Las ciudades que contratan a grandes arquitectos para hacer edificios toman una decisión inteligente en un cierto sentido, ya que el turismo aumenta (el turismo deja dinero, pero a un costo terrible a largo plazo). Es el caso de Bilbao, al que muchos visitan para ver uno de los famosos edificios de Frank Gehry. Hay…
Las ciudades que contratan a grandes arquitectos para hacer edificios toman una decisión inteligente en un cierto sentido, ya que el turismo aumenta (el turismo deja dinero, pero a un costo terrible a largo plazo). Es el caso de Bilbao, al que muchos visitan para ver uno de los famosos edificios de Frank Gehry. Hay otros similares del mismo arquitecto, como el Walt Disney Concert Hall, en Los Ángeles, el Museo de Arte Weisman, en Minneapolis, y el Centro de Salud Mental Lou Ruvo, en Las Vegas. Son bellísimos, son obras de arte. Quizás hoy la arquitectura ofrece piezas de arte realmente convincentes; quiero decir, que satisfacen nuestra noción más directa y visceral de arte.
Walt Disney Concert Hall, en Los Ángeles
Los edificios de Gehry se caracterizan por sus formas curvas y partidas, que a menudo nos parecen, más que construidas, deconstruidas. El cubo desaparece y se reemplaza por fragmentos de formas ondulantes, dinámicas, con aberturas inusuales para que la luz natural entre adonde menos se espera o adonde más se necesita. Los materiales con los que son construidos son innovadores: acero inoxidable, titanio, paneles de metal acanalado y mallas metálicas. Los edificios de Gehry contrastan con el entorno, proporcionan una experiencia sensorial muy interesante para quien los recorre por dentro o los aprecia desde afuera. Seguramente, desde el aire deben verse impactantes.
Museo de Arte Weisman, en Minneapolis
En contraste con la opulencia de su arquitectura y su diseño, las obras de arte contemporáneo que ocupan las salas del museo Guggenheim de Bilbao son decepcionantes. No se puede negar que la gente goza caminando y mareándose entre las esculturas monumentales de Richard Serra exhibidas en la sala 104; pero la dicha casi que termina ahí mismo: en el primer piso. Ah, bueno…, y se goza también en las afueras, caminando entre las altas patas de la araña de bronce de Louis Burgeois.
Centro de Salud Mental Lou Ruvo, en Las Vegas
Como es natural, los artistas, incluso los muy famosos, tienen obras buenas, regulares y malas. Y como es esperable, se copian a ellos mismos, ya que hacen muchas variaciones de sus obras más exitosas. Los artistas se convierten en fábricas productoras de una marca (la marca es el apellido del artista). No es criticable. Al menos, en la experiencia primaria, en el Guggenheim, hay varias obras casi idénticas a las que están en el Broad y el Lacma, museos situados en Los Ángeles, como la sala cerrada llena de espejos y luces que crea un efecto de infinito y que se titula Las almas de millones de años luz de distancia, de la artista japonesa Yayoi Kusama. Y en el Lacma hay también las esculturas de Richard Serra, casi idénticas a las de Bilbao, para caminar entre ellas dando círculos, con las paredes viniéndose encima de uno, pues están en ángulos distintos de 90 grados.
Desperdigados por los museos del mundo, hay muchos retratos de Rembrandt, pero como somos sensibles al rostro humano de una manera especial y característica, un retrato de un rostro humano siempre nos hará pensar cosas interesantes sobre el alma que lo habita o habitaba, y por eso siempre nos parecerá distinto de otro retrato. Es una condición del receptor, no del trabajo en sí. En cambio, volver a darle la vuelta a una variación de la misma escultura en hierro, de Serra, tal vez no se justifique. Este es un paralelo que muestra cómo la repetición se percibe de manera distinta dependiendo de la base de nuestros criterios.
Es claro que el show del arte contemporáneo se repite de ciudad en ciudad, por el mundo. Porque más que obras, las “instalaciones” esperan a un receptor (infantil o juvenil, en cierta medida) que va a gozar con una idea pequeña en su concepción, pero gigante en sus dimensiones físicas. No siempre, claro está, pero sí con frecuencia.
También en el Guggenheim de Bilbao hay una tela monumental del artista nigeriano El Anatsui, hecha de residuos metálicos, de la cual hay una casi idéntica en el Broad, en Los Ángeles. La del museo de Bilbao es menos interesante y atractiva que la del Broad. Las obras buenas de los artistas famosos están recogidas en el lugar donde este vivió o se hizo famoso, y unas pocas se encuentran en otras partes del mundo (obviamente, hay excepciones). Para ver a Caravaggio o a Rafael, hay que ir a Italia; para ver a William Turner, hay que ir a Londres; para ver a Bernini, hay que ir a Roma, y para ver arte pop, hay que ir a las ciudades importantes de Estados Unidos. En el Guggenheim de Bilbao, hay obras de baja calidad de los artistas americanos del pop: Andy Warhol, Claes Oldenburg, Roy Lichtenstein, Robert Rauschenberg y otros; también porque el arte pop tiende a envejecer mal, ya que los materiales con los que se hicieron las obras no son perdurables (mucho trapo y cartón, hoy sucios). En Bilbao, hay un Oldenburg enorme, reconstruido para la sala que ocupa; pero, además de su tamaño impresionante, nada más impresiona, ni los materiales ni los colores ni la tecnología usada para instalar la obra.
La peor sala contiene la obra simple y simplista de Giovanni Anselmo, con su tonto título: Mientras hacia ultramar el color levanta la piedra. Son veinticuatro bloques de piedra caliza distribuidas contra las paredes, a diferente altura, colgados de cables de acero. Cada piedra pesa 125 kilos, y dicen que lo que debemos sentir es que flotan. No, no sentimos que flotan, no sentimos más que aburrición de recorrer una sala de dimensiones enormes. Es algo que de verdad es para salir corriendo. No puede uno dejar de pensar en tantos capiteles tallados en piedra. Trabajos de una belleza, cuidado, diseño y horas de ejecución de un hábil artesano que no estaba aspirando a hacer una obra de arte, y cuya belleza nos hace detener para contemplarlos. Luego, uno ve estas piedras que necesitan que uno se acerque a la ficha que explica la obra, con la esperanza de ver algo que no se vea a simple vista. Y entonces uno lee mucha “carreta”, filosofía barata, y solo “te saca la piedra”.
Mientras hacia ultramar el color levanta la piedra.
He llegado a pensar que hoy en día hay más museos que obras que valgan la pena.
Ana Cristina Vélez
Estudié diseño industrial y realicé una maestría en Historia del Arte. Investigo y escribo sobre arte y diseño. El arte plástico me apasiona, algunos temas de la ciencia me cautivan. Soy aficionada a las revistas científicas y a los libros sobre sicología evolucionista.
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