Cada nido que uno encuentra en el campo embelesa. Son tan bellos, que cuando un nido se ha caído al suelo uno quisiera guardarlo en una urna de cristal. Nadie puede negar que los nidos son ejemplos palpables de las cualidades físicas y mentales de las aves. No hay que sentir menosprecio pensando que el…
Cada nido que uno encuentra en el campo embelesa. Son tan bellos, que cuando un nido se ha caído al suelo uno quisiera guardarlo en una urna de cristal. Nadie puede negar que los nidos son ejemplos palpables de las cualidades físicas y mentales de las aves. No hay que sentir menosprecio pensando que el conocimiento de cómo hacerlos es instintivo, pues, además del instinto, las aves tienen que aprender muchas destrezas, utilizar su memoria, su experiencia y coordinación para hacerlos. Algunas veces, hacer un nido implica coordinar con la pareja distintas acciones, como en el caso del mito, o Aegithalos caudatus, en el que macho y hembra trabajan juntos.
Nido del mito
Los pájaros tejedores y las oropéndolas de Baltimore tienen que hacer decenas de miles de puntadas para tejer sus nidos. Las golondrinas comunes viajan con sus bocas llenas de barro para moldear sus nidos con forma de copa. La pareja de mitos hace un nido que es una bolsa flexible elaborada con musgos de hojas pequeñas, que entretejen con los aros sedosos de las mullidas crisálidas de los huevos de araña para crear una especie de velcro; además, forran el interior con cientos de pequeñas plumas, y el exterior, con pequeños copos de liquen, a modo de camuflaje. La estructura final de un nido de estos tiene más de seis mil piezas.
Pájaro tejedor en su nido
Las aves no utilizan solo su instinto para hacer sus obras maestras: en un experimento hecho en laboratorio se vio que si las aves se ven obligadas a usar materiales distintos a los acostumbrados tienen en cuenta la funcionalidad del nido; o sea, evalúan el resultado para hacer los cambios necesarios. Esto demuestra que aprenden de la experiencia y que son capaces de cambiar de decisión dependiendo de los resultados. Los biólogos saben que los tejedores comunes, o cogullados, con el tiempo aprenden a mejorar la selección de materiales para construir sus nidos.
Nido del pergolero satinado
Cuando un pergolero satinado escoge vidrios azules, flores, pequeños objetos iridiscentes, brillantes o metálicos; cuando organiza, no solo la enramada sino las piezas según su tamaño, usando efectos de perspectiva, colocando los objetos más grandes más lejos, para que se vean más grandes de lo que realmente son, y para dar la sensación de que la construcción tiene mayor profundidad de la que en realidad tiene, está poniendo en ejercicio facultades mentales de composición, de orden y de gusto, y sus habilidades físicas, para demostrar sus habilidades mentales y conquistar a las hembras. Los pergoleros jóvenes visitan los nidos de los mayores, y copian ideas; además, se roban objetos que lucen especiales, para ponerlos en sus nidos, y van poco a poco perfeccionando sus capacidades, y solo unos pocos se aparean.
Los artistas ganadores tienen acceso a veinte o treinta hembras de una vez. Las aves más inteligentes se aparean más, está comprobado. Investigadores de la conducta de las aves han inventado experimentos como el de poner en el suelo, y atornillados, objetos que disgustan a los pergoleros —por ejemplo, pequeños objetos de color rojo—, y tratan de arrancarlos. Cuando se dan cuenta de que no son capaces de arrancarlos, los más inteligentes buscan objetos que tengan el tamaño perfecto para ocultarlos, y los ocultan con gracia. Las aves que resuelven el problema eficazmente se puede decir que son más inteligentes, y se aparean más. Está comprobado.
Se han hecho experimentos para demostrar la capacidad de un ave para diferenciar estilos pictóricos. Han adiestrado palomas para que diferencien pinturas de Picasso y de Monet, y las recompensan con comida cuando picotean la imagen correcta. Los investigadores se han dado cuenta de que las aves diferencian entre los cuadros de estos artistas y los de otros artistas. Las palomas reconocen cuadros del mismo artista que no han visto nunca y diferencian el estilo impresionista del cubista. La investigación sobre la facultad de las palomas para reconocer estilos pictóricos obtuvo el premio Ig Nobel. Este es un premio que se les otorga a las investigaciones que hacen reír a las personas y luego las hacen reflexionar. Reconocer un estilo es ser capaz de sacar unas constantes y unos patrones que se repiten, a pesar de la variabilidad. Las palomas y nosotros reconocemos ciertos patrones que nos permiten definir los estilos en el arte.
Algunas aves poseen una capacidad extraordinaria para diferenciar los colores. Nosotros tenemos tres tipos de células cono destinadas a la visión del color, y las aves tienen cuatro, e incluso algunas ven el espectro ultravioleta; además, en cada una de las células cono de las aves hay una gota de aceite que potencia su capacidad para detectar matices en colores similares.
Las aves no solo hacen nidos que desafían nuestras habilidades manuales, sino que también cantan y bailan y perfeccionan sus actuaciones para que sean mejores que las del promedio, no importa si la finalidad es conquistar una hembra o buscar el placer. De nuevo, es bueno recordar dos cosas: perfeccionar una acción y notar el logro es algo que les produce placer a todos los seres que lo hacen; y dos, el juicio humano es preciso para juzgar artefactos humanos, y pobre para juzgar artefactos o creaciones animales. No sabemos con qué criterio juzgan las aves, pero a veces coincidimos, y ambos, aves y personas, creemos que presenciamos algo extraordinario.
Los estridilos se reúnen en grupos de cientos de ejemplares para cantar. El canto empieza con una de las aves, luego, otra la sigue y así pasan horas cantando, por puro placer (Weismann Eberhard, Los rituales amorosos, Biblioteca Científica Salvat, 1986).
Algunas aves tienen la capacidad de imitar voces y sonidos. El ave con la capacidad más extraordinaria en este campo es el ave lira, común en Australia; en ese grupo están el ave jardinera picodientes de Queensland y el sinsonte del norte de América. En la temporada de reproducción, los machos cantan incansablemente, desde lugares muy perceptibles para las hembras; o sea, no solo cantan, escogen el “teatro” en el que van a hacerlo, como puros actores. Estas aves pueden producir sus sonidos miméticos con un nivel de precisión que incluso el pájaro al que imitan se confunde. En Australia existe un gran número de aves imitadoras, y, por algún motivo, cuando se pone de “moda” un tipo de arte, muchos entran en la corriente. Así somos también los humanos.
El ave lira es un verdadero compositor. Ni las canciones que cantan estas aves son instintivas, ni las aprenden de sus padres, como es lo usual en la mayoría de las especies de aves. El ave lira escoge pedacitos del canto de distintas aves que la rodean, y los junta, los reorganiza, y crea una nueva canción. De nuevo, la procreación está detrás de muchos comportamientos, y en todas las especies, incluyéndonos a nosotros; y para el ave lira, el blanco de su arte es gustarles a las hembras.
Estudié diseño industrial y realicé una maestría en Historia del Arte. Investigo y escribo sobre arte y diseño. El arte plástico me apasiona, algunos temas de la ciencia me cautivan. Soy aficionada a las revistas científicas y a los libros sobre sicología evolucionista.
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