Colombia es un país tan diverso e indiferente que aquí se volvió común la palabra “desplazado” y, aún más, que haya personas que ostenten esa condición. A pesar de ser tan solo una de tantas historias de vida que hay en este país con dicha condición, esta crónica lo que busca es intentar explotar apenas una burbujita de todas las que poseemos sobre la sociedad y la realidad de los otros en este país.
Cuando uno no está familiarizado con el tema, intentar conseguir algo no es tan sencillo. Así me ocurrió a mí, no tengo familiares desplazados ni ningún tipo de relación con el tema. Mi familia se mudó a Bogotá sin presiones ni amenazas. Y siendo así, contactar a un desplazado tampoco es tan sencillo; me tocó recurrir con contactos de familiares hasta que di, por medio de la vía telefónica, con William Torres*, un colaborador de una ONG que ayuda a desplazados en Bogotá y que después de varias llamadas prometió concederme una reunión con un amigo de él, que además de ser el líder de un grupo de apoyo a desplazados en la ciudad, era desplazado también.
Cuando llegó el día de la reunión, William me citó en un aparente viejo pero, de alguna manera, bien cuidado edificio lleno de oficinas en toda la Carrera 10 con Calle 19, en pleno centro de Bogotá. Me dice que allí van a estar él y su amigo, Daniel*. Y es así como, después de harto tiempo en medio del caótico tráfico de la ciudad y un Sol apabullante llego al Edificio. No había portería ni éste tenía algún nombre, la única forma de reconocer que uno había llegado al sitio indicado era por la placa y porque, en donde se supone debería haber una portería, había era una tienda de dulces pequeños y llamadas a celular atendida por una joven muchacha que me confirmó el sitio.
Después de subir en un ascensor bastante viejo, junto con un señor con varios años encima, una abundante barba y un largo cabello blanco, me bajé con él en el octavo piso de aquel edificio en un donde había un pasillo bastante pequeño y una sola puerta. Allí me abrió un hombre alto, de tez oscura, con una chaqueta negra de cuero con camisa naranja y un jean, sumado a un acento que expresaba que venía de la Costa Atlántica. Éste saludó al anciano y me hizo seguir. Una vez adentro se veía otro pasillo con dos puertas y allí estaba William, un hombre de piel morena, como de unos 1.70 metros, de unos 45 años y con grandes entradas en su cabellera vestido con una pinta bastante informal, digna de un sábado, el cual me llama con su marcado acento santandereano. Me hizo seguir a una de las dos oficinas junto con el hombre que me abrió la puerta y el anciano. Allí se presentó formalmente y, de paso, al hombre que nos abrió la puerta. Él era su amigo del que me había hablado, Daniel.
La oficina era bastante modesta. Tenía afiches que apoyaban la marcha del pasado 9 de abril y sobre conferencias o marchas a favor de los desplazados, nada había sobre partidos políticos o políticos en sí. Había una mesa con un computador de no más de cinco años y muchos arrumes de archivos, así como en el piso. Y por último, había una pancarta con consignas en contra de la precaria situación de los desplazados en el país colgada sobre la ventana, de forma que no se podía divisar hacia la Calle 19 que daba al frente.
—Siéntese un momento mientras aquí atendemos al hombre —dijo William, en referencia al hombre que subió conmigo en el ascensor.
No pasaron ni cinco minutos cuando Daniel se me acerca y me dice que vayamos a la otra oficina. Cuando entramos, veo que ésta dispone de una mesa larga y unas sillas plásticas como una sala de juntas. En el fondo una ventana que ocupaba casi todo el espacio de la pared y que daba a la Carrera 10, sobre ésta, otra pancarta más grande que traía la consigna:
El despojo es hambre y pobreza
Defendamos el territorio
La corrupción es ruina!!!
Defendamos lo público
—Las puse ahí (las pancartas) porque se empaparon en la marcha ahorita el 1 de mayo —me dice Daniel para, supongo, justificar el porqué éstas estaban ahí.
