Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Sobre Adiós al mar del destierro

portada Adiós al mar del destierro

La novela Adiós al mar del destierro, escrita por Lucía Donadío, me dejó pensando muchas cosas; mejor dicho, mientras la leía, se me venían a la mente asuntos ligados a la religión, a la moral, a la felicidad. Así que lo escrito en este blog no es una crítica literaria, son algunas de las reflexiones que hice al leerla.

La novela está conformada por un conjunto de historias entrelazadas, que cuentan la vida de inmigrantes italianos que llegaron a Colombia a principios del siglo XX. Cada historia se puede leer sola, es bella y completa en sí misma, pero en la relación con las otras, los personajes adquieren tres dimensiones. Las historias se van entrelazando y algo maravilloso ocurre: uno ve cómo los personajes se ven a ellos mismos distintos de cómo son vistos por quienes los rodean. Esto es algo difícil de hacer, de controlar como escritor, y supremamente interesante, pues así es la realidad. La percepción de cada uno sobre un mismo asunto difiere de la de los otros en poca o gran medida. Las historias se completan con la voz de los distintos personajes. Esta forma nos hace recordar que siempre habría que conocer las distintas versiones de una misma historia, las dos partes en un conflicto, a los testigos de lado y lado, para tener una idea más justa de los hechos. Esta novela nos revela la complejidad de las relaciones humanas.

Además de la belleza literaria, de la belleza de las frases y de la precisión y encanto de las palabras, lo que más me capturó fue el papel que la religión juega en la vida de casi todos los personajes. El peso de la religión sobre las ideologías y sobre los comportamientos. Todo el tiempo se pregunta uno hasta qué punto la religión ayuda a tener una vida decentemente feliz, o hasta qué punto destruye una vida. La misma ideología católica, en este caso, sirve para liberar, para encarcelar y para destruir. La fe, todos lo sabemos, es lo opuesto a la razón. Creer por fe quiere decir creer sin que medie un buen motivo para hacerlo. Las religiones se han valido de la vulnerabilidad humana a ser troquelados en la infancia.

Hace cien o más años, la religión definía la conducta de sus creyentes. Hoy, para muchos no es así, pues la gente se comporta con distancia respecto a las doctrinas. No digo, inmoralmente, pues cada persona tiene un sentido de moralidad, con el que se nace, y que se refina, pero, en la mayoría de los casos, la gente vive hoy su vida con mucha independencia de las doctrinas de la religión. Por ejemplo, cuando los católicos leen la frase dicha en la Biblia: “Primero entra un camello por el ojo de una aguja, que un rico en el reino de los cielos” ningún rico dona su dinero y propiedades; es más, si puede los esconde para no pagar impuestos, y sigue sintiéndose bien con Dios. Los problemas que resultan entre los comportamientos no acordes con la doctrina se resuelven con disonancia cognitiva. La mente concilia entre lo que sabe de su religión y lo que desea y va a ejecutar.

Uno de los personajes de la novela, una mujer llamada Elisa, no concibe su existencia sin estar ayudando a los pobres, sin hacer caridad. Para lidiar con la culpa que le produce tener comodidades y haber nacido afortunada, socorre a los necesitados, y de esta manera, trata de lograr un balance interno que le devuelva la paz. Cito el libro, para mostrar cómo llegaba hasta un punto extremo: “Se avergonzaba al ver el placer con que su marido y sus hijos comían. Antes de que trajeran el helado de guanábana, que ella también había preparado y era su favorito, se retiraba excusándose y se iba para la cama. Le pedía perdón a Dios por haber hecho felices a los suyos, y le prometía no volver a preparar lasagna”. Era pecado ser feliz, hoy parece ser pecado no serlo. En los medios sociales se exhiben, impudorosamente, los hechos que dan cuenta de una supuesta o pretendida felicidad.

