No sabemos hasta cuándo se remonta el inicio de la práctica de decorar el cuerpo humano. En los entierros de neandertales se han encontrado pigmentos rojos que presumiblemente se usaron sobre la piel y se han encontrado también cuentas para hacer collares. El adorno es más antiguo que el hombre.
Estéticas y mandatos culturales
Detrás de la práctica de decorar el cuerpo existen muchos motivos: cambiar la apariencia, pertenecer a un grupo o parecer más amenazantes como forma de disuadir a un potencial enemigo o fuerza extraña, entre otros, y entonces crear códigos estéticos de identificación, para embellecer o para deformar.
En los ritos de iniciación que todavía se practican en algunas partes del mundo se ejecutan distintas acciones en el cuerpo o, se podría decir, contra el cuerpo. Todavía existen culturas en las que se les corta el prepucio a los niños y los labios menores a las niñas. La práctica de mutilaciones, cortes, quemaduras, incisiones son acciones que buscan demostrar que el joven ya es un adolescente o un adulto con un sentido adecuado de pertenencia y valor.
Son tantas las formas de decoración que se han hecho sobre el cuerpo en innumerables culturas y épocas, que hacer un recuento sería tedioso; sin embargo, constatemos que para cada parte visible del cuerpo se han usado muchos tipos de adorno.
Con el pelo, hemos usado distintos peinados, lo hemos untado de barro, lacas, pegas, lo hemos teñido de colores y le hemos puesto estructuras para moldearlo y darle formas; hemos usado extensiones para alargarlo, gorros, coronas, pelucas, lazos y hebillas. Sobre las cejas, hemos usado cejas postizas, las hemos cortado, depilado y les hemos insertado piercings para los arcos superciliares. Las pestañas, las hemos encrespado, enroscado y las hemos rellenado con pestañas postizas. En la nariz, hemos usado narigueras. La boca, la hemos pintado con lápices labiales de toda clase de colores, y hemos perforado, estirado y deformado los labios hasta extremos absurdos con platos y perforaciones. En la lengua, hemos usado piercings y cortes, incluso hasta volverla absurdamente bífida. En los cachetes, hemos puesto colores, implantes y tatuajes. En la barbilla, hemos usado barbas postizas, barbillas de oro, extensiones de la barbilla, silicona. El cuello, lo hemos alargado a las malas forzándolo con anillos para presionar su alargamiento, y hemos usado collares, gargantillas, cadenas, cueros, bufandas para adornarlo. En el pecho, hemos usado pectorales, escudos, senos de silicona, aros, tatuajes. En el ombligo, piercings. En la cintura, cadenas y collares, cinturones, telas, flequillos, sonajeros, canutillos. Para el vello del cuerpo, usamos depilaciones, afeites y dibujos decorativos. En las piernas, hemos usado tatuajes, rodilleras, tobilleras, cadenas para los tobillos. En los dedos, hemos puesto anillos en las manos y en los pies, y pulseras y brazaletes para los brazos, manos y muñecas. En las uñas hemos puesto colores, lacas, extensiones y adornos. ¡Ah!, y en los dientes, los hemos usado artificiales, forrados de metales o teñidos incluso de color negro, y se han inventado adornos, incrustaciones de oro, de diamantes, de metales de distintas clases.
En resumen, a lo largo de la historia, el cuerpo humano ha sido usado como instrumento para comunicar estéticas, modas y mandatos culturales a través del adorno y la deformación, sin importar el daño o el dolor que haya que infligir para moldearlo según lo ordene la tradición o lo dicte la moda. No somos muy racionales. Todo esto suena tan primitivo como inevitable.
Ana Cristina Vélez
Estudié diseño industrial y realicé una maestría en Historia del Arte. Investigo y escribo sobre arte y diseño. El arte plástico me apasiona, algunos temas de la ciencia me cautivan. Soy aficionada a las revistas científicas y a los libros sobre sicología evolucionista.