La belleza y el horror en algunas prácticas decorativas

En las culturas, a veces en la apariencia se ponen de moda estilos que supuestamente buscan la belleza, pero que en realidad van en contra de la salud y de la misma belleza. Hoy, entender la razón de los tatuajes, del uso de piercings, de las deformaciones de los labios, de la lengua, de los huecos enormes en las orejas o en cualquier parte del cuerpo, no es fácil. La gente copia lo que otros hacen, y así, por culpa de la obediencia humana, por falta de rebeldía, por la incapacidad de pensar autónomamente y de practicar la crítica, se van multiplicando acciones cuestionables. Cuando a esos que se deforman partes del cuerpo se les pregunta por qué lo hacen, dicen que porque se ve bien. Eso de verse bien, más que obedecer a un criterio estético flexible, responde al miedo de no pertenecer, de quedarse por fuera, de perder identificación con el grupo escogido.

Cuando vemos con perspectiva las modas, vemos lo tontas, lo dañinas que pueden llegar a ser. Sin poderlo demostrar, supongo que, en el caso del cuerpo femenino, muchas veces la deformación del cuerpo puede tener su origen en el deseo machista de mantener a la mujer bajo control. En la historia cultural humana, no es rara la dominación masculina sobre la mujer para que su fidelidad sexual esté garantizada. Por eso se les inculca a las niñas la “necesidad” de unas ciertas prácticas bajo la premisa de que así serán más atractivas.

Veamos dos modas, ya en desuso, que fueron practicadas, y una más que todavía está en uso.

La práctica de la deformación de los pies, o práctica de Loto dorado, como se llamaba, comenzó en China en el siglo 10 y duró hasta principios del siglo 20. ¿Cómo empezó? No sabemos. Algo tan absurdo debe tener un origen muy caótico. La premisa era que los pies pequeños eran elegantes.

Inicialmente, se sometía solo a las niñas aristocráticas; luego, como es lo usual, fue copiada por las clases sociales inferiores. Alrededor de los cuatro años, con los huesos de los pies flexibles y en desarrollo, se sumergían los pies en agua caliente para luego vendar los dedos hacia adentro, hacia la planta del pie, dejando el dedo gordo libre. El talón era atado hacia adelante, con el objetivo de crear un arco grande, de manera que el pie quedara más pequeño longitudinalmente y más puntudo también. Cada cierto tiempo se renovaba el vendaje, para aumentar la presión y lograr la deformación completa. Por supuesto el proceso era muy doloroso. Los pies deformados se volvían más vulnerables a las infecciones y a las fracturas; además, las mujeres quedaban lisiadas de por vida y necesitaban ayuda para hacer su vida cotidiana.

Esta cruel práctica duró 10 siglos, porque a las mujeres con pies normales les era más difícil contraer matrimonio. En este caso la dominación sobre las mujeres es evidente, ya que con esos pies ellas no eran capaces de moverse con agilidad (les quedaba imposible volarse de la casa). En 1912, con el establecimiento de la República de China, se prohibió oficialmente esa práctica, aunque la tradición continuó en las áreas rurales durante algún tiempo.

Los dientes negros, o Ohaguro, fue una práctica muy usada en Japón desde el siglo 10 hasta el 19, en la que se ennegrecían los dientes con una solución de limaduras de hierro y vinagre. La premisa era aumentar la belleza. Hay que tener en cuenta que es muy común en las distintas culturas la imposición de acciones y efectos artificiales sobre la apariencia natural, precisamente para mostrar cultura (los modales en la mesa, los protocolos de saludo y otros).

Cito de Wikipedia el siguiente párrafo, porque deja ver este punto con nitidez:

“Las primeras referencias escritas en Japón sobre el ohaguro aparecen en el Genji Monogatari del siglo xi¹⁴​ y en el cuento Mushi Mezuru Himegimi, en español La princesa que amaba los insectos, del siglo xii, incluido en el Tsutsumi Chūnagon Monogatari. En el relato se considera que el excéntrico comportamiento de la protagonista es menos reprobable que su repugnante aspecto natural y una doncella describe sus cejas sin depilar por completo como «orugas peludas» y sus dientes sin teñir como «orugas sin piel»,¹⁵​ mientras que un capitán de la guardia que muestra atracción por ella se ve repelido por su falta de maquillaje y, sobre todo, por sus dientes que «brillaban horriblemente cuando sonreía»”.¹⁵

Un gran número de occidentales que visitaron Japón cuando esta práctica estaba en auge describieron el ohaguro como: “una aborrecible costumbre japonesa que desfiguraba a sus mujeres”. Otros dijeron que las mujeres eran hermosas mientras no sonrieran. Algunos occidentales conjeturaron que el propósito de esta práctica era hacer a las mujeres poco atractivas de manera intencionada, para evitar potenciales relaciones extramaritales.

En Vietnam, también se les teñían los dientes a las mujeres para hacerlas casaderas y para demostrar civilización. Existía la idea de que los dientes blancos eran propios de los animales, los salvajes y los espíritus malignos. Los hombres se teñían los dientes de rojo, y las mujeres, de negro.

La mutilación genital femenina (MGF) es una práctica que todavía está vigente en diversas culturas. Es relativamente común y no tiene un origen específico ni se limita a una región geográfica o grupo étnico. Se ha practicado en varios lugares del mundo, incluyendo África, Medio Oriente, Asia y algunas comunidades en América Latina. Es difícil determinar con precisión cuándo comenzó la práctica de la mutilación genital femenina.

Ha sido justificada por muchos usando premisas falsas o dudables: que la vulva se verá más bella, que acerca a la mujer a la pureza y la virtud y preserva la virginidad (todas esconden la dominación masculina).

Con la fuerza de algunas feministas que se le han metido de frente a luchar contra este abuso, se ha logrado al menos que se condene internacionalmente y se considere una violación de los derechos humanos (aunque no se ha dejado de practicar). La ONU y otras organizaciones internacionales han llevado a cabo campañas de concienciación y esfuerzos para erradicar la mutilación genital femenina, abogando por cambios culturales y legales. Desafortunadamente, los relativistas culturales y los antropólogos posmodernos la justifican y apoyan.

No vemos el bosque porque nos lo tapa el árbol. No es fácil tener perspectiva sobre lo que ocurre todos los días a nuestro alrededor. Entrenar el sentido crítico, la racionalidad, es la mejor opción para defendernos de las tendencias destructivas que nos rodean y nos rodearán siempre.