Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

La “cuchibarbie” no entró

Entre el 15 y el 18 de marzo de este mes pasado se reunieron ciento cincuenta especialistas de la lengua española, provenientes de treinta países, para la séptima edición del Congreso Internacional de la Lengua Española, CILE. En el mundo, 500 millones de personas hablan español. Es diciente el que esta edición se haya realizado en Puerto Rico, pues muestra la importancia que  ha adquirido el español en los Estados Unidos de América; pero no solo eso, muchas palabras del  inglés se han ido integrando al español de manera informal, sobre todo en las comunidades hispanohablantes que viven en USA. Palabras como serendipia, kínder, güisqui, feminicidio, hacker, dron y tutear, del inglés, fueron incluidas en el diccionario de la Real Academia de la lengua, desde el 2014.

De otras, es increíble que no estuvieran incluidas desde mucho antes del 2014: chichipato, fan, mecato, liposucción, desguambilado, gay, porro, kafkiano, autogol, escanear, formateo, babosada, digitalizar, modem.

Hoy se discute si incluir las palabras: bótox, selfie, pilates y googolear, entre muchas. Incluso, en Puerto Rico se habló de incluir las palabras: cuchibarbie, troca (por truck, camioneta), hangear (por hang out, salir), pero no tuvieron éxito, no fueron aceptadas. Las palabras capúl, atarbán y verraco –que no es marrano sino más bien bellaco– no han entrado al diccionario, aunque en Colombia los verracos se corten de vez en cuando la capúl para no verse tan atarbanes. No obstante, impedir que entren al diccionario es fútil, solo impide que las escribas en textos académicos, pues en el uso corriente ya de hecho se han impuesto, y las lenguas no son lo que los expertos quieren que sean: se materializan en las palabras y en la gramática que la gente usa diariamente. Las posiciones conservadoras se terminan yendo a pique, porque el lenguaje hablado es juvenil, caprichoso y obstinado.

Cada día, nos guste o no, incorporamos más y más palabras del inglés, lo cual puede molestar a algunos, pero es inevitable, pues adoptamos las nuevas tecnologías que llegan antes que las palabras, y no dan tiempo de inventar nuevas. Solo los españoles insisten en llamar ordenador al comúnmente llamado computador, del inglés, computer.  Usan el ratón mientras el resto del mundo usa el “maus”. Al llegar al nuevo mundo, los españoles tuvieron que hacerlo con las frutas y especies nuevas que encontraron, como el tomate y el aguacate, pues, como dijo Borges sabiamente: “el nombre es arquetipo de la cosa”, y estas frutas maravillosas ya se llamaban ahuacatl y tomatl.

Hay muchas palabras y verbos que otros idiomas tienen y en español no existen, y nos vemos obligados a usar tal cual, como gestalt, como pentimento. Según el lingüista Steven Pinker, se necesitan las palabras Furbling, furbiar,   verbo que significaría el tener que andar entre una maraña de cintas en el aeropuerto, aunque no haya nadie más haciendo cola. Y Ciso, como ese instante en que descuelgan el teléfono al otro extremo y hemos olvidado a quién estábamos llamando.

Tampoco se puede acuñar una palabra porque sí, porque se quiera hacerlo, ni aunque se tenga mucho prestigio. El escritor y físico Jorge Wagensberg propuso una palabra muy necesaria, el verbo beldar,  que significaría apreciar la belleza y sentirla, pero nadie lo oyó y no se ha impuesto. Richard Dawkins, en cambio, tuvo suerte con la palabra meme, como unidad de trasmisión de conocimiento, pero el vulgo le cambió el significado, y se usa para referirse a imágenes o chistes que se hacen virales en la red.  La palabra exaptación tampoco ha tenido suficiente acogida, se usa más readaptación.

No hay que castellanizar las palabras, hay que sencillamente simplificarlas en la escritura y escribirlas como suenan. Como la palabra glamur, que viene del francés glamour, pero la escribimos glamur. Así, en vez de whatsapp, deberíamos escribir wasap y en vez de selfie deberíamos escribir selfi, ya que nadie, por más que quieran los académicos, va a sacar el celular para tomarse una autofotografía.  Como dice el escritor y periodista Ricardo Bada: castellanizar neologismos [güisqui, bluyín, pirsin, frízer, fuagrás, ranquin] atenta más contra la vista que contra el oído. Y eso que le faltó la peor de todas: sándwiches.

Este es un chiste gráfico del humorista holandés Peter van Straaten: una escuela visita un museo, y el maestro le dice a los alumnos: –Miren, chicos, eso es un desnudo.  Todo lo demás que hayan visto hasta ahora no son más que mujeres en pelota.

Así son las lenguas.

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