«El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges».

Aunque el progreso moral en el mundo sea innegable, ver, con los ojos muy abiertos lo que está pasando, la destrucción de todas las edificaciones en Gaza, el asesinato de 50.000 palestinos, niños y mujeres en su mayoría, y los bombardeos sobre Irán, además de las respuestas del país atacado, no es obsceno, pero sí es tortura.

Para la población del mundo a la que nos duele es, individualmente y con distintos grados de dolor, una permanente sensación de malestar, de impotencia y por tanto de desesperación, que aumenta. Cuando creemos que ya no puede haber más maldad, más violencia, y más injusticia, todavía hay más.

¿En dónde buscar consuelo? En la idea de los físicos sobre el tiempo. Si este no existe, si todo lo que creemos que va a pasar ya ha pasado, entonces no hay por qué seguir sufriendo.

La explicación de la no existencia del tiempo está aquí en este capítulo (que copio y trasformo un poco) de la novela Casi de piedra[i].

Como te dije hace días, Teresa, mi vida no es la misma desde el día en que descubrí que vivimos sumergidos en esa ficción de la mente que llamamos “tiempo”. Sentimos que nuestras vidas transcurren inmersas en un teatro sin muros ni fronteras. Tres dimensiones se extienden sin límites a lo largo, ancho y alto del espacio infinito. Una cuarta y misteriosa dimensión, un río etéreo hecho de tiempo, lo va permeando todo. No éramos nada antes de nacer, pero el mundo estaba ahí, y la historia transcurría sin nuestra presencia. Y el río seguirá su curso aun cuando ya no estemos.

¿No te parece extraño? Quiero convencerte de que nuestra sensación de vivir sumergidos en un continuo de hechos pasados, presentes y futuros es solo una alucinación, una qualia de la mente, no muy diferente de nuestra sensación del rojo o del azul, o de la vivencia inefable del dolor o del sufrimiento. Después de años, me he convencido de que el tiempo es solo un espejismo, es el reflejo de la organización interna de la memoria en nuestra mente. Borges ya lo había sospechado cuando asimiló a la memoria y a la música con misteriosas formas del tiempo. ¡Ah!, solo poesía…, podrías pensar, pero no es así como te lo quiero hacer ver.

En su teoría de la relatividad, Einstein sugirió aquel célebre gedankenexperiment de dos gemelos en el que uno se embarca en un viaje sideral hacia un planeta remoto, y regresa treinta años después, más viejo, solo para comprobar que su hermano idéntico, y todos aquellos de su generación, llevan veinte siglos enterrados: en su ausencia, dos milenios han transcurrido en tiempo terrestre.

Como tantas otras consecuencias de su teoría, la localidad del tiempo ha podido demostrarse con relojes atómicos puestos en órbita alrededor de la Tierra. Al cotejar las bitácoras de sus viajes por la estratosfera con sus contrapartes en el laboratorio, los científicos han podido observar discrepancias de millonésimas de segundo. Pero que nadie se engañe, pues esas pequeñas diferencias podrían medirse en siglos si el mismo experimento se realizara alrededor de una estrella muy densa, y llegaría a convertirse en una eternidad si orbitáramos el horizonte de eventos de un agujero negro. Recuerdo que en nuestro seminario demostramos alguna vez que tu vecino del mezzanine ha envejecido más, unas diezmilésimas más de segundo, solo por vivir algunos metros más alejado del centro de la Tierra.

Quiero que imagines algún planeta distante orbitando una estrella miles de veces más voluminosa que nuestro Sol. Parece sensato afirmar que mientras yo converso aquí, contigo, y de manera simultánea, una ola en alguno de los océanos de ese mundo remoto se rompe contra un arrecife. Creemos que esos dos eventos deben ser, o bien simultáneos, o uno de ellos debe suceder primero que el otro. De esta dicotomía, al menos, no tendríamos la menor duda. A pequeña escala podemos verificarla día a día: mientras desayuno, el pan se quema en el horno, o hierve el café. Y si ello no ocurre al mismo tiempo, es porque el pan aún no se ha quemado o porque ya hirvió el café. De ahí que nuestro cerebro dé por sentada la existencia de un tiempo universal, uno que transcurre para nosotros igual que para el pan y el café, y el cual sería el mismo para cualquier objeto en cualquier otro lugar del universo.

