Ni somos perfectos como especie ni evolucionamos para durar tanto tiempo. No estamos diseñados como “La carreta perfecta”, descrita en el siglo 19 en La obra maestra del diácono, un poema del médico Oliver Wendell Holmes,[1] citado a su vez por otro médico y escritor, Lewis Thomas (1913-1993), en su inolvidable libro, La medusa y el caracol. En el poema de Holmes, un diácono ha construido una calesa perfecta, sin fallas en ninguna de sus partes, que no se quiebran ni se descomponen, y todas tienen la misma resistencia. El carruaje es la analogía de un organismo sin debilidades, cuyas partes envejecen simultáneamente y en sincronía; sin embargo, un día la calesa se derrumba, y de sopetón queda “¡como si hubiera ido al molino para ser triturada!”, frase que fascina a Lewis Thomas, pues representa la muerte súbita.
La especie humana evolucionó para un entorno que ya no existe; por tanto, tiene que cargar con características que en el pasado les fueron útiles a los animales de los que provenimos. El hombre, dizque hecho a imagen y semejanza de quién sabe qué Dios, no es perfecto y carga en su humanidad varios errores de diseño, algunos de los cuales pueden llegar a ser mortales. El ejemplo clásico de uno de estos malos diseños en las mujeres es el canal del parto, de un tamaño insuficiente para ser atravesado por un cráneo humano, que contiene un cerebro que con el proceso evolutivo se ha vuelto tan grande que no puede pasar por allí sin gran dificultad. Además, el conducto genital y urinario no sólo comparten la salida, sino que, además, están muy cerca de las vías excretorias, lo que conlleva el riesgo de infecciones de todo tipo.
Otro mal diseño, esta vez en los hombres, es el conducto espermático, que innecesariamente le da la vuelta a la vejiga, cuando podría bajar directamente al glande. Evolucionó así en la etapa cuadrúpeda, y durante la transición al bipedismo no reversó, porque el diseño cambia, pero no reversa. Sumémosle que la próstata abraza a la uretra y que en el proceso de envejecimiento la próstata crece y pierde elasticidad, le deja menos espacio al conducto urinario y la micción se altera impidiendo que se cumpla su misión.
En la especie humana, la cabeza del fémur está mal irrigada. Todo jalón, salto o golpe puede reventar los pequeños vasitos y llevar a una necrosis del hueso. Los cartílagos o almohadillas que protegen las articulaciones, incluyendo la del fémur, no duran mucho tiempo en buen estado. Por eso, sobre todo en las personas mayores, son comunes las prótesis de cadera y de rodilla. Ni mencionemos el célebre maguito rotador, que deja de rotar cualquier día.
Nos dan caries. Sabemos que el esmalte de los dientes no está diseñado para la dieta de hoy: azúcar e hidratos de carbono. La regulación del peso se quedó en el Paleolítico, pues la idea era guardar cuanta energía se pudiera en forma de grasa, creciendo el volumen de cada célula adiposa, para tener reservas y sobrevivir en tiempos de escasez. La obesidad es uno de los problemas más grandes con los que hoy carga la población.
Nuestros senos paranasales drenan ¡hacia arriba! Cosa que no ocurre en los cuadrúpedos, por eso es tan común la sinusitis.
Las acciones de comer y respirar comparten un segmento del trayecto. Por el mismo tubo por el que entra el aire a los pulmones entra la comida al estómago. Por eso somos susceptibles a broncoaspirarnos, por eso tanta gente muere asfixiada al atragantarse con un pedazo de carne, un mamoncillo o un langostino.
La menstruación, nada común en las hembras de los mamíferos, pero muy humana, es uno de los diseños más injustos, despiadados y molestos entre todos los diseños dizque inteligentes.
Ni el espesor de las venas ni la fuerza ni el número de las válvulas es suficiente; además, como vamos erguidos, pagamos este precio con las várices. ¿Conocen el chiste de Jesús, que se escondía de aquellos aquejados de hemorroides? Es que son incurables. Y como a ojo sacado no hay Santa Lucía que valga, no hay padrenuestro que sirva para las hemorroides.
La ciática y la fascitis plantar son dolores que no se deben a enfermedades, sino al mal diseño del conjunto de los músculo, nervios y huesos de la cadera y de los pies.
Los ojos de los pulpos y de los calamares están mejor diseñados que los nuestros, pues los vasos sanguíneos que alimentan la retina y los ramales nerviosos que parten de allí están situados detrás de la retina; en nosotros, en cambio, están delante. Perdemos mucha luz en el paso de los rayos a través del humor acuoso, el cristalino, el entramado nervioso y vascular, y de dos capas de células nerviosas que también están sobre la retina. De otra manera, veríamos de noche. La fijación de la retina al fondo del ojo es débil y es común que esta se desprenda. A las aves, las lagartijas y las tortugas nunca les da presbicia, pues el musculo ciliar estrecha el cristalino, así que el enfoque se logra mecánicamente, tal como ocurre en el movimiento de los teleobjetivos de las cámaras fotográficas, pero en nosotros no es así. A nosotros se nos endurece el cristalino, y de ahí en adelante, nos vemos en la niebla o tenemos que usar gafas transicionales. La naturaleza llegó al ojo por 400 vías distintas. El ojo es una evolución convergente en muchas especies.
Aunque el tema de nuestros errores de diseño es largo y tendido, y dejo por fuera muchos otros defectos, no quiero dejar de mencionar la epidermólisis ampollosa, producto de una mutación genética por culpa de la cual la piel de su portador se mantiene ampollada. Desde el nacimiento el bebé sufre horriblemente. La piel al tocarla se desprende, y el contacto con el agua es doloroso. La vida para un niño con este defecto genético es una tortura, y no es nada más que eso. Dejarlo vivir es someterlo a un gran sufrimiento. Lo digo para aquellos que defienden la vida a toda costa. La vida no es siempre un bien, no. Una situación como esta es aterradora, y ante muchas enfermedades, si no hay cura, es mejor no existir.
Dejé por fuera defectos genéticos como el albinismo, la propensión al cáncer de seno, etcétera. Después de releer el libro Imperfecciones corporales. Una visión Evolutiva, escrito por Antonio Vélez y William Álvarez (Casa editorial de La Universidad CES, publicado en diciembre 2014) estoy convencida de que no son muy inteligentes los que aseguran que existe el “diseño inteligente”.
[1] Ya me había referido a esta obra en mi columna de El Espectador llamada “Sobre La obra maestra del diácono”, publicada el 11 de agosto de 2023. https://blogs.elespectador.com/actualidad/catrecillo/sobre-la-obra-maestra-del-diacono