Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Estar a la moda, una forma de depredación

El vestido, el atuendo, todos los sabemos, es una de las formas de dar señales de estatus y afirmar una posición jerárquica en la sociedad. El vestido es la piel por la que nos reconocen, es la forma más directa de fenotipo extendido. Si la ropa no estuviera relacionada con lo que “valemos” socialmente, no sería un asunto tan serio e impactante en las economías de los países. Y por tener esa importancia en la economía, y repercusión en la vida personal, es necesario aclarar la relación ética que deberíamos tener con el vestuario y la moda; también es importante que nos preguntemos por sus procesos, sustentabilidad, criterios de valor e impacto en el medio ambiente.

Es innegablemente importante lo que llevamos puesto, pero ¿cuánta ropa necesitamos, cuántos accesorios, zapatos y carteras? La respuesta difiere según la cultura, el nivel económico y la época. Algo inolvidable y sorprendente en la biografía de Camille Claudel, escrita por Anne Delbée, es el dato de que en su vida de adulta, Camille tenía solo un vestido para cambiarse. No era excepcional, era la norma, lo común. Con los zapatos ocurría lo mismo: la gente tenía uno o dos pares, y se consideraban suficientes.

Una manera de ser zombis es seguir la corriente, dejar que el mercado nos obligue a consumir de la manera que los interesados en ello lo decidan. Es difícil, pero no imposible, poner algo de conciencia sobre el propio comportamiento. Cada cual puede tomar pequeñas decisiones para afectar el planeta y a sus habitantes de una forma menos negativa.

Hay muchos aspectos que debemos considerar, desde la cantidad, los costos, los procesos, hasta la durabilidad. ¿Cuántos pantalones, cuántas camisetas necesitamos para estar satisfechos, para sentirnos cómodos y bien vestidos? Los seres humanos parecemos ardillas recolectando frutos; lo dice el tamaño de los closets, cada día más y más grandes, pues somos acumuladores, nada nos parece suficiente, somos antojados, sentimos que tenemos que tener alguna cosa de cada nueva microtendencia, obedecemos al mercado, compramos incluso para usar unos pocos meses y luego botar. Ya también existe ese concepto en la moda: fast fashion, moda rápida, no importa que los artículos no duren, pues fueron diseñados para una temporada de tres meses y luego ser desechados. La basura en el mundo crece, hacemos montañas de basura. Cuántos artículos de los que cada persona posee han sido usados durante más de diez años —muy pocos— será la respuesta de la mayoría. ¿Por qué no usar lo que todavía sirve y está bueno, por qué hacer caso de la moda y desechar una prenda por una nimia razón? Es triste dejar de usar un jean, en perfecto estado, porque tiene la bota muy ancha, por ejemplo.

Ahora detengámonos en el costo, no el que pagamos por los trapitos, pues cada día se hace ropa y accesorios más baratos, preguntémonos por el costo ambiental y social.

80.000 millones de piezas de ropa se venden cada año en el mundo; 400% más que hace 10 años. Cada prenda necesita cantidades de agua, tinturas y químicos para sus teñidos y desteñidos y para sus procesos, dando lugar a aguas residuales contaminadas que van a dar al mar. Accesorios como hilos, botones, marquillas y suelas, y materiales como caucho, cueros y plástico se suman a los procesos manuales, que podrían significar trabajo digno, pero que desafortunadamente se han convertido en formas camufladas de esclavitud.

Las cuatro marcas que más cantidad de artículos de moda y ropa rápida producen son Zara, H&M Gap y Fasta Retailing. Sus ventas del año pasado fueron 72.000 millones de dólares, superaron las ventas del 2013 en 25.000 millones de dólares. Y cada día producen ropa más barata, debido a que sus centros de producción utilizan mano de obra casi regalada, de países pobres como Bangladesh, China y Cambodia. Mano de obra no solo barata sino que, además, no otorga seguridad social a los trabajadores.

El capitalismo rampante hace pensar en el libro Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, de Jared Diamond. Los empresarios de las grandes compañías se deberían preguntar por el futuro, pero a más largo plazo, y no solo el de crecer las utilidades, sino en el impacto que producen sus productos. Cada cual piensa en su propio beneficio, todos depredamos y cuanto más mejor. Luego no queda nada para nadie, así ocurre el colapso.

Regalar la ropa usada en caridad no es una manera de quitarse el problema de encima. El consumo indiscriminado es depredación indiscriminada y es reprochable. Si se sabe de los recorridos del ser humano por el planeta es en parte porque se puede averiguar qué animales habitaban las regiones y hasta cuándo lo hicieron. Cuando pasan los hombres por la región, los animales de manada desaparecen, casi en su totalidad, y así es como se ha ido rastreando la trayectoria de los humanos sobre la faz de la tierra.

Podemos ser consumidores inteligentes. Podemos comprar muchísimo menos y con la intención de que los objetos, de todo tipo, nos duren más tiempo. Tenemos que pensar dos veces antes de adquirir, estar más convencidos de la necesidad de lo adquirido, dejar para después la decisión de comprar cuando tenemos el deseo primario, infantil, de consumir, de adquirir, de sumar a la gran colección que ya se arruma en el closet de la casa, y pensarlo mejor. La mayoría de las veces, si esperamos un rato, nos damos cuenta de que se trataba de otro antojo superfluo. Hay que tomar la decisión de no colaborar con ninguna clase de fast fashion, o moda rápida. Mejorar el estatus o mantenerlo, si depende del vestuario, como lo es en muchos casos, y si la persona lo considera muy importante en su vida, con seguridad se puede lograr con unas pocas prendas, racionalmente escogidas.

 

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