Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Cada cosa requiere su tiempo

Después de las teorías de Einstein, el tiempo es una medida no solo relativa, sino que además se experimenta de una manera muy subjetiva (y a lo mejor ni siquiera existe). Todos hemos sentido que el tiempo no pasa cuando estamos aburridos o enfermos, o que pasa aceleradamente cuando estamos muy entretenidos en algo. En la infancia, el tiempo anda gateando, y en la vejez, por el túnel y a la velocidad de la luz. Nuestra percepción relativizada por la experiencia personal resuelve que un año es algo muy corto cuando se han vivido sesenta años o más, y que es una eternidad, cuando se han vivido cinco años. Quién no siente que la etapa del colegio duró más que el resto de la vida.

Los seres humanos medimos o hemos medido las cosas del mundo usando la escala humana en una relación estrecha con el Planeta en el que evolucionamos. Nuestra sensación de peso está relacionada con la gravedad; el arriba y el abajo, también con la gravedad; el atrás y el adelante usando nuestros ojos como referencia, atrás es lo que está a nuestras espaldas, detrás de nuestros ojos; y si tenemos problemas, con la izquierda y la derecha, es porque nuestro cuerpo nos ofrece una relación escasa o pobre con estas dos dimensiones. Dicen que los hombres saben con mayor certeza que las mujeres dónde queda la izquierda y la derecha, y dizque sin necesidad de pensar.

Lo que es “normal” entre los humanos resulta del promedio que imponga la mayoría. La pregunta aquí sería: si somos normales, ¿cuánto tiempo deberíamos gastarnos en cada actividad humana? Hablemos de actividades comunes, rutinarias. Por ejemplo: almorzar. Habrá ocasiones en las que un almuerzo dure cuatro horas. Que se empieza a comer a las doce del mediodía y se termina a las cuatro de la tarde, pero siempre será una cosa rara y muy de ocasión; sin embargo, en el diario vivir, en media hora, incluso, en un cuarto de hora, nos comemos el almuerzo completo; digamos, desde que el plato está servido, hasta que está vacío. Me refiero a la acción de comer, quitando la conversada del antes y del después.

La gente duerme en promedio siete horas; trabaja (con distracciones y descansos) ocho horas; se ducha en quince minutos, destina una hora a hacer ejercicio, dos horas a las redes sociales, si son jóvenes; cuatro horas a ver televisión, si son gringos; dos horas y media, si son chinos. Las personas mayores y los niños aumentan estos últimos promedios.

La realidad del acto sexual es que dura entre cuatro y siete minutos, y que no es como en las películas. Si se cuentan los preliminares, puede aumentar de diez a quince minutos, y es excepcional que gastemos media hora en acción, y rarísimo si se dilata a una hora.

Casi todo el tiempo, si lo pensamos bien, lo gastamos satisfaciendo las mismas necesidades básicas que los otros animales. El control que tenemos sobre estos tiempos es muy poco, lo que nos gastamos en cada actividad no depende de la razón, pues somos robots. Estamos programados para actuar sin racionalizar los actos cotidianos, ya que es una manera efectiva de ahorrar energía. Nadie se detiene a pensar si debería aumentar o bajar la velocidad al realizar sus tareas, nadie se detiene a pensar si el tiempo gastado en cada tarea se justifica. Estamos internamente programados para ser rápidos o lentos y es poco lo que podemos modificar. Las personas que se salen de los promedios, es común que lo hagan también en otros campos, y los llamamos “anormales”.

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