En Facebook circula un anuncio que dice sabiamente: “La ley del aborto no obliga a nadie a abortar, así como la ley del divorcio no obliga a nadie a divorciarse. La ley del matrimonio homosexual no te obliga a casarte con una persona gay. Estas leyes otorgan derechos, y no hacen daño. Lo que hace daño son las prohibiciones de los derechos”.
Toda persona razonable acepta que no tiene derecho a imponer sus creencias religiosas a otros, ni sus códigos morales ni sus ritos. Por eso, los países crean leyes laicas que cobijan a todos los ciudadanos, no importa a que religión pertenezcan.
El derecho al aborto ha sido una de las leyes que más controversia suscita, pues las creencias religiosas no dejan pensar con libertad a los creyentes. Para pensar en el aborto tenemos que ponernos de acuerdo en muchas preguntas que no son nada fáciles de responder. Matar a un ser humano se considera un acto condenable, en la mayoría de los casos. En el caso del aborto, la primera complicación empieza al tratar de definir cuándo un feto es un ser humano.
Para los católicos, un feto es un ser humano siempre, incluso en el mismo instante de la fecundación, pues es allí cuando surge el alma. Los demás no tenemos que aceptar la premisa de la cual ellos parten, así como tampoco les creemos a los griegos, de los tiempos de Aristóteles, cuando aseguraban que el alma entraba al embrión masculino a los cuarenta días, y a los noventa, al embrión femenino, ni a los europeos del Medioevo, cuando aseguraban que el alma entraba al cuerpo con la primera respiración del bebé. Hoy en día, algunos deciden que un ser humano lo es cuando se oye por primera vez latir su corazón (a las seis semanas de embarazo), otros, que cuando se perciben las primeras ondas cerebrales; otros, que cuando el feto es viable por fuera de la madre, cosa que varía enormemente con la tecnología. Y la definición más reciente de ser humano es cuando el feto ha madurado biológicamente lo suficiente como para tener conciencia.
Todos, creyentes y escépticos, aceptamos que sin un cerebro hasta cierto punto desarrollado no hay mente. Al respecto, existen muchas pruebas concluyentes. Los bebes y los niños tienen conciencia, pero el cigoto humano no tiene habilidades cognitivas. Hay un cierto período en el cual se puede considerar que sabemos que somos conscientes y experimentamos el mundo. Sin embargo, el Dr. Gary Whittenberger, Ph.D. psicólogo retirado y escritor, dice que alrededor de las 29 a 30 semanas de edad gestacional el feto siente dolor, y experimentar el dolor es un indiscutible signo de conciencia (la percepción consciente del dolor puede surgir solo después de que las vías tálamocorticales comienzan a funcionar).
Hay definiciones que es mejor dejárselas a la ciencia, pues sin suficiente conocimiento, las definiciones son pobres, insensatas y algunas veces ridículas. El gran problema del mundo respecto a estos asuntos es la inercia cultural. Muchas leyes del sistema penal están pensadas desde y para la Edad Media, y no han evolucionado de acuerdo con los conocimientos de lo que somos, basados en investigaciones serias, razonables y profundas. Para el doctor Gary Whittenberger, el cigoto, el embrión y el feto temprano no son personas, pero el feto tardío sí lo es; por tanto una mujer debería tener derecho a abortar hasta aproximadamente la semana 25 de gestación, y el aborto legal debería ser accesible, gratuito, rápido, privado y seguro. Además, el contexto en el que ocurren las cosas es parte fundamental en la valoración que hacemos de estas, y no deberíamos olvidar que el problema mayor del Planeta es la superpoblación; además, se desea la vida, pero con calidad, y un niño no deseado por sus padres puede sufrir una vida de horror y tortura.
La posición extrema que defiende el feto como ser humano es indefendible. Nunca aborten los creyentes si no les es permitido hacerlo, pero no impongan a los demás sus creencias basadas en la fe. La base de esta discusión debe ser filosófica y científica, y por tanto debe estar sometida a escrutinio permanente y susceptible de ser modificada cada vez que se conozcan nuevas evidencias y existan mejores y más afinados argumentos.