El poeta León Gil le hace un homenaje a Jaime Alberto Vélez. Con su permiso, lo he puesto en este blog, Catrecillo.

Fusilado: Jaime Alberto Vélez

Una tarde de comienzos de febrero de 2003 ingresé a la universidad por la portería de Barranquilla y caminé directamente hacia el bloque 12, subí al segundo piso, y lo primero que leí, pegado a una columna, fue un cartelito que decía: “La Facultad de comunicaciones de la U. de A. lamenta la muerte del profesor Jaime Alberto Vélez”. Incrédulo y consternado me dirigí de inmediato a la oficina de mi viejo amigo Carlos Alberto Rincón, compañero de nuestro admirado Jaime Alberto. No lo saludé. Solo le pregunté desde la puerta: ¿es cierto? Entristecido lo confirmó con la cabeza.

Hace veinte años (1 de febrero de 2003) murió el poeta, profesor, ensayista y escritor antioqueño Jaime Alberto Vélez. Y como bien señala Pablo Montoya, “Nadie lo homenajeó como se lo merecía. Esperamos en vano que El Malpensante le dedicara más que esa avara nota necrológica que escribió en su momento. En Medellín apenas un ceniciento dossier de dos textos se le hizo en una revista más para académicos que para escritores. Jaime Alberto era lo segundo así se ganara la vida en los claustros de la enseñanza. Y creo que al verse homenajeado en esas páginas se hubiera reído con ironía si es que existe el más allá para los escritores” (en su recomendable artículo Jaime Alberto Vélez: una amistad interrumpida).

Recuerdo una tarde de 2002 que pasé por su oficina –como solía hacerlo de vez en cuando-, en el segundo (¿o tercero?) piso del Bloque 12, de la Facultad de Comunicaciones de la U. de A. Me contó que había escrito un texto para su participación en las Segundas Jornadas de Literatura Comfama; y me preguntó si podía leérmelo (“a ver cómo suena”). Obviamente le dije que para mí era todo un privilegio. Y le di las gracias.

Pero antes de leérmelo me invito a “tinto” (siempre invitaba él, jamás me permitió pagar algo). Un tinto que nunca era tinto, pues siempre me convencía para que pidiera un jugo, en lugar de tinto o gaseosa.

Salimos de su oficina, era un tanto más bajito que yo (1,80 m.). Caminaba muy recto, enfundado en unos Jean de bota estrecha, y unas botas como de vaquero del oeste (también lo recuerdo; no sé por qué, con camisa leñadora). Tenía una voz grave, recia y sin afectaciones. Y mientras hablaba no dejaba de mirar directamente a los ojos, con unos grandes ojos, más grandes aún tras sus lentes de aumento. Siempre presto a la risa, como; por ejemplo, cuando le hacía algún comentario sobre algún ciudadano o ciudadana que cruzaba frente a nuestra mesa.

Fue así como aquella tarde de 2002 me leyó su memorable texto titulado La pequeña narradora y la hija del librero. (Esta y las demás ponencias fueron publicadas en 2003 por Comfama, en un libro. También puede leerse en Internet).

El poeta invisible es la segunda “novela” de un volumen póstumo de Jaime Alberto Vélez (1950 – 2003), que publicara en 2005 la Editorial Universidad de Antioquia, titulado La baraja de Francisco Sañudo / El poeta invisible.

Dice en el prólogo Luis Fernando Macías que La baraja de Francisco Sañudo y El poeta invisible harían parte de una trilogía de novelas, y que “En el momento en que le llegó la muerte, ya se había decidido a publicar La baraja de Francisco Sañudo en la Editorial Universidad de Antioquia; El poeta invisible se salvó de ser destruido – se dice que Jaime Alberto, fiel a Kafka, ordenó quemar todo material inédito- quizá porque hacía muy poco había concluido la última versión; en cuanto al tercer texto, se ignora si conservó alguna copia, o si fue quemado, debido a que no había sido revisado en forma definitiva como los otros dos”.

