprovechar los recursos de un lugar. Esos mismos recursos son invisibles para el foráneo.
La cultura tiene el potencial de cambiar rápidamente los estilos de vida, tal como ocurrió con el desarrollo de la agricultura. La psicología humana es flexible y se adapta a los cambios. La agricultura se instaló en la humanidad hace 10.000 años, cuando los ancestros nómadas comenzaron a procesar granos para su alimentación. Como procesarlos era una tarea dura y difícil que necesitaba herramientas muy pesadas y nada fáciles de trasportar, se impuso el sedentarismo. Si bien la psicología humana evolucionó en el mundo de los cazadores-recolectores, tuvo que adaptarse, bien o mal, a la vida sedentaria del agricultor.
Una diferencia fundamental tenía que ver con la repartición de los peces, mas no de los panes. Entre los cazadores recolectores era absolutamente impensable guardar la presa para sí, era inmoral e inaceptable no compartirla. Los cazadores repartían y compartían todo lo que conseguían y cazaban. No habría tenido sentido no hacerlo, porque en esos tiempos la carne se pudría si se guardaba. Los agricultores, en cambio, podían guardar los granos para más adelante y no compartirlos, pues los convertían en mercancía que se podía intercambiar. Entre grupos pequeños de humanos, de tribus, la generosidad es la norma: “hoy por ti, mañana por mí”; en los grupos grandes, y al saber que probablemente no volverás a ver al “otro”, no tiene sentido una extrema generosidad. La agricultura trajo la desigualdad económica y, con ello, las clases sociales.
Como decía el biólogo Edward Wilson: el comunismo es muy buena idea, pero en otras especies. En las sociedades sedentarias se acepta la desigualdad como algo normal: unos trabajan la tierra y otros son sus amos y dueños. En consecuencia, se llega una aberración cultural: la de pensar que la desigualdad es un derecho que se hereda porque se lleva en la sangre, que unas familias son hijas directas de los dioses, con derecho a mandar y a perpetuarse en el poder, tal como pensaban los faraones de Egipto o como todavía piensan los reyes de Inglaterra (En la serie The Crown queda claro que la reina pensaba que el trono se lo otorgaba Dios mismo).
Para mí, lo increíble es que todavía muchas personas respondan sin sentido crítico a la realeza, y hagan venias y visitas a los palacios reales y se trasnochen viendo los programas de televisión donde estas rémoras humanas se casan o se divorcian, protestan o acceden, son infieles, sufren accidentes o crían más rémoras. Eso de sentir auténticamente que uno y sus herederos son superiores o tienen el derecho a sentirse superiores es de locos. No olvidemos que la agricultura hizo que la esclavitud se considerara normal durante mucho tiempo.
La agricultura abrió muchas oportunidades: la de crecer y multiplicarnos. La obesidad, la diabetes, la hipertensión, las caries dentales son todos producto del estilo de vida que impuso la agricultura. Los humanos cazadores-recolectores nunca necesitaron lavarse los dientes, pues la dieta no generaba el tipo de bacterias que producen las caries. El problema humano fue siempre el hambre, no el sobrepeso.
En las ciudades, la gente se especializa en tareas específicas. Como cada persona puede enfocarse en una sola tarea, se vuelve ventajoso saber muy bien de una sola cosa o, al menos, saber más que los otros. Las ciudades crecen, y con ellas crecen la cultura y la creatividad. Los extranjeros han sido usualmente los enemigos de las ciudades: son otros grupos de humanos organizados, que invaden con el deseo de apoderarse de los bienes.
Entender nuestra vida hoy no es fácil, pues no evolucionamos para vivir de esta manera, y sus implicaciones sobre la felicidad son importantes. La felicidad es una emoción que nos motiva a hacer lo que debemos hacer para tener éxito o eficacia biológica, que incluye la reproducción y la supervivencia. Según Bill von Hippel, los grupos nos hacen felices, y por eso es muy importante sentirse parte, sentirse miembro activo de algún grupo. Hay un estudio que muestra la correlación entre vivir menos años y haberse cambiado de residencia muchas veces cuando se era niño; sin embargo, si la persona es introvertida, la posibilidad de morir entre los 60 y 70 años se incrementa; si, en cambio, es extrovertida, no esto afecta el promedio de vida.
Estar metido en una comunidad es algo positivo, pero se necesita un refuerzo: que la comunidad tenga cohesión mental (esa es la fuerza de las religiones, por eso han sido exitosas). Hacemos conexiones mentales con otros, y tratamos de sincronizar lo que pensamos, lo que deseamos y lo que disfrutamos con nuestro grupo. Lo que más importa es sentir de la misma manera, es estar de acuerdo, es poder decir: “nosotros”.
Cuando los niños les muestran objetos a los adultos, lo hacen para llamar la atención, para compartir su atención, pues es la forma de estar sincronizados con el otro. Los adultos, ante algo muy bello, como una noche clara, llena de estrellas, gozan más si están acompañados, gozan más si lo pueden compartir. Nada más triste que no tener con quién compartir los momentos felices. Las experiencias parecen más reales si se viven en compañía. Evolucionamos para compartirlas y compartir las emociones que producen esas experiencias. Sentir parecido nos hace mejores como grupo. Todo el mundo revisa las emociones de los otros que están cerca, para constatar que reaccionan de la misma manera. Cuando las personas cuentan una historia y exageran, no lo hacen por mentir, sino para hacer más relevante la historia y que los otros puedan experimentar las mismas emociones. Es una estrategia de acercamiento.
El matrimonio de biólogos evolutivos Heather Heying y Bret Weinstein asegura que nuestros problemas de hoy se deben a que el mundo moderno no está adaptado a nuestros cerebros ni a nuestros cuerpos antiguos. Evolucionamos para vivir en clanes, en grupos en los que todo el mundo se conocía; pero ahora, en las grandes ciudades, la mayoría de las personas no saben quiénes son sus vecinos. Las diferencias entre los sexos alguna vez cumplieron un propósito evolutivo necesario, pero hoy muchos desconocen estas diferencias o las niegan con rabia. En su libro Evolution & the Challenge of Modern Life, Weinstein y Heying se atreven a explicar temas como el sexo, el género, la dieta, la crianza de los hijos, el sueño, la educación, mostrando cómo evolucionaron, para qué, y por qué estamos incómodos con nuestra naturaleza. En este libro están asentados más de 20 años de investigación y relatos de primera mano de los ecosistemas más biodiversos de la Tierra.