En seguida, se sienta en una de las seis sillas que habían y me invita a sentarme a mí también. Y ahí, con una relajación interesante para lo que iba a contar, comienza un ‘flashback‘ sobre su vida y cuyo final estoy seguro él quisiera que terminara diferente.
***
Daniel Martínez nació en Ovejas, Sucre. Un pequeño municipio ubicado en una subregión de los Montes de María, que colinda con Bolívar y que se encuentra a unos cuarenta y uno kilómetros al noreste de Sincelejo. Nació a mediados de la década de los años cincuenta, en medio de una familia campesina y que, como muchos productores campesinos en este país, eran pobres. Ellos, cuando él era apenas un niño, tenían una parcela en arrendamiento en donde se vivía sujeto a las imposiciones de los dueños de la tierra.
En su gobierno, Carlos Lleras Restrepo (1966-1970) impulsó una reforma agraria, que como dice el economista y profesor de la Universidad Libre de Cali, Álvaro Albán en su texto “Reforma y contrarreforma agraria en Colombia”, buscaba una redistribución de la tierra que le diera más inclusión a la propiedad a los campesinos y en donde “se buscaba promover un empresariado rural y granjas campesinas“. Y en esa coyuntura estaba la familia de Daniel, luchando por un pedazo de tierra. Pero es mediante la toma de tierras que ellos pudieron acceder a una parcela en propiedad, en Ovejas, la cual gracias a una titulación del Instituto Colombiano de Reforma Agraria (INCORA), creado en 1961, y que contaba con el apoyo de organizaciones campesinas y la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC), se hizo legal.
Allí, el tiempo pasó y con mayor edad, enmarcada por una juventud que quería una mejor sociedad, sobretodo en y hacia el campesinado, Daniel se unió a varios movimientos y organizaciones campesinas con sede en Los Palmitos, también en Sucre pero a tan solo quince kilómetros al noreste de Sincelejo. Allí, el joven Daniel repartía su tiempo entre su parcela de catorce hectáreas, entregada a su familia en 1972, y haciendo las veces de líder campesino en dicha región caribeña.
Con el tiempo, logró escalar como líder campesino dentro de dichas organizaciones hasta el punto de ser el Presidente a nivel federal de los Usuarios Campesinos en el municipio de Los Palmitos, Director en la Asociación Municipal de Los Palmitos y tuvo entre sus manos la dirigencia departamental y nacional de muchos de los asuntos de ANUC. Pero todo ello trajo, para él y su familia, consecuencias negativas.
Para el año 1978, después de muchos años en su parcela, el Ejército y la Policía Nacional comienzan a sospechar de la actividad de varios líderes campesinos relacionándolos con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), en una época cuando todavía ni siquiera la guerrilla estaba en la zona; es más, ni siquiera los grupos paramilitares existían oficialmente. Entre dichos líderes sospechosos estaba Daniel. El Estado utilizó, entonces, la represión y el delito de Rebelión para coartar a muchos líderes y, de esta manera, obtener información sobre la guerrilla. Capturaron y enviaron a los líderes campesinos acusados de guerrilleros al Cuartel de la Infantería de Marina en Coveñas, Sucre. Allí permanecieron durante tres meses bajo la tortura y la injusticia.
Después de tan aberrante episodio en donde claramente los tuvieron que dejar libres, no se dieron por vencidos y Daniel y sus compañeros continuaron trabajando por una mejor calidad de vida para los campesinos en Sucre. Muchos años después, su pasión por una mejora a su pueblo lo llevó a ser candidato a la Cámara de Representantes en las nuevas elecciones al Congreso que creó la naciente Constitución de 1991. Aunque no quedó, no perdió el impulso y participó para convertirse en concejal en su pueblo natal, Ovejas, en 1992. No obstante, eso no lo salvaría de ser detenido otra vez, esta vez durante cinco meses, por la Policía por presunta rebelión en 1993, y esta vez llevado desde Sucre a Barranquilla.
