Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Los zoológicos y los animales

León en el zoo de Lincoln Park, Chicago.
León en el zoo de Lincoln Park, Chicago.

En la medida en la que el mundo se va civilizando incluye dentro de sus preocupaciones el trato a los animales. Los derechos de los animales, tan despreciados en la Biblia y sacrificados sin piedad en nombre de Dios, fueron ignorados en las tablas de la ley, pero afortunadamente ahora somos mejores moralmente que el Yahvé del antiguo testamento y los sacrificamos al menos evitando la sevicia, y en nombre de las miles de millones de almitas que hay para alimentar en este planeta. Y es triste, pero sin duda su valor ante nuestras conciencias ha aumentado, y cada día nos preocupa más su bienestar.

Muchos movimientos pro defensa de los animales han crecido, no solo con el apoyo de las personas que no comen carne, para no matarlos, y sobre todo para no colaborar con su dolor y hacinamiento en jaulas minúsculas donde crecen sin poderse mover, para perder su vida en los siguientes meses. Una vida de miseria desde el punto de vista humano. Existen regulaciones para usar animales en laboratorio, nadie quiere imaginarse siquiera a un pobre conejo con los ojos perdidos en un charco de sangre debido a las pruebas de medicamentos y cosméticos. Por no mencionar otras cosas terribles que se han hecho para estudios, verdaderas torturas. Los movimientos en contra de las corridas de toros, de las peleas de gallos, de las peleas de perros, han ido ganando fuerza. Cada día menos gente quiere ver a las pobres ballenas y delfines haciendo gracias humanas en piscinas en las que nadan incómodos. Ni leones pasando por aros en llamas, en los circos, ni elefantes dibujando flores. Existen regulaciones contra el maltrato animal y son más y más fuertes en el mundo. Aumentan los testigos oculares, prestos a denunciar los casos de abuso. Menos mal nos hemos dado cuenta de que los animales sienten dolor y sufren de una manera no humana, pero sí animal. No humana, porque no anticipan el futuro en sus mentes, no se ponen tristes o desesperados de pensar que les quedan pocos días de vida, pero sufren en el presente si las condiciones de vida no son las adecuadas.

Queremos la felicidad para los animales pues la queremos para nosotros. La felicidad no se puede medir, aunque quienes tienen perros y gatos dicen reconocer los estados de dicha en sus mascotas, pero el estrés sí se puede medir. El estrés, todos lo sabemos, no es lo opuesto a la felicidad pero se parece mucho al dolor, a la angustia, al miedo, a la incertidumbre, a la desesperación. El estrés se puede medir en la sangre midiendo el cortisol, la norepinefrina y la adrenalina. Aunque la carencia de hormonas de estrés no garantiza la felicidad.

Los animales domésticos son distintos de los animales salvajes en un aspecto fundamental: el contacto con seres humanos no los estresan. Muestran de cuatro a ocho veces menos hormonas de estrés que los animales salvajes; pero es que los animales salvajes las necesitan para lidiar con el medio ambiente y sobrevivir. La supervivencia de los animales domésticos depende de los deseos humanos.

Sin discusión los animales en cautiverio necesitan agua y comida, derecho al movimiento o a la expresión de un comportamiento normal para la especie, condiciones confortables de temperatura e higiene.

Lo que contradice las expectativas de muchas personas es que los animales salvajes que se encuentran en los zoológicos muestran menos estrés y viven más tiempo en promedio que los mismos en sus hábitats naturales. En los zoológicos, los animales no sufren de hambre ni de sed, no tienen que librarse de los depredadores, son curados de sus enfermedades y parásitos, tienen acceso a la reproducción, en algunos casos, y en muchos zoológicos tiene espacio suficiente, condiciones parecidas a las naturales y juguetes que reducen el estrés. No todos los zoológicos son cárceles abominables.

Existe un consenso entre los científicos y es que los animales superiores sufren de una manera parecida a nosotros, pues sus cerebros están conectados de manera similar a la nuestra, debido a las mismas razones evolutivas, así que debemos protegerlos del dolor físico y sicológico. Pero de aquí no se puede deducir que todo lo “natural” es bueno por ser natural. Esta es una idea errónea, hay que analizar cada caso. No hay nada inherentemente mejor porque sea natural. Los zoológicos no son inmorales porque los animales no vivan en su hábitat natural. Preocupémonos por los cerdos, ya que sabemos que son tan inteligentes como los perros, y sin embargo, no nos ocupamos de ellos con las mismas consideraciones. Todavía son criados para nuestro consumo en condiciones infames, dolorosas e inaceptables.

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