[i] Antonio Vélez es matemático y escritor. Dedicado a la divulgación científica. Fue escogido por la fundación Bill Gates para participar en el proyecto Big History con su libro Del Big Bang al Homo sapiens y su libro Homo Sapiens.
Segunda parte
Mi padre, Antonio Vélez, divulgador científico, dedicó mucho tiempo a pensar por qué somos como somos, y entre tantos asuntos humanos incluyó el del arte, mirado desde una perspectiva biológico-evolutiva, claro está. Después de publicar mi libro, El arte al desnudo, me di cuenta de que muchas ideas habían estado flotando en el ambiente familiar durante años. Me di cuenta de que lo que hice fue ir un poco más lejos y encontrar un soporte mejor para las ideas que mi papá ya tenía. Busqué un marco más sólido y las reorganicé, e incluí el contexto histórico que él no tenía. Al encontrarme este ensayo suyo me quedé sorprendida de ver que él sabía lo que yo había olvidado que él sabía. Con una mezcla de ternura y reverencia, presento aquí en mi blog sus ideas, con la esperanza de que se queden flotando en la Nube por los siglos de los siglos. Voy a comentar algunos párrafos y voy a partir en dos su ensayo para entregarlo este domingo y el próximo. Antonio empieza hablando de la capacidad humana de apreciar la belleza. Supongo que piensa que allí está el origen del arte. En mi libro yo considero la belleza importante en la producción de objetos artísticos, pero no absolutamente necesaria; o sea, que sin belleza también se consigue el arte.
Y continúo en Catrecillo con las ideas de mi padre, Antonio Vélez, respecto al origen del arte.
Para él: “El origen del arte se puede situar en el momento en que el hombre, por su propiedad reflexiva, descubre en los demás aspectos o facetas que él podría copiar, como el look agradable y conquistador de un compañero, sus arreglos corporales que si lucen en el otro también lucirían en él, la posesión de objetos envidiables y joyas. Se hace arte en el momento en que el hombre superpone a lo útil lo estético. Cuando a la aguja de hueso o a la lanzadera se las decora con incisiones, tallas o figuras que no tienen ninguna función práctica, se está procurando que generen cierta satisfacción o placer al mirarlas. Se recibe una recompensa por el trabajo, aparentemente inútil, gracias a que ya el hombre posee criterios estéticos naturales, y los usa para dirigir la elaboración de sus objetos. De cierta forma, les agrega un valor, los hace envidiables para los demás, y de esa manera él también se hace envidiable.”
El pensamiento de que se hace arte cuando se superpone lo estético a lo útil, el pensamiento de que el arte debe ser inútil (el arte por el arte), ha sido común y frecuente en la historia de la filosofía de la estética; sin embargo, en mi definición de arte, el arte ocurre independientemente de que un objeto o una acción tenga o no funciones, ocurre cuando ese objeto o esa acción ha llegado a alcanzar un óptimo en su categoría, cuando sorprende por su alto nivel en distintos aspectos. ¿Cuándo algo se convierte en arte? Cuando después de comparar, llegamos a la conclusión de que el objeto o la acción superan lo que conocemos al respecto. Esta calificación no se hace por fuera de una cultura ni por fuera de una época, aunque es verdad que hay objetos de arte que superan la prueba del tiempo, que siguen atrayéndonos y que seguimos considerando asombrosos, aunque pasen los siglos en algunas cultas. Vayamos 30.000 años atrás y encontramos que algunos artistas habían pintado en las cuevas de Chauvet pinturas simbólicas de un asombroso dinamismo, de calidad suprema en la representación de animales y conquista de belleza. La especialización es algo inevitable en la cultura, y con ello, los distintos reinos se van separando y creando sus propias dinámicas. El arte plástico se ha separado de todas las otras formas de arte, aunque en este reino entren acciones y tecnologías nuevas cada día, pero ha creado su propia corriente cuyas reglas son muchas veces estrictas, otras flexibles, pero siempre cambiantes.
Antonio reflexiona sobre el arte como mercancía pues ha sido dominante en los últimos tiempos: “El mercado del arte entra en acción y valoriza lo que algunos expertos consideran de valor; lo eleva de estatus, le da categoría social superior, lo ennoblece, lo eleva artificialmente de dimensión y de importancia (como ha ocurrido con la filosofía y otras disciplinas humanas, hipertrofiadas por la cultura), y lo hace importante para el mundo de la lucha para conseguir pareja. Los poderosos serán los dueños de las obras de arte más cotizadas, y eso los hará más poderosos y envidiables y cotizados en el mundo de la conquista, y los museos pagarán por las obras cotizadas, porque habrá personas que luego pagarán por entrar a ellos a mirar lo escogido, lo seleccionado, lo que ha adquirido valor histórico, valor que muchas veces podría deberse al solo hecho de estar en los muros del museo o ser posesión de un poderoso. Le damos valor a todo lo que aquellos que consideramos por encima de nosotros se lo dan. El valor se contagia. Le damos valor a las obras escogidas por las fuerzas culturales de cierta época, que luego sin mayor discusión tendrán el valor propio, adicionado con el valor que otorga la antigüedad y la exclusividad (si todas las piedras fueran de diamante, este no valdría nada). La exclusividad es un factor importantísimo, de ahí que las copias en el arte, aun siendo indistinguibles para el ojo del hombre promedio, no valen nada al lado de las originales.”
