Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Ángela Restrepo. Obra gráfica

La galería de arte de la universidad EAFIT presenta una retrospectiva de la artista Ángela Restrepo. Se puede visitar hasta el 4 de mayo. El siguiente artículo comenta su obra

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Autorretrato con guantes y máscara

¿Existe una estética femenina? Sí, no hay duda, y Ángela Restrepo es una exponente de esta. Aunque muchas mujeres quieran negar la diferencia entre los sexos, es bien sabido que las mujeres dedicamos más tiempo a las relaciones sociales y familiares que los hombres, de allí que la atención femenina se dirija preferencialmente a estas. El feminismo es la lucha por el cambio en busca de la igualdad, el cuestionamiento incesante, mientras que en lo femenino existe un gozo por el hogar, por las diferencias de roles y una aceptación de lo existente.

En la obra de Restrepo se percibe un inevitable enamoramiento por las cosas pequeñas, como en la canción de Joan Manuel Serrat. Ángela Restrepo, como artista, enseña el valor de lo grande en lo pequeño. Si una lluvia de palabras definiera su obra estas serían: intimidad, delicadeza, dulzura, cotidianidad, protección y calidez.

Su obra se define dentro de una estética cuyos parámetros están demarcados por una visión del mundo cotidiano, donde la casa es el hogar y el jardín es el de las delicias, y familiares, perros, gatos y pájaros son los actores principales. Se caracteriza por la importancia puesta en el dibujo, por la imagen simbólica y por el contrapunto entre la sencillez del objeto escogido y la profusión y el detalle del fondo o viceversa. En su obra gráfica, la luz es difusa siempre. Restrepo no pretende describir los volúmenes, ni hacer claroscuros en exceso. Sus imágenes no buscan ser fotográficas, son más arquetípicas-simbólicas, son casi reemplazo de palabras. Sus grabados parecen estar en calma, en reposo, son adrede inmóviles. No hay dramas, sino aceptación y serenidad. Como lo dijo muchas veces Alberto Sierra, su gran amigo, crítico de arte y dueño de la Galería La Oficina: “La obra de Restrepo es ante todo íntima”.

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A veces, en el arte plástico es posible identificar la realidad y los intereses en los que un artista dado se mueve, ya que el arte muchas veces busca ser representativo. Incluso, cuando es abstracto puede referirse a elementos de la realidad, a emociones o a sensaciones cuyo significado es adivinable. Las imágenes pictóricas, como dice el filósofo Alva Noë en su libro Strange Tools (2015), son una manera de prestar atención a lo que se ha escogido, son una manera de ver, son una manera de atender a lo que se ve, así como bailar es una manera de prestar atención a la música que se oye; son una manera de mostrar qué pensamos sobre lo que estamos viendo y de mostrar los aspectos que nos interesan sobre lo mismo; comunican sobre la forma como nos gustaría ser vistos y, también, como nos gustaría ser vistos como actores del acto de ver. En el caso de Restrepo podemos deducir qué elementos la atraen; detectar en cuáles deposita contenido simbólico-representativo.

Contemplar su obra es abrir un diario escrito en voz baja, sin exclamaciones, pero armónico; un diario sencillo en el cual certeramente ella va señalando con la luz de la estética y la sensibilidad esos momentos que parecen invisibles, pues escasamente fijamos nuestra atención en ellos. Lo más bonito es que lo hace despojada de todo ego, sin pretensiones, lo hace porque es una artista en cada célula que la compone, y no puede evitarlo (y, a veces, parece ni percatarse de ello).

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Su obra surge de unos ojos que se posan en la realidad, como si la acariciaran. A veces, esa realidad es simbólica: como cuando dibuja la silla de ruedas (donde su madre pasó los últimos años) y tres ovejas circundantes que las representan a ellas: Ángela y sus dos hermanas; o la obra Navidad, en la cual aparece el gato furtivo que llegó el día en que su padre murió, y se estuvo desafiante y apoltronado sobre la silla del jardín, como queriéndolo remplazar. Mientras el gato está retratado con elegante y minucioso detalle, la silla del jardín está resuelta de un golpe, con una abstracción contundente. Los grabados de Restrepo, sin describirlo todo, nos lo dicen todo, pues una idea está muerta hasta que ha sido dibujada y, entonces, empieza a vivir (parafraseando a Emily Dickinson).

