Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

El inventor y los otros

Nos sentimos fascinados por los genios, nos encantan los héroes, los supermanes de todo tipo. Un sentimiento que se encuentra indeleblemente marcado en nuestras preferencias emocionales. Los seguimos, los imitamos y tratamos de estar cerca de esos individuos que se destacan en algún campo del saber.

Arquímedes, Galileo, Newton, Darwin… modificaron y  avanzaron la cultura de sus respectivos tiempos y aunque la historia los muestra como genios aislados, ellos se nutrieron de los conocimientos que existían en sus ambientes. Con humildad lo reconoció Newton cuando dijo: «Si he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes». Y es que sin los “otros”, sin el grupo humano al que pertenecemos, somos poca cosa. La creatividad explota y se potencia cuando se suman los conocimientos tuyos y míos. Si intercambiamos objetos, y yo te doy frutas porque tú me das carne, ambos perdemos algo y ganamos algo; cuando intercambiamos conocimientos, no solo ambos ganamos, sino que además el conocimiento nuevo que hemos adquirido modifica, trasforma, cataliza los conocimientos previos que teníamos.

Las ideas geniales están precedidas por buenas ideas. A veces se trata de dar un salto, un giro, hacer una adición con resultados impredecibles y abrumadores. Así que todo creador está en deuda con otros creadores. En el mundo actual, en la complejidad y extravagancia de los proyectos actuales, llámense el Proyecto Genoma o Gran Colisionador de Hadrones, los avances se logran por la dedicación de cientos de personas que aportan aplicadamente desde sus específicas disciplinas.

Tener una sociedad creativa es una responsabilidad política. Veamos los ejemplos que se muestran en el libro Creatividad e inventiva. Retos del siglo XXI: “La Grecia clásica es un buen ejemplo de nicho abonado, que entró en un periodo de efervescente creatividad después de ganar las guerras Pérsicas, lo que a su vez le permitió comenzar una serie de intercambios comerciales con sus vecinos del Mediterráneo. De manera semejante, cuando una sociedad ha permanecido cerrada por un tiempo largo y se abre a las influencias externas, es probable que le llegue su edad dorada de creatividad”.

“Los ambientes enriquecidos aumentan las posibilidades de realizar grandes logros. Esa fue la situación para la filosofía en la Atenas de Platón y Aristóteles; para las artes plásticas, en el París de la primera mitad de siglo 20 y en el Nueva York en la segunda mitad; para la música, Alemania y Austria en la época de Bach, Mozart, Beethoven, Schubert y muchos gigantes más; para el ajedrez, la Rusia del siglo 20; para la tecnología, los Laboratorios Bell (transistor, láser, radar y 25.000 inventos más); para la informática, el Silicon Valley; y para la física teórica y las matemáticas, el Centro de Estudios Avanzados de Princeton”.

La trasmisión de conocimientos, el intercambio de ideas a través de Internet es de dimensiones inimaginables. ¿Pero quién fue el genio que inventó la Internet? No hay uno, un genio responsable de este invento; es más, no hay una sola persona en el mundo que la comprenda en toda su complejidad; sin embrago, el 18 de marzo de este año se otorgó por primera vez el Premio Reina Isabel de Ingeniería (Queen Elizabeth Prize for Engineering)  a cinco “genios” involucrados en él: Sir Tim Berners –Lee, Bob Kahn y Cerf Vint, encargados de los protocolos que sustentan la internet, y Marc Andreessen, co-creador del primer navegador jamás hecho para la web. Los premios e incentivos propician la creatividad y a pesar de que queremos ídolos, porque nos gustan, bien podemos prescindir de ellos y apoyar a los grupos que trabajan unidos en aras del progreso de la humanidad.

 

 

 

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