Y Antonio no deja por fuera la recompensa emocional que trae el perfeccionar las acciones y los objetos; para mí, motor del origen del arte.
Así lo dice: “Para llegar a la perfección del trabajo del artista y a la apreciación de él por los demás, se superpone una función emocional importante y adaptativa, porque sirve de acicate: la felicidad que produce en todos los humanos la exhibición de una destreza, el goce de hacer bien una cosa, la dicha de dominar los movimientos, la felicidad interna que produce el virtuosismo en la ejecución de las tareas (este es el motor que hace que un niño, el joven y ciertos viejos repitan y repitan hasta llegar al dominio de las destrezas). Es el motor del deporte y es el artífice de los ídolos deportivos. Por supuesto que estas emociones son en el fondo señuelos para que logremos la especialización y el dominio de las funciones vitales, en la cacería, en la lucha, en el trabajo… Son motor de claro origen evolutivo: los más diestros serán los “mejores” en el grupo y, por supuesto, los más apetecidos como pareja, y ellos y sus descendientes heredarán el reino de este mundo”.
Atinadamente, Antonio ve el valor de la competencia en la optimización de las acciones y de los productos de estas acciones: “´Una vez que los “principales´ del grupo social le dan valor a una actividad, nuestro comportamiento de cardumen lo extiende a casi todo el grupo, y se crea una competencia por hacer cada vez mejor la actividad que ha sido valorizada. Aparecen la creatividad, la imaginación y la variedad resultante de ello, y da lugar a que aparezcan y se destaquen los mejor dotados, los talentosos, que serán los envidiados por el resto.”
Como cree Antonio, eso que llamamos artes es producto de la biología humana y de la cultura: “El arte, en consecuencia, es un resultado de los criterios estéticos naturales, modificados por el devenir histórico, gracias a la facilidad de adaptación que posee el cerebro humano, hipertrofiado en la época moderna por los medios de comunicación y por las técnicas de mercadeo (que aprovechan otras debilidades humanas, otros universales). Se premian el talento, la originalidad, la fantasía, la perfección o virtuosismo en la ejecución, el atrevimiento, el valor de ir contra todos los cánones establecidos, la desfachatez y arrojo, a veces. Todo lo que premia el arte corresponde, si se mira desde una perspectiva apropiada, a virtudes que elevan el coeficiente de eficacia biológica. Hace ´mejores´ a los artistas, a los museos y a los coleccionistas.”
Y esta es su bella conclusión: “El arte es un producto cultural. Un misterio, pues cualquier cosa podría ser arte, aunque es bien difícil establecer los límites entre lo que es arte y aquello que lo aparenta. Un misterio pues no sabemos el origen de las emociones que son afectadas por el objeto artístico, y ahora nos acompañan, por desplazamiento, pues fueron diseñadas por la evolución desde tiempos remotos y con otros fines, fines que nosotros apenas empezamos a dilucidar, a entender. También es difícil establecer los límites entre el buen gusto y el mal gusto. El que un objeto se clasifique en artístico o no es algo que depende de una función que a su vez depende de un número elevado de variables, por lo que a los seres humanos nos queda imposible clasificarlo con seguridad. Pero sí podemos clasificar los casos extremos, distinguir la calidad entre una novela escrita por un niño y por un escritor avezado, o un dibujo de un buen artista o uno de atocito[i]. En cuanto al valor artístico, los objetos pertenecen a conjuntos que en matemáticas se llaman difusos. Por eso se dispone de una palabra que describe esta situación: inefable. Sabemos ciertas cosas, pero no sabemos por qué, son inexplicables. El arte, en buena medida es inefable. El pensador Piet Heim lo dice de manera admirable, pero en inglés, y al traducirlo al español pierde su gracia: ´There is one art,/ no more, no less:/ to do all things /with artlessness´.”
[i] El sobrenombre de Antonio es atocito. A él le gusta llamarse con el nombre que le puso, cuando niña, su nieta Cristina Vélez Arroyave.