Aníbal Gil fue profesor suyo de grabado en la Universidad de Antioquia; Restrepo asegura que su amor por el grabado nació cuando tomaba sus clases; es un amor heredado. Ángela Restrepo es experta grabadora y ha sido profesora muchos años de esta antigua técnica. Nunca se ha dejado llamar “maestra”, pero lo ha sido con creces. La influencia sobre sus cientos de alumnos es vasta. Ha enseñado grabado durante más de treinta años con una generosidad inmarchitable. Ella es conocedora a fondo y trabaja con rigor; como tal, es capaz de jugar con la técnica a su antojo para sacarle el máximo provecho. Una lámina de grabado debe ser tratada como una huella, como un patrón, como un módulo, pues no es solo una imagen, nos dice. A veces, Restrepo mueve la placa metálica sobre la vertical o sobre la diagonal y con ello cambia no solo la apariencia, sino también el significado de la imagen. Cuando la artista se separó de su esposo hizo dos láminas que se intercambiaban. Si la pareja se miraba, la lámpara de la habitación aparecía completa, unida; si, por el contrario, se evitaban el uno al otro, la lámpara quedaba partida y ubicada en los extremos de la imagen. Ese es el juego de la vida, del amor y del desamor, así. La lámpara simboliza la unión y la distancia.

El grabado Florero para llenar de florecitas fue un hermoso homenaje a su padre muerto. Un juego del arte con la realidad. En el reino del arte, el artista ejecuta acciones que resuelven deseos, temores o aspiraciones. Hay un placer en hacerlo, y ese placer se trasmite en la obra de Restrepo. El arte es un precioso juguete para el adulto. Como en el poema de Hilde Domin, Ángela Restrepo parece huésped en su propia vida. No somos capaces de ver nuestra casa, lo que tenemos dentro de esta, lo que nos rodea cotidianamente, hasta que un huésped, un nuevo invitado la visita, y entonces nos ponemos los ojos del invitado, y percibimos de forma repentina una baldosa rota, el cuadro torcido, la belleza del mueble, la mesa pelada, todas esas cosas que pasamos por alto cotidianamente.

Así lo dice Hilde Domin:

Es un consuelo saber
dónde están las tazas y los platos
en la casa en que eres huésped.
Y tener parte
en el cariño
del perro y del gato de tu amigo,
y conocer las artimañas de su bicicleta
como si fuera la tuya.
(de Manzano y olivo)

 

Dentro de sus primeras obras está Yo, yo y yo, un grabado en el que dibujó sus pies desnudos antes de levantarse de la cama. La cama, los colchones, las cobijas y las almohadas son espacios de reposo, de protección, de concentración en sí mismo o en el otro que duerme. Con las cobijas espantamos el frío del alma y del cuerpo. Qué magia, qué consuelo son las cobijas, la cama y nuestra habitación, y Restrepo nos lo deja claro. Muchos momentos de su obra artística ocurren entre almohadas, edredones, camas, sillones y cobijas.

La estética de Restrepo presta delicada atención a los eventos cotidianos más imperceptibles. “Mono”, el gato de la familia, murió a los ocho días de la muerte de su padre, mientras descansaba entre cobijas. Pero no solo el gato queda retratado entre estas, también su hermana, Susana, y su cuñado, Rafael. Las rayas, los lunares, los adornos de sábanas y fundas nos hablan de intimidad y sosiego. Se dibuja a ella misma en la cama, con su marido Alfonso. Él se cubre la cara con el brazo, mientras que de ella solo sabemos que está a su lado, arropada. Hay muchas otras láminas de Alfonso y yo en las cuales retozan o duermen entre edredones de flores y lunares. Luego, uno es testigo de la afinidad de la pareja en el retrato de los zapatos de ambos de frente, contra el jardín.

