Segunda parte

Ernaux habla en su libro de las heroínas de su época. Ella y sus amigas se sentían vigiladas a la hora de ver la película La chica del bikini, con Brigitte Bardot. Dice, que se morían de ganas de parecerse a esas “heroínas libres, de ganas y de miedo”. ¿A quiénes quieren parecerse las jóvenes de hoy? ¿A las cantantes de moda? No sé la respuesta, pero sé que en las redes sociales muchas personas tratan de llamar la atención de maneras tanto ingeniosas como tontas. Es común ver en muchos el deseo de hacer de su vida un show. Tantos que tratan de ser influyentes, incluso revelando sus intimidades, apelando a la curiosidad ajena por la intimidad de la propia vida. Es como si ser invisibles fuera un crimen.

A diferencia de Ernaux cuando joven, nos tocó un mundo con sanitarios dentro de la casa, con sanitarios dentro del ¡propio cuarto! con toallas higiénicas y tampones y copa menstrual, con analgésicos, con antibióticos y tratamientos eficaces contra el cáncer, con vacunas, nos tocó un mundo sin muecos. Con esto, quiero decir que la medicina es una de las cosas que a cada persona que haya nacido en el siglo 20 y viva en el 21 no puede dejar de sorprenderse de sus avances, no puede dejar de agradecer sus milagros.

Y hay otros dos aspectos o muchos otros, pero dos en el que las diferencias son gigantes con el mundo anterior: el mundo del entretenimiento y el mundo de las comunicaciones. No tenemos tiempo para concentrarnos, nuestra atención se dispara en miles de direcciones, hay tanto para ver, oír, disfrutar, atender, estudiar, que lo que no hay es tiempo. Las comunicaciones nos mantienen conectados día y noche con ángeles y diablos.

Ernaux dice: “Estábamos ávidos de Jazz, de espirituales negros, de rock and roll. Todo lo que se cantaba en inglés venía aureolado por una misteriosa belleza. Dream, love, heart, palabras puras, sin uso práctico, que provocaban sensación del más allá. En el secreto de nuestro cuarto, nos montábamos a la orgía del disco único, era como una droga que se apoderaba de nuestras cabezas, que hacía estallar nuestros cuerpos, abriendo ante nosotros otro mundo de violencia y amor, que se confundía con el mundo de los guateques, a los que un día por fin, nos darían permiso para ir. Elvis Presley, Bill Haley, Armstrong, los Platters encarnaban la modernidad […]  sentíamos que pertenecíamos a un círculo de iniciados. Sin embargo, los amantes de un día de Edith Piaf nos ponía la carne de gallina.”

Me toco ver a mis padres gozar con Elvis Presley, Bill Haley, Armstrong, los Platters. Con esta música viaja uno por el túnel del tiempo a la infancia, “Only youuuu.”

Casi todos hemos experimentado la orgía de la música, la sensación de placer, la de desvanecernos por medio de los sonidos, la sensación de amar sin saber a quién, de sentir la música como un trance espiritual. En la adolescencia y en la primera juventud, la música actúa verdaderamente como una droga. Todos la vivimos. Luego, sus efectos, por una razón que desconozco, se van pasando, se van aminorando. Dejamos de escuchar con la actitud abierta y de asombro propia de la juventud, y nos volvemos críticos. La mayoría de las composiciones musicales nos parecen repetidas, elementales, predecibles, y, sobre todo, repelentes. La música clásica es la única que se salva, la que nos sigue sonando lo suficientemente compleja para atraernos, lo suficientemente bella, interesante, la única que no que balbucea y habla con el lenguaje que entendemos. Lo otro se va convirtiendo en ruido.

Dice Ernaux: “La distancia que separa el pasado del presente quizás se mida por la luz esparcida por el suelo entre las sombras, deslizándose por los rostros, acentuando los pliegues de una falda, por la claridad crepuscular, sea cual sea la hora de la exposición, de una foto en blanco y negro.”

Pierre Boucher. Foto

Sí, las fotos en blanco y negro quizás sean mudas para los jóvenes de hoy, no para los jóvenes de ayer. Además, ya nadie imprime, ya nadie abre un álbum para mirar fotos. Para ver fotos, te pasan un celular. Nos hemos vuelto especialistas en mirar miniaturas.

“Habíamos cambiado de moneda, al franco nuevo, llevábamos pulseras de Scooby Doo, aparecieron los yogures de sabores y la leche en tetrabrik y el transistor. Por primera vez podíamos escuchar música en cualquier parte, en la arena de la playa, pegada al oído, en la calle mientras andábamos. La euforia del transistor era de una especie desconocida, la de poder estar solo sin estarlo, disponer a nuestro antojo del ruido y de la diversidad del mundo.”

A Erneaux le tocó la música del radio transistor y a nosotros nos tocó la era de los altavoces inteligentes y de los auriculares inalámbricos.

 Y dice cosas que nos hacen ver cosas:

“Las playas se llenaban los domingos de cuerpos en bikini al sol, indiferentes al mundo.”

“De los tímidos, de los que no se doblegaban a la ley del grupo, se decía que tenían complejos.”

“Teníamos a nuestro alcance todo para lo necesario divertirnos, el hula hoop, la revista Salut les copains, la emisión de televisión Âge tendre et tête de bois, pero no teníamos derecho a nada, ni a votar, ni a hacer el amor, ni siquiera a dar nuestra opinión.”

“La llegada cada vez más rápida de los objetos hacía retroceder el pasado: la gente ya no se preguntaba sobre su utilidad simplemente quería poseerlos y sufría por no ganar suficiente dinero para conseguirlos inmediatamente. (…) la curiosidad podía más que la desconfianza. Se descubrían los platos crudos y los flambeados, el steak tartare, la carne a la pimienta, las especies y el kétchup, el pescado empanado y el puré en copos, los guisantes congelados, los palmitos en lata, el aftershave, el Obao en la bañera y el Canígou para perros. Las cooperativas iban dejando paso a los supermercados donde a los clientes les encantaba tocar la mercancía antes de comprarla. Nos sentíamos libres, no pedíamos nada a nadie.”

“La gente no se aburría, quería aprovechar el tiempo”.

Para aburrirse hoy, uno tiene que estar enfermo o deprimido. El mundo está repleto de atracciones y de diversiones al alcance de todos. Los viejos tienen películas en casa, series y radio; juegos, música y noticias en el teléfono. Los jóvenes de hoy tienen derecho a todo y se sienten con derecho a todo. Mandan a sus padres y es de ellos el mundo. La juventud es poder. Los más viejos mirarnos con aprensión la tecnología y nos dejamos enseñar (y humillar) por los hijos cada vez que se presenta la ocasión. 

El libro Los años de Ernaux nos mueve el piso y nos deja con conciencia de que seguimos vivos.

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