Es justo y necesario que las desigualdades nos atormenten. La incomodidad sicológica evolucionó para hacernos reaccionar a favor del bienestar del grupo. Hacer el bien produce paz y alegría, aunque no lo hagamos con todo el mundo en la misma medida en que lo hacemos con nosotros mismos o nuestros hijos; sin embargo, la preocupación puritana de esta mujer se extendía sobre la felicidad de los suyos. Preocupación que no da buenos frutos. El puritano le teme al hedonismo, siente culpa cuando hay felicidad, y repele los placeres. Lo opuesto, buscar desesperadamente el placer, es una patología, pero cerrarle la puerta a los placeres sencillos e inocuos de la vida no tiene sentido. Es simplemente triste rechazar las bondades y la belleza de la vida, y no cumple ninguna función, es solo algo absurdo.

Mi abuelo paterno temía cometer pecados, aun sin darse cuenta. Era un puritano que estaba revisando sus actos a cada instante, para ver si el diablo había inoculado moléculas de oscuridad y confusión en sus principios. Mi abuelo olvidaba que sin plena conciencia y pleno consentimiento no puede haber pecado.

Quizás porque hay algo de desconfianza en la vida eterna, tenemos más presente que somos mortales. Por eso, para muchas personas no darse gusto es un crimen contra ellos mismos, aunque no sepan que con ello no se logra siempre la felicidad. Lo que los psicólogos de la felicidad han dicho es que el placer resulta del balance entre la abstinencia y la experiencia. Recordemos la frase popular que dice: “el mucho dulce empalaga”. Se trata de reprimir o aguantar el deseo para luego complacerlo, pero sin repetir muchas veces el juego. Los que han experimentado la dicha de meterse en aguas termales, saben que, al rato de estar sumergidos allí, es necesario salir y meterse en un chorro de agua fría, para volver a las aguas termales y sentir otra vez la dicha. Pero todos sabemos que el placer va disminuyendo en la medida en la que se repite el entra y sale del agua. Los motivos de que esto sea así son neurológicos, no son morales.

Me conmovió la historia de María. Cuando niña, su padre le quitó todo, todo lo que ella amaba en la vida, con el sadismo propio de los actos que “buscan” el bien del otro, sin consultar qué es el bien para el otro, y en contra de su libertad. Para la muestra una cita: “No entendía por qué mi padre me desterraba de mi vida, de mi pueblo, de mis amigas del colegio, del pecho de mi abuela, de sus ojos ciegos que alumbraban mi alma. Me alejó de mí”. “María intentaba recordar a la abuela, ser como ella para no dejarla morir”.

María llevaba consigo siempre un devocionario: Joya del alma piadosa, ese era su talismán, esa era su ancla a la realidad. A la pobre huérfana de madre, criada amorosamente por su abuela ciega, su padre la sacó de la casa para dejarla abandonada en un convento, en otro país, en otro continente, con otro idioma. Hasta qué punto nuestra relación con el mundo depende de la relación con nuestros afectos, nuestras personas queridas y nuestras posesiones. Para tener una identidad tenemos que vernos y reconocernos en el espejo que son quienes nos aman. ¿Qué ocurre cuando no hay espejos, no hay objetos, ni esas pequeñas cosas, ni esos amores grandes y chiquitos del diario vivir?

La niña solo tuvo la religión como refugio. Y uno se pregunta si hay otras defensas para la recursiva mente humana, diseñada para sobrevivir, mas no para ser feliz, pues la felicidad no es la meta de la evolución. Esta una historia muy bella que se queda para siempre en uno.

Esta novela también nos hace revisar lo que damos por sentado. Tendemos a no ver lo que tenemos muy cerca, como el hecho de ser parte de una sociedad, tener una familia, ser visibles, tener un rol social, sentirnos incluidos, contar para otros. Pensando un poco, todo esto es lo que no tiene el foráneo, el inmigrante, todo esto es lo que no tienen los desposeídos de una sociedad: los gamines, los indigentes de la calle.

Al leer Adiós al mar del destierro sentí como si fuera cada vez más hundiéndome en las profundidades del ser humano. Con las ultimas historias, uno se da cuenta de la enorme suerte que es no haber cometido ciertos errores. Hay errores que son pequeños y, sin embargo, cercenan la posibilidad de ser felices, para siempre.