Restrepo ha gastado muchas horas de su vida mirando arte y se pueden reconocer influencias como la de Mary Cassatt o Kiki Smith. De Cassatt, en las placas de los bebés que están siendo amamantados. Es difícil explicar por qué uno sabe que en sus grabados hay un punto de vista maternal, no resultan de la mirada de un hombre sobre una mujer que amamanta, sino de la mirada de una mujer que siente y sabe lo que es lactar. Con Kiki Smith hay más coincidencia que influencia: en la relación suya con los animales; como cuando se retrata montada en un perro que vuela, pues se quería ir a ver el mar. Ya se dijo: Restrepo es capaz de vivir las simulaciones del arte como realidad, y salir y entrar de las dos dimensiones sin perderse.

Cuando Alfonso se desdibujó de su vida, el espacio vacío se llenó de flores, de noches estrelladas, de naturaleza, de sueños. Espacios que la artista adora para ella y para los suyos. Por eso, hay muchos grabados de sus familiares, de ella misma, de animales en la grama o rodeados de noche o de flores.

Restrepo se volvió socia del taller de grabado de Luis Fernando Mejía y Ricardo Peláez, y luego se convirtió en la única dueña, lo cual repercutió positivamente en su producción artística. El taller hoy se llama La Estampa, y en este han trabajado artistas importantes como Jorge Julián Aristizábal, Iván Hurtado y Santiago Londoño Vélez, y lo han aprovechado sus mejores estudiantes, provenientes de distintas universidades.

Al mismo tiempo de hacerse dueña del taller, empezó a viajar por el mundo, sobre todo a India. La influencia estética de la información visual de la cual se nutre en ese país se vuelve notoria. El gusto por lo decorativo y la mirada que se posa en los objetos pequeños adquirieron una fuerza relevante en su trabajo. Entonces hizo varias láminas de bodegones; trabajos muy serenos con uno o dos objetos que pueden ser un amuleto, una granada, un limón. Después de trabajar intensamente sobre el reino vegetal llega al de los animales domésticos: ovejas, perros, gatos, pájaros y sus nidos.

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Experimentando con la técnica Chine Colle, Restrepo superpone imágenes de apariencia sutil que imprime sobre tela. Las superpone a fondos muy decorados. Las imágenes, una mano o un caballo, son expresiones condensadas del objeto, mientras que los fondos son exuberantes en detalles. Restrepo logra texturas complejas por medio de la repetición de elementos como plantas, flores, hierbas y follaje. Los objetos en un primer plano son en realidad secundarios en importancia. Entonces, aquí hay una granada y allí un limón, y siempre sobre un plano de elaborado y profuso follaje. Con ese mismo detalle Restrepo demuestra su fascinación por los nidos de los pájaros, que ha dibujado en distintas ocasiones, siempre con minuciosidad.

Algunos de los grabados de esta etapa nos hacen recordar los tapices medievales, incluso, en la composición, porque evitan al máximo las claves que crean profundidad y volumen. Los planos están organizados, se podría decir, geométricamente. Son más bidimensionales que tridimensionales. En uno de sus grabados se ven una serie de columnas ordenadas en cuyos capiteles anidan distintas aves. Haciendo un giro de noventa grados, caminan dos lobos vistos de perfil, que en la imagen, antes de girarla, desafiarían orondos la gravedad. Quizás en esta obra se revela, al exagerar, el tipo de composición medieval de la que se habla aquí.

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El proceso de grabado demanda tiempo, distintos pasos y supervisión. Restrepo ejecuta sus bodegones por etapas. De cada una guarda una copia que interviene para encontrarle nuevas posibilidades. En las “pruebas de estado” (así se llaman las copias que se van haciendo del proceso) todavía no sabe qué hará. Poco a poco va encontrando hacia dónde dirigirse. La lámina le dice por dónde seguir y cómo. Para hacer las texturas y los fondos utiliza muchas veces combinaciones de láminas. Muy de vez en cuando les pone color, y lo hace manualmente. Vale señalar que los procesos del grabado crean las restricciones que lo hacen reconocible, que le dan identidad como técnica.

En sus autorretratos ella se dibuja detrás de una máscara protectora y usando guantes. No le interesa el protagonismo ni ser reconocida. Sin embargo, como el archifamoso grabador Escher, ha dibujado que está dibujando. Pero en el grabado las imágenes se invierten, lo que nos hace pensar que es zurda. A Rembrandt le ocurrió lo mismo con un dibujo que hizo de su imagen en el espejo.

El espacio donde germinaban besitos (Impatiens walleriana), sarros, balazos y anturios se empieza a llenar con plantas más grandes, como las palmas de cera y las matas de plátano. Ángela Restrepo escoge formatos verticales para acentuar las formas elegantes, largas y delgadas de las palmas de cera. Además, juega con los formatos, hace marcos dentro de la imagen, especie de dípticos o trípticos, superposiciones bien delimitadas. El objetivo es obligar al espectador a hacer distintas lecturas del contenido.

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Con los artistas José Antonio Suárez y Luis Fernando Mejía produjo una colección de grabados. La obra de Restrepo se llamó: Blocage anecdotique y Petite mouton. Es en Blocage anecdotique donde la autora se retrató sobre un perro que vuela. En Petite mouton las imágenes dialogaban. Una oveja también montada sobre un perro que va volando, decía: “Voy para la carnicería”. La otra oveja le preguntaba: “¿Cuándo vuelves?”, a lo cual esta respondía: “Jamás”.

En uno de sus viajes a India guardó en su memoria la triste visión de un perro que moría de sed. En pañuelos de seda y telas que compró en el exótico país imprimió ese recuerdo y otras imágenes poéticas; además, pespuntó con hilos de colores los contornos de los grabados impresos en las telas. En vez de hacer un nudo al final y cortar, dejó hilos sueltos que pueden ser interpretados como hilillos de sangre, hilo conductor o teléfono roto. Estos hilos sueltos añaden significado y fuerza a las imágenes. En el grabado que tiene una oveja rodeada de sillas de ruedas, una imagen distinta de la de la silla de ruedas rodeada de tres ovejas, las sillas están pespunteadas con un hilo de color idéntico al del grabado, no se ve, excepto cuando están sueltos y por fuera de los contornos. No solo el ojo ve como tocando, sino que, además, la aguja y el hilo retocan la imagen.

Vienen los aguafuertes sobre tarlatana, una tela cuya trama y urdimbre están muy separadas. Las tarlatanas impresas dan la impresión de ensueño, de espejismo, de imagen difusa. Los perros, los pájaros, los nidos de Restrepo se cuelan por los espacios de la tela. Es especialmente interesante la obra Rubí, su perrita hoy en día, muy plácida entre cobijas.

Caos es para Ángela Restrepo un cúmulo de sillas de ruedas; Edén es una silla en medio de un jardín; Juego son sillas unidas por un hilo; Hogar es un nido; Carroñero es el espléndido cóndor de los Andes (la técnica aquí hace énfasis en la textura rugosa del cuello del ave); A veces un sueño es solo un sueño es un bebé entre cobijas; Territorio son las pantuflas de su madre; El pensador es un perro soñando; Árbol es la palma de cera, árbol nacional de Colombia. Esta es una serie de grabados para definir conceptos y fueron realizados para un intercambio artístico internacional. Se trataba de un juego de arte entre dos artistas distantes en el espacio. El juego se llamaba Ping pong, y el contendor fue un artista hindú. Cada uno debía dibujar diez palabras que el otro escogía. La embajada de Colombia en la India sacó un catálogo sobre las dos exposiciones.

Su arte es para declarar, para decir, para repasar la mirada sobre el universo de sus intereses y afectos; y su posición frente a la vida es lo que lo influye y direcciona. Restrepo comparte con el artista inglés David Hockney la honestidad y la libertad en la ejecución; digamos que el amor por la impureza formal, pero con destreza formal. Los soportes: tela y papel, son todo lo que ha necesitado para crear un universo de relaciones. El conjunto de su trabajo fluye, es liviano y está hecho con tranquilidad y sin premura. Es lo que es y no pretende más; es directo. Como se dijo antes, sus espacios son tratados con una sensibilidad puramente femenina, son donde ocurren los momentos dulces de la vida, los de compañía y los de soledad. Retrepo se mueve en el ámbito de lo doméstico, pero sin domesticar, y nos habla del contacto con lo transitorio. El arte que logra no tiene secretos, pero tampoco es exhibicionista. De la obra de la artista Ángela Restrepo se puede decir lo que decía sobre la utilidad del arte el crítico Bernard Berenson: el arte sirve para intensificar la vida a través de su carácter formal.

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