La baraja de Francisco Sañudo y El poeta invisible son dos “historias” poco o nada creíbles; y nadie se atrevería con plena seguridad a llamar ‘novelas’ a estos hermosos híbridos de cuento breve, relato corto, ensayo, poema en prosa y poesía en versos; aunque en la carátula del libro viniera un rótulo indicando que ‘ESTAS SON DOS NOVELAS’.

La baraja de Francisco Sañudo consta de XLV sólidos poemas que el profesor Francisco Sañudo compuso para que sus alumnos aprendieran la técnica de la lectura en voz alta; una “cartilla de lectura” que; por una absurda eventualidad, se convertiría en una suerte de baraja que iba a ser utilizada como un método de adivinación más. Lo que de hecho constituye una cruel ironía; pues este brillante y silencioso maestro de escuela consideraba “…que su deber consistía en alertar a la población sobre el engaño que se esconde detrás de creencias y de prácticas agüeristas”.

La baraja de Francisco Sañudo es una historia breve, pues la mayoría del texto lo constituye los 45 impecables poemas en prosa; que con su constante y espléndida ironía nos regala indelebles sonrisas; aun en el fatídico final de la “novela”.

Todos los títulos de los 45 textos corresponden a una cosa, animal u objeto, precedida de su correspondiente artículo: El Agua, La Mosca, La Luna, La Cabra, La Boa, La Mina, La Luz, La Baraja, La Letra, La Tempestad, La Rosa, etc. Acá van estas dos últimas:

 

V

La Tempestad

 

Esta perturbación de la atmósfera viene, por lo común, acompañada de vientos huracanados y de continuos relámpagos. Aunque intensa y prolongada en ocasiones, puede llegar también a la rapidez y a la brevedad. Jamás sobreviene de improviso y, más bien, se hace anunciar por algunos fenómenos característicos como un aire de luto y una fatiga en las alas de las aves. Sus primeras gotas sobre la tierra calcinada se consideran un canto de vida; sus últimas, un treno desaforado. Nadie se cansa de celebrar la calma que la sigue.

 

XXXIV

La Rosa

 

Nada comparable al despuntar de su hermosura. Parece como si toda la naturaleza se entregara a su exclusivo cuidado, desplegando en ella la suma de sus prodigios. Con un movimiento imperceptible se abren sus pétalos, delicados, firmes, inútiles. Mecida o agitada por el viento, agota la imagen misma de la libertad, es decir, frágil e indómita al mismo tiempo. Pero nada en verdad tan efímero como su reinado, y el desprendimiento de uno solo de sus pétalos desencadena ya duelos y ruina. Es como si, de propósito, la naturaleza entera hubiera decidido abandonarla.

El protagonista de El poeta invisible es un contador público que renuncia a ser un poeta que escribe poemas propiamente dichos, por el pudor y el “prejuicio” que le produce el llevar el mismo nombre del poeta boyacense Julio Flórez Roa (1867- 1923):

“Se llamaba Julio Flórez, como el poeta, y por esa razón desde niño se le creyó destinado a la poesía. Con el correr del tiempo, sin embargo, una duda terminó por minarle el ánimo: Julio Flórez, poeta, no podía existir sino uno. De modo que, más que sentirse convocado a la poesía, Julio Flórez entendió que no tenía cabida en ella. De un momento a otro se supo condenado a vivir por fuera de una actividad que, no obstante, seguiría acompañándolo por el resto de sus días.

Con el fin de huir de esa estorbosa marca bautismal, se esforzó cada día en suprimir de su apariencia y de sus modales todo indicio que pudiera evocar la imagen de un poeta. A pesar de las exigencias de la moda, rehuyó el traje oscuro, el sombrero de fieltro, la melena en desorden y la camelia blanca en la solapa. Su voz, firme y recia, parecía educada más para amansar la indocilidad de ciertos animales, que para la recitación pública. Que se sepa, nadie le escuchó jamás una expresión conmovedora o una palabra al menos que permitiera deducir su oculta condición. A tal extremo llegó que, de su trato habitual, suprimió los signos de admiración, tan esenciales a la poesía de su tiempo. En el abismo de su corazón, las frases se despeñaban sin producir ruido.”.

(He ahí un perfecto; aunque no acabado, autorretrato de Jaime Alberto).