Errare humanum est (errar es humano) Los errores son muchas veces producto de accidentes; no solo accidentes con el espacio que nos rodea, sino de accidentes con la propia psicología. Así como nos puede matar un virus, si nos ataca cuando estamos débiles; así, en un momento dado, cometemos un acto que no está en la normalidad de nuestro comportamiento, por motivos accidentales, porque confluyen situaciones que prácticamente nos llevan inexorablemente a él. Todos reconocemos la suerte de tener buena salud, pues los enfermos que nos rodean nos lo recuerdan, pero no ocurre lo mismo con la fuerza moral: la suerte de no ser débiles, la suerte de que el accidente no nos haya alcanzado a nosotros, la suerte de no haber cometido un error, “il peccato”, y que no soportemos el haberlo cometido. Una cita al respecto: “Perdió todo, hasta el mar. Esperé toda la vida el perdón de mi hijo y el de Dios, que nunca llegaron”.

Siempre me he preguntado si el grado de ecuanimidad, de control del yo y de voluntad no son atributos con los que de cierta manera nacemos. Así como hay personas cuya fuerza de voluntad se doblega con el chocolate, el sexo, o el alcohol hay otras que son inmunes a estos. Y no son más virtuoso, puesto que ¡no tiene la tentación!

Hasta qué punto somos los capitanes de nuestro destino y de nuestras almas, como dice el poema de William Ernest Henley, o hasta qué punto somos barquitos de papel cuyo destino está ya escrito en el pétreo y misterioso tiempo. Es una fortuna, inmerecida, por lo demás, el no conocer ni el remordimiento, ni la culpa, ni la vergüenza.

Hasta donde se nace puritano o pecador. Ya no hablo de religión, los ateos donan más dinero para caridad que los cristianos, se sabe porque existen los estudios. El comportamiento ético no necesita ni religiones ni dioses. Recordemos que los crímenes más atroces de la historia se han cometido en nombre de Dios. Los ateos tienen una conciencia moral tan fuerte o tan débil como la de los creyentes. Cuando estaba niña, en el colegio, algunas compañeras mostraban un espíritu puritano, y otras, un espíritu libertino. Una de mis compañeras sentía la necesidad de hacer penitencia: se bañaba con agua fría, se ponía piedras en los zapatos, etcétera. Olvidaba que la vida escolar es una penitencia de 14 años, por lo menos en esa época. Otra compañera mostraba una fuerte disonancia cognitiva para hacer sus penitencias: en Semana Santa se ponía a dieta de dulce. Una penitencia cuyo beneficiario era ella misma. No creo que sirva como penitencia, pues los sacrificios deben revertir en el bienestar de los otros, para que valgan como tales, si revierten en uno, no son sino estrategias para la propia conveniencia. Otra compañera llevaba en un termo el cóctel Ruso Blanco. Repartía, con picardía, sorbitos en la media-mañana.

Aquí algunas hermosas frases del libro Adiós al mar del destierro

“Me sentaba en una banca y luego pasaba a otra, pensando que le estaba quitando el puesto a los enamorados que caminaban abrazados buscando dónde sentarse”.

“La mesa se adornaba con manteles bordados por la abuela Leticia y las tías. Universos blancos donde ellas plasmaban sus constelaciones”.

“Usé con maestría los cubiertos. Mirando de soslayo a Isabela que estaba a mi lado, imité sus movimientos escoltado por los buenos modales que había aprendido de la abuela Leticia, cuyo título de baronesa ejercía con rigor solo en la mesa al medio día”.

“Varios pasajeros han mirado a través de la puerta que mantengo cerrada, pero ninguno se ha atrevido a entrar, como si mis sentimientos ocuparan las otras sillas”.

“Pronto comenzaron a aparecer grietas en algunas paredes y en nuestros corazones también. Éramos dos desconocidos abrazados por las ilusiones del amor. Después llegó el silencio que como una noche muy larga, se apoderó de nosotros”.

“Mamá no tenía en quien recostar sus temores”.

“Comías con un hambre milenaria, como si nunca antes hubieras probado bocado. Comías con el hambre de los emigrantes, con el hambre que escondían tus padres para que no supieras lo que ellos fueron, lo que habían sufrido”.

“Consigues dinero y luego en la iglesia te castigan con el látigo de la culpa, en medio del oro que brilla en los altares”.

“Desde que supo lo sucedido perdió el sueño y se ha preguntado mil veces por qué Elba no lo buscó a él, que siempre la amó”.

 

 

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