Mi padre, Antonio Vélez, divulgador científico, dedicó mucho tiempo a pensar por qué somos como somos, y entre tantos asuntos humanos incluyó el del arte, mirado desde una perspectiva biológico-evolutiva, claro está. Después de publicar mi libro, El arte al desnudo, me di cuenta de que muchas ideas habían estado flotando en el ambiente familiar durante años. Me di cuenta de que lo que hice fue ir un poco más lejos y encontrar un soporte mejor para las ideas que mi papá ya tenía. Busqué un marco más sólido y las reorganicé, e incluí el contexto histórico que él no tenía. Al encontrarme este ensayo suyo me quedé sorprendida de ver que él sabía lo que yo había olvidado que él sabía. Con una mezcla de ternura y reverencia, presento aquí en mi blog sus ideas, con la esperanza de que se queden flotando en la Nube por los siglos de los siglos. Voy a comentar algunos párrafos y voy a partir en dos su ensayo para entregarlo este domingo y el próximo. Antonio empieza hablando de la capacidad humana de apreciar la belleza. Supongo que piensa que allí está el origen del arte. En mi libro yo considero la belleza importante en la producción de objetos artísticos, pero no absolutamente necesaria; o sea, que sin belleza también se consigue el arte.

Antonio dice: “Los criterios estéticos naturales aparecen evolutivamente para que hagamos buenas elecciones; esto es, son adaptativos o aumentan la eficacia biológica. Los criterios, tanto estéticos como aquellos otros que utilizamos para clasificar las cosas del mundo, son el resultado de un aprendizaje que parte de un sustrato innato que se va modificando y adecuando con las experiencias vividas, a fin de categorizar el mundo en bello y feo, apetecible o no apetecible, fragante o apestoso, agradable o desagradable al oído, categorías que poseen fronteras borrosas. Son feas la vejez, las deformidades, las enfermedades de la piel; son bellos los jóvenes sanos, los árboles frondosos y fértiles, las flores, los ríos cristalinos, lo simétrico, lo armónico, lo colorido, lo brillante… Los juicios estéticos parecen ser generados por un mecanismo general, diseñado para elegir lo conveniente. Por eso se aplica a categorías muy separadas: es posible escuchar que un teorema matemático posee gran belleza, y de una partida de ajedrez podremos oír comentarios parecidos, y lo mismo ocurre con la ejecución de un pianista o de un bailarín. Las emociones generadas como premio y estímulo para que se repitan son similares y llevan al goce estético. Para cada uno de los otros sentidos formamos las categorías correspondientes. La piel sedosa y sana de un animal nos atrae, y rechazamos una piel áspera al tacto, o enferma. Encontramos olores agradables y atractivos, como el de la mayoría de las frutas, o el de los productos frescos, y asimismo nos agradan las fragancias de las flores; por otro lado, clasificamos otros olores como apestosos y desagradables, entre ellos los de los excrementos y el de los productos descompuestos, el de la carne en particular. Con el paladar encontramos otra vez el mismo espectro de valores, desde lo apetecible en grado sumo hasta lo que nos produce náuseas. El canto melodioso de ciertos pájaros nos resulta grato al oído, y lo mismo nos ocurre con el rumor del viento, mientras que los chirridos o el canto monótono de las cigarras nos desagradan”.

Antonio es consciente de que no todos los criterios estéticos son universales, que algunos de los criterios funcionan para juzgar ciertos aspectos del mundo. Los patrones con los que juzgamos lo estético ejecutan su tarea en un mundo, digamos, más primitivo, en un mundo pobre de artefactos; por eso juzgamos la belleza del cuerpo humano con criterios muy semejantes en todas las culturas (la piel sana, los músculos fuertes, la simetría etc.), pero no la belleza de los textiles. A la hora de juzgar la arquitectura, por ejemplo, nos enfrentamos a algo para lo cual no tenemos parámetros naturales. Todo el mundo puede juzgar un edificio, pero no hay unanimidad en lo básico como si lo hay para juzgar la estética del cuerpo. Tampoco tenemos ojos para ver la belleza o fealdad en los teoremas matemáticos, si no contamos con los conocimientos que nos quiten la ceguera.

Sobre los criterios naturales de juicio, Antonio dice: “Pero reconozcámoslo, estas categorías pueden variar notablemente de un individuo a otro y de una cultura a otra, gracias a las diferentes historias culturales que hayamos recorrido. Más aún, ciertas lesiones cerebrales pueden perturbar completamente estos criterios. Por ejemplo, algunos pacientes de prosopagnosia, a la vez que pierden la capacidad de reconocer rostros, han llegado a perder por completo la capacidad de establecer juicios estéticos sobre lo visual, de tal modo que a partir del día de la lesión, ya no existen para ellos rostros feos ni bonitos. Esto ocurre sin que la visión se vea afectada en los otros aspectos. Simplemente esa clasificación les resulta sin sentido. Y no hay manera de educar al sujeto para que vuelva a recuperar su pasado, lo que prueba que estos criterios yacen en zonas muy bien definidas del cerebro, y que la formación de categorías no forma parte del aprendizaje general. Requieren un aprendizaje especial, que debe parecerse al del lenguaje, en el que una vez superada cierta época crítica, en todo intento de aprender un nuevo idioma, el progreso se hace lento, difícil y limitado en sus alcances”.

Después de hablar de la capacidad de apreciar la belleza, Antonio menciona la necesidad de contar con la habilidad manual y la de tener una conciencia amplia para hacer arte. La belleza se convierte en algo que no solo apreciamos en el mundo, sino que tratamos de llevar al mundo de los objetos artificiales, para aumentarles el valor y para aumentar el nuestro, y con ello, aumentar nuestra eficacia biológica.

Y continúa diciendo: “Aparecen las manos y la autoconciencia. El hombre es capaz de mirarse en los demás (antes de existir los espejos) y percibe en ellos lo que gusta y agrada, lo apetecible, y lo que desagrada, y se lo aplica a si mismo, por la reflexividad de la consciencia (los autistas carece de esta virtud), y con las manos se arregla el pelo, se decora, se hace diferente, se hace más apetecible como pareja, o más imponente (esto lo lleva a una mayor tasa de apareamientos), o más valiente (es héroe o lo simula: decoraciones corporales que son dolorosas o extravagancias que exigen una personalidad muy recia para exhibirlas). En general, se destaca, se hace distinguido, notable. La decoración nos hace importantes, imponentes. Los biólogos llaman a eso fenotipo extendido, pues, al igual que las herramientas, son extensiones del organismo -fenotipo- que potencian su accionar. El uso de hombreras sobredimensionadas, pelucas, tacones altos, sombreros de gran tamaño, abrigos que aumentan el tamaño y exceso de condecoraciones tiene el mismo papel adaptativo que el que tienen las plumas vistosas, los cuernos elaborados, las melenas, el colorido exagerado, los adornos, las más de las veces incómodos, de las aves, el pelo erizado del gato, en fin, la hipertrofia del ornato: hacernos más poderosos a los ojos de los competidores, una especie de bluff. Después el hombre traslada la decoración o embellecimiento a los objetos de uso diario, a las herramientas y a las armas”.

Y añade que el arte sirve para aumentar el valor de las cosas: “La vida en grupos sociales exige que uno se distinga, aunque sea un poco, de los demás, sacarles la máxima ventaja a los otros es una tendencia muy humana. Mucho más tarde en la historia del hombre, se usan ropas (los millonarios siempre les llevarán ´un sastre de ventaj´ a los nuevos ricos, según expresión de Luder)[i], joyas únicas, ostentación, actos de extrema generosidad, derroche desmedido… Todo lo que lo haga a uno más grande´e importante, lo que por contraste reduce las dimensiones de los otros, y los otros lo perciben y se achican: residencias costosas, palacios, automóviles de lujo, objetos exclusivos, obras de arte, entre ellas. La verdad es que el arte da poder, tanto el que lo posee como al artífice. Los objetos personales, y todo lo que uno haga en ellos es como hacérselo a sí mismo (´engalla´ el carro, la motocicleta). Luego lo traslada o transfiere a la vivienda o al sitio de trabajo (´engall´ la oficina, la casa, el dormitorio). Los objetos de arte son, de cierta forma, ´gallos´”.

Como animales sociales, las categorías jerárquicas están intrínsecamente involucradas en todos los asuntos humanos, tanto en el juicio del arte como en su producción.

Así lo explica Antonio: “Detrás de todo esto está la antigua tendencia a distinguirse por encima de los demás (sin percibirlo conscientemente, busca con ello aumentar la eficacia reproductiva). Las ceremonias en conjunto se derivan del comportamiento gregario, en manada, que le trae a cada individuo que se asocie ventajas reproductivas, porque quedar por fuera del grupo es perecer. Aparecen las religiones, los ritos y las ceremonias cuando el hombre tiene consciencia de que es un ser vivo y que ha de morir, y que puede enfermarse o sufrir hambrunas o accidentes. Los dioses entran a regir los destinos del mundo, porque castigan y premian, y el hombre quiere congraciarse con ellos, para lograr sus favores. Así como se conquistan parejas se conquista a los dioses. Entonces aparece el arte religioso, y la religión se convierte en un motor conocido del arte. No hay nada que dé mayor eficacia biológica que tener a los dioses a su favor. Numerosos objetos de arte se dedican a las divinidades. Las creencias religiosas, a la vez que sirven de ligazón, le otorgan ventajas a los que se unen, por aquello de que la unión hace la fuerza, y es fácil unir a los hombres, pues conservamos el comportamiento gregario”.

Como seres sociales somos muy sensibles a lo que digan aquellos que se encuentran por encima de nosotros en la jerarquía social; somos crédulos y obedientes y es tanto lo que nos dejamos influenciar que cosas absurdas son aceptadas por la mayoría solamente porque algunos importantes así las calificaron.

Antonio utiliza la moda como ejemplo de lo fácilmente corruptible que es la sensación de que algo es bello: “La moda es una de las manifestaciones del arte, de tal manera que lo que inicialmente es feo, termina viéndose bonito. El cerebro del hombre es lábil ante el trabajo cultural, de tal modo que por medio del ejemplo, la enseñanza y la habituación se logran modificar notoriamente los criterios innatos. Somos animales altamente educables, de ahí que con cierta insistencia, las opiniones de los ´que saben de arte´, cierta propaganda de los medios y un poco de habituación terminamos aceptando como estéticas las deformaciones del arte moderno y de la moda, las extravagancias de la música moderna…”


[i] Antonio Vélez es matemático y escritor. Dedicado a la divulgación científica. Fue escogido por la fundación Bill Gates para participar en el proyecto Big History con su libro Del Big Bang al Homo sapiens y su libro Homo Sapiens.

Encuentro a un político argentino llamado Italo Luder, pero la única frase que encuetro parecida es: “La diferencia entre un nuevo rico y un millonario es que al millonario un sastre le lleva un año de ventaja.” De Salvador Dalí.[i]

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