Pero si nuestra vida transcurriera en un mundo subatómico, las diferencias entre los tiempos propios de la cafetera y del pan serían tan diferentes que ningún Newton hubiese soñado jamás con un reloj universal. De hecho, en el laboratorio podemos observar partículas efímeras solo porque en nuestra cronología logran perdurar una fracción de segundo, una eternidad medida en sus relojes internos. Sin relojes universales que gobiernen el orden de los distintos eventos en el universo, la noción de simultaneidad carece de sentido. Es como preguntarse qué ocurre en Buenos Aires en el preciso momento en que Macbeth asesina al rey Duncan. En el universo, como en dos novelas diferentes, cada trama se desenvuelve en un tiempo propio que no admite comparaciones. Los referentes temporales son siempre locales, subjetivos, únicos. El tiempo en nuestro universo, o por lo menos aquel que nos describe la física, solo existe como un orden parcial en el tejido del espacio-tiempo. En el universo de Einstein, el pasado, el presente y el futuro hacen ya parte de la estructura en su conjunto. Podemos imaginar este modelo del mundo como una gran pieza de mármol en forma de cono, de altura infinita, cuyo único vértice señala el comienzo del espacio y del tiempo, ese umbral inimaginable que separa la existencia de la nada. La estructura se va ampliando a medida que ascendemos por la vertical, y el cono se ve atravesado por curvas que ascienden y que describen la historia completa, la línea de mundo de cada partícula en el universo.

Si lanzas al aire una moneda, esta caerá de manera impredecible en cara o en sello. Pero si tuviésemos información sobre las circunstancias íntimas del experimento; por ejemplo, si conociéramos con absoluta precisión la densidad de la moneda, su forma geométrica, las fuerzas que actúan sobre ella, la presión atmosférica, la temperatura del aire…, podríamos entonces hacer el pronóstico inequívoco, por ejemplo, de que caerá sello. En consecuencia, lo que llamamos “azar” no tendría en realidad nada de aleatorio y no sería otra cosa que ignorancia manifiesta. O al menos de esta manera argumentaría un físico clásico.

Los experimentos más recientes con “monedas cuánticas” nos muestran que esa ignorancia manifiesta resulta inevitable. Si en una hoja de papel hacemos dos rendijas delgadas, separadas apenas unas cuantas centésimas de milímetro, y hacemos pasar fotones a través de ellas, observaremos un patrón de interferencia lumínica al proyectar el haz de luz en una pared alejada unos cuantos metros. Es como si cada fotón hubiera atravesado ambas rendijas simultáneamente. Pero si nos negamos a aceptar la posibilidad de que un objeto ocupe dos lugares al mismo tiempo, y tratáramos de averiguar la rendija por la cual ha atravesado el fotón, por ejemplo, arrimando muy cerca un medidor, entonces notaremos que el patrón de interferencia desaparece. La naturaleza parece confabularse con los fotones: si sabemos la rendija por la cual atravesaron, la interferencia desaparece; mientras que, si la desconocemos, el patrón aparece de nuevo. Dicho de otro modo, si no disponemos de información para predecir entre dos posibles resultados de un determinado experimento, entonces la naturaleza subraya nuestra ignorancia mostrando un resultado mixto, como si nos dijera: “De acuerdo con tu conocimiento, ambos resultados deberán ser juzgados igualmente probables”. Pero la misma naturaleza se manifiesta de forma diferente cuando, de alguna manera (aunque lo ignoremos), hubiéramos podido predecir uno de los resultados con base en la información disponible en el momento. Así, azar e ignorancia se vuelven indistinguibles, se confunden, se convierten en sinónimos.

El hecho de que en el mármol einsteniano ya se encuentre labrada la curva que contiene la información completa sobre lo que ocurrirá con cada fotón del universo, ese conocimiento no se encuentra disponible para ningún observador en el momento de realizar el experimento. A esa forma absoluta (no potencial) de nuestra ignorancia la denominamos “azar”, y es por ello que ambas visiones del mundo no se contradicen.

Para darte otro ejemplo: el celuloide contiene ya, de manera intemporal, toda la película. Al proyectarlo en la sala de cine, la trama se desenvuelve en un tiempo que juzgamos ficticio, pues la vida completa de cualquiera de los personajes no puede transcurrir en poco menos de unas horas. Al tiempo que marcan las agujas de nuestro reloj lo denominamos “tiempo real”, y este sí lo juzgamos como una entidad objetiva. Pero este engaño se revelaría, si, como en el caso de la película, tuviéramos forma de contrastarlo con algún otro referente externo. Solo en circunstancias excepcionales, por ejemplo, cuando experimentamos con alucinógenos o tras sufrir un coma profundo, comenzamos a dudar del carácter objetivo de ese reloj “natural”. Pero somos animales de costumbres, y una vez nos sumergimos de nuevo en la cotidianidad terminamos por creer que de alguna manera fuimos víctimas de un extraño espejismo.

Me consuela pensar que el río del tiempo no seguirá después de mi muerte. No porque sus aguas no tengan la fuerza para arrastrar el universo sin mi presencia, sino porque ¡no hay río!”


[i] Casi de piedra, Ana Cristina Vélez, publicada por Sílaba editores.

Avatar de Ana Cristina Vélez

Comparte tu opinión

1 Estrella2 Estrellas3 Estrellas4 Estrellas5 EstrellasLoading…


Todos los Blogueros

Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones, contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.