Esa es la historia de su primer desplazamiento, gracias a la paranoia y amenazas de las Fuerzas Armadas del Estado. Ello brevemente lo obligó a abandonar su parcela de la que dependían únicamente, a gran parte de su familia y a su pueblo. Llevándolo con su esposa y sus siete hijos hasta Barranquilla sin la opción de recibir alguna ayuda debido a que la condición de desplazado no existía en el país en esa época. No obstante, cuando se bajaron los ánimos volvieron para vivir la que sería la época más oscura de dicha región. Durante esos años, la violencia en los Montes de María se incrementó. Los paramilitares llegaron a hacerle frente a la guerrilla y hubo asesinatos por doquier de campesinos y demás civiles. Todo se convirtió en amenazas y masacres no solo a organizaciones sino a pueblos enteros. Nadie, que viviese en los Montes de María, se salvaba de la horripilante violencia que se veía.
Soportar y soportar, esa era la lucha de los campesinos inmersos en la guerra, una que parece no tener fin aun hoy. Muchos no pudieron y se terminaron yendo, Daniel y su familia trataron hasta donde pudieron. Corría el año 2000 y su desplazamiento, esta vez, a Barranquilla sí se veía como definitiva…
***
Hace poco se había ido William junto con el anciano y suena un teléfono, es uno de los dos celulares de baja gama con los que trabaja hoy en día Daniel. Me pide excusas para contestar y sale de la sala para hablar. Se podía escuchar que era una mujer y por lo que respondía Daniel, necesitaba ayuda con algo y pedía información sobre cuándo contactarlo en persona. Mientras, gracias a esta película que poco a poco me soltaban, lo que único que yo podía pensar ahí era en las injusticias y atropellos que ha creado el conflicto en el país. Se me venían en ese momento las palabras que pronunció en su breve visita a la oficina aquel anciano que llegó conmigo.
Mientras hablaba con William y Daniel, él explicaba que por los lados del Parque Tercer Milenio, a pocas cuadras hacia el occidente del Capitolio Nacional, hay unos lotes que pertenecen a una Iglesia del sector, las cuales ésta ni siquiera utilizaba ni les tenía mucha importancia hasta un día que el cura descubrió que varios desplazados se estaban quedando ahí, porque no podían pagar piezas en pensiones.
—El antisocial ese del cura se enteró que la gente se estaba quedando ahí y mandó a cercar el lote y a matar la vegetación para que quedaran solo piedras y la gente no se pudiera acomodar. ¡Pero claro! Hoy sí sale el malparido ese a marchar dizque por la vida y el respeto a los Derechos Humanos —decía en su intervención durante el diálogo dicho anciano. Y aunque el irrespeto a la propiedad privada no puede primar, hay gente que no encuentra más soluciones que esa, que dormir en la calle cuando llegan a una ciudad tan grande y fría, tanto en su clima como en sus habitantes, como lo es Bogotá.
También, durante ese momento improvisado de desconcentración, mientras veía al frente mío, pegado en la pared, un afiche que invitaba a la Mesa de participación de víctimas de Bogotá y otro que hablaba sobre una Jornada de Movilización contra la criminalización de la oposición y los líderes campesinos, pensaba en lo injusto y desgraciado que puede ser vivir en situación de desplazamiento en Bogotá. Pensaba en lo que me había contado Daniel y William antes de empezar. La historia era con respecto a las sonadas casas que prometió dar el presidente Juan Manuel Santos y que es un proyecto que hoy lidera su tan cuestionado ministro de Vivienda, Germán Vargas Lleras. Al parecer, las casas no las dan tan fácil como lo muestran en la Urna de Cristal y lo han afirmado el mandatario y su funcionario. Según parece, muchas de las casas las entregan es por medio de créditos y trámites eternos que incluyen un montón de papeleo y es una situación ante la cual muchos desplazados no pueden cumplir. Esto se unió al conflicto sobre el sitio para construir las casas con el Alcalde de Bogotá, Gustavo Petro. Así, el pasado 2 de mayo se armó una protesta por parte de varios desplazados en la zona donde ya se han construido ciertas casas. Allí se les prometió mejorar y ser más eficientes con la entrega y construcción pero, como me mostraban, la situación no parecía mejorar prