Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

La ornamentación del cuerpo es un asunto serio

A menudo cosas que parecen superficiales tienen raíces profundas. Los adornos que usamos, sin saber muy bien ni por qué lo hacemos, pudieron haber tenido en sus orígenes un valor social importante.

Para entender algunos aspectos humanos del presente es necesario remontarse a los orígenes de la humanidad, ya que en el presente no cumplen la misma función que tuvieron en el pasado, pero siguen allí haciéndonos comportar de una manera que a los ojos de la razón parece absurda.

New Data on Upper Paleolithic Burials from the Sunghir Site | Institute of  Archaeology: New Expeditions and Projects 2010-2014

Del alto Paleolítico. Entierro con cuentas.

El adorno corporal puede ser atractivo o repulsivo, dependiendo del grupo social que lo juzga. Ver una persona cargada de collares, anillos o pulseras, ver peinados elaborados, tatuajes, cicatrices perforaciones, nos obliga a pensar en la función que cumple algo que usualmente cuesta tiempo, esfuerzo y recursos económicos. Se pregunta uno por qué el que se adorna se adorna así, ¿creerá que se ve más bello, o más atractivo sexualmente? No necesariamente. El adorno o su ausencia se utilizan para mandar señales sobre quién es uno, a qué grupo pertenece y dónde debe ser situado. Los adornos pueden embellecer, pero también afear; en algunos casos, estorbar o entorpecer los movimientos; llegar a ser dañinos para la salud, etc.

Este tema parece aclararse si investigamos su origen y nos remontamos al hombre del Paleolítico. Este, que en ese entonces era nómada, poseía en bienes lo que era capaz de llevar consigo. Uno se imagina que cargaba los objetos de máxima utilidad, tales como pieles de animales, que lo protegían del entorno, y herramientas para cazar y destazar las presas. Resulta que los arqueólogos han encontrado en las cuevas cantidades enormes de “adornos” para el cuerpo: cuentas para hacer collares, conchas, tallas con formas de caracol y dientes perforados, como para ser colgados. De las características de estos objetos se pueden hacer algunas deducciones: la primera, que los adornos eran considerados importantes. Su utilidad era probablemente social, porque los adornos sirven para mostrar la posición dentro del grupo (cuanto más costosos o raros, o difíciles de conseguir, más valor); y la segunda, probablemente servían para distinguir una tribu de otra. Los seres humanos somos tribales y la historia del hombre ha sido la de la guerra de grupos. Para saber a quién matar es necesario, en el desorden de la pelea, distinguirlo con facilidad. Es posible que el ornamento haya cumplido también esa función, y otras como las de facilitar la identificación de los miembros de la familia, de la tribu, del grupo.

Si es verdad que el adorno cumplió y cumple la función de aumentar el valor del individuo en su grupo social, entonces, el adorno debe ser costoso o escaso. Y así es. En estas piezas de la cultura Auriñaciense encontradas en distintas cuevas en Francia, Rumania, Italia, Alemania, Serbia y Croacia, y datadas por medio de radiocarbono con una antigüedad de 45.000 a 35.000 años, hay profusión de adornos personales, algunos instrumentos musicales y unas pocas figurillas talladas. En la mayoría, se aprecia una marcada preferencia por materiales escasos que se dejan tallar, pulir y brillar, como el talco, el marfil, la madreperla, el esmalte dental y el ámbar; además, estos materiales no estaban a la mano, y era necesario ir a buscarlos a lugares remotos. Otra manera de volver valioso algo es que para llegar a su forma sea necesario trabajar muchas horas en él o contar con una tecnología especial para hacerlo. Hacer una cuenta para un collar es una tarea que no solo demanda habilidad y conocimiento, sino muchas horas de trabajo manual.

En estas cuevas de Europa se han encontrado objetos de hueso, pero no del hueso del animal más común entre los habitantes del Auriñeciense: el caribú. Según los registros, el caribú podría haber sido la fuente del 94% del alimento; sin embargo, no hay adornos con dientes de caribú, ni tallas con sus huesos. En cambio, se han encontrado dientes perforados para colgar en collares, de lobos, hienas, grandes felinos, osos y, de un rango más bajo, de bisontes, caballos y también dientes humanos. Lo que sugiere que no se utilizaba lo que se consideraba común, aunque fuera fundamental para la supervivencia, y que, además, a los dientes se les atribuía un valor simbólico según su procedencia.

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Sin remontarnos al pasado humano parece irracional usar collares pesados, hacerse perforaciones en el cuerpo y usar bluyines rotos. Si se mira desde una perspectiva biológica, el que va adornado está dando señales sobre cómo quiere ser visto. Hoy no es necesario llevar las posesiones colgadas del cuello. A menudo, un más alto rango social se señala precisamente con la usencia de adornos. Cuando cualquiera puede tener acceso a un objeto, ese objeto deja de ser importante para señalar poder o jerarquía social. Las sociedades, en sus grupos, van refinando y creando más y más complicaciones en la señal para que la lectura del rango social sea “correcta” y no se infiltren falsificaciones. Lo interesante es ver que las cosas han cambiado y que mientras más refinada sea una persona, más racional y educada intelectualmente, menos querrá hacer cualquier tipo de diferencia social, pues sabe que una sociedad civilizada deberá minimizar estas estratificaciones, porque no son deseables y porque no convienen al bienestar del común (y esa persona se sabe parte de ese común). Lo mismo ocurre con las tribus y los nacionalismos: mientras más educación, menos tribalismo y menos nacionalismo. En la Tierra estamos todos y, a la larga, lo mejor sería disminuir las diferencias.

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