Las siguientes reflexiones del personaje también retratan fielmente su irónico pensamiento:

“Si se mira bien, la publicación, así sea de un solo verso, revela en el fondo un acto de soberbia, una muestra de la alta estima en que el poeta se considera a sí mismo. Aun en el poeta más humilde y modesto en apariencia, reside un hombre vanidoso y fingido.”

“El exceso de poesía contribuye a su desprestigio, de la misma manera como ninguna piedra preciosa debe su valor a la abundancia. El misterio de la poesía se debe, en buena medida, a su misma rareza y exclusividad. Cuando se ve poesía por todas partes, lo más probable es que no exista poesía por ninguna parte.”.

La poesía existe; “según Julio Flórez”, no por la abundancia y riqueza de las palabras, sino por la falta de ellas. De tal manera que “un poeta, en rigor, no crea, sino que sustituye.”.

La tesis anterior la sustenta el poeta con ejemplos como estos:

“La conocida afirmación:

Algo se muere en mí todos los días

Alude, en rigor, a una realidad que podría denominarse, no mediante una expresión –llamada presuntuosamente verso-, sino por medio de una sola palabra.”.

Y:

“…De esta carencia se aprovecha el poeta para escribir:

Ojos como las selvas de los Andes:

Misteriosos, fantásticos y oscuros.

Hablando con rigor, ¿no proponen estos dos versos la definición de un vocablo posible y útil? ¿No buscan como función precisar una realidad específica? En suma, ¿no se evitaría un rodeo innecesario si existiera una palabra para nombrar esta clase de ojos?

En el soneto “Fulminado”, Julio Flórez, el homónimo, se refiere al caso de un viejo toro, muerto por la acción de un rayo. En el último terceto se lee:

Y desde la llanura dilatada,

sube, como un reproche lastimero,

¡la gran lamentación de la vacada!

¿Conservaría su sentido este poema en caso de existir una palabra para nombrar la queja lastimera de una manada ante el dolor o ante el peligro? Se evidencia, en conclusión, que la poesía empieza donde se agotan las palabras.”.

Con tal propósito, el Poeta invisible se dedica a escribir en las márgenes de sus libros de contabilidad (Albaquías) una serie de cosas, hechos, pensamientos, sentimientos, sensaciones y acciones para los cuales no existen términos precisos que los definan. Son 131 términos que debería inventarse para igual número de definiciones de palabras imaginarias propuestas por el poeta y contador Julio Flores. Pero ojo, advierten el autor y el protagonista que no se trata precisamente de crear neologismos…

En fin, es un libro profundo y bello, que quizás podría interesar no solo a lectores ociosos y amorosos, sino a aquellos interesados por asuntos como de la semántica, la filología, la lingüística, el ‘arte poética’, etcétera.

Acá va una muestra de esas definiciones propuestas por Julio Flores en sus albaquías:

5

Fatiga y melancolía producidas por un largo viaje

7

Temblor y torpeza de la mano en el instante de tocar por

primera vez una piel largo tiempo deseada.

8

Medida de capacidad relativa al cuenco de la mano.

10

Una bandada de aves y una manada de rumiantes juntos en una pradera.

12

Ultimo animal de una larga fila.

13

Nombre de la mirada capaz de rivalizar activamente con otra.

16

Verbo para expresar la acción de comer sin saborear los alimentos.

19

Laxitud de la cola del ratón que cuelga de la boca del gato.

20

Ultimo latido del corazón.

22

Fruncimiento involuntario del ceño ante una luz hiriente.

23

Destierro que se produce dentro de la tierra natal.

29

Personas nacidas en la misma fecha.

30

Ansia de morir.

32

Gesto de sumisión del esclavo en presencia de su amo.

35

Castigo que se inflige equivocadamente a un inocente.

36

Fruslerías que dan vueltas en el cerebro después de una labor intelectual intensa.

40

Sedimento espeso que deja en el alma un período de rutina y de monotonía

42

Gesto que se realiza levantando la ceja derecha para denotar incredulidad.

50

Mosca obcecada que insiste en posarse en el rostro de una persona.

51

Barco viejo, varado en tierra.

52

Elevación notoria de la voz en ciertos pasajes de la conversación habitual.

54

Resto de vida que, en un momento dado cualquiera de su existencia, le queda a un ser humano por vivir.

57

Sangre humana recién derramada sobre la tierra.

58

Emoción íntima que, por más que se quiera, no llega a traducirse en palabras.

59

Lluvia iluminada por el sol.

60

Plegaria angustiosa proferida en el destierro.

62

Experto falsificador de cuadros.

64

Ciudadano ejemplar, enemigo de las leyes.

65

Lugar libre del fuego, pero próximo a incendiarse.

66

Acto de pronunciar dos personas la misma palabra al mismo tiempo.

69

Idiota que en ocasiones llega a razonar con gran lucidez.

71

Desamparo que sobreviene en medio de la abundancia y de la riqueza.

72

Reunión de personas en silencio.

74

Deseo que una vez realizado produce arrepentimiento.

80

Verbo para expresar la acción de dormir poco y mal.

81

Distancia entre los incisivos superiores e inferiores con la boca abierta.

82

Mujer hermosa aunque poco deseable.

84

Vacio ocasionado por la ausencia del ser amado.

86

Acto de cambiarse el anillo de una mano a otra con el propósito de ayudar a la memoria.

90

Cariz o tonalidad propia de cada sentimiento.

92

Ruido natural producido por los animales, la vegetación y las fuentes del campo.

96

Franja de paisaje que deja ver el marco de una ventana.

98

Experto en minucias y conocimientos de poca monta.

99

Victoria obtenida por error o incapacidad del rival.

100

Relación amorosa establecida mediante mentiras y artilugios.

102

Período de duelo después de una relación amorosa.

104

Acto de ponerse la mano sobre la frente a modo de visera.

108

Gotas fuertes y esporádicas de lluvia que no hacen parte del aguacero.

109

Ropa puesta a secar en una cuerda.

112

Cesación repentina de la fatiga.

116

Realización de un deseo largamente postergado.

119

Capacidad para olvidar selectivamente.

121

Acción de entrecerrar los ojos con el propósito de enfocar mejor.

122

Estado de ánimo que embarga al niño cuando sabe que será reprendido.

123

Situación en la que resulta imperativo actuar.

126

Gesto fingido de atención en mitad de una conversación carente de interés.

129

Entre ladrones, pulcro y recio proceder en la repartición del botín.

130

Lugar que corresponde a un libro en la biblioteca.

131

Instante en que el número de seres humanos vivientes iguale al de todos los que han muerto.

 

Por último quisiera decir algo que no es un secreto para quien haya leído el libro y conocido un poco a su autor: El poeta invisible es Jaime Alberto Vélez, es su alter ego, al igual que francisco Sañudo; ambos son un pretexto para desplegar su poderosa y espléndida inteligencia en el ejercicio de su permanente e indeclinable satura (sátira, ironía) entre clásica y moderna, para expresar sus profundas y bien sustentadas ideas y conceptos en torno a la poesía y la literatura; incluyendo, por supuesto, a escritores y poetas y a todos aquellos que de una u otra forma participaran del mundo de los libros; inclusive, a las esposas de los escritores.

Jaime Alberto Vélez fue su áspero, incisivo e incesante crítico. No es gratuito que el apellido del maestro Francisco sea Sañudo: “Que tiene saña o es propenso a ella”; Saña: “Furor, ira, enojo; intención rencorosa y cruel”. Tampoco es gratuito que a su Julio Flores lo llamara El poeta invisible; pues, en efecto, eso fue Jaime Alberto Vélez en el ámbito de la poesía y la literatura; como en el social y académico.

Yo no tengo ningún recato, ningún pudor en hacer alarde de la alegría y el orgullo que me proporcionaron; en medio de los jugos (que el poeta prefería a las gaseosas o los tintos… No fumaba ni bebía), las charlas con semejante hombre, escritor y poeta. Jamás dejaré de extrañar su presencia, de añorar su escritura y de preguntarme qué pensaría de esto y de aquello.

Esto es mi personal, y casi que íntimo homenaje.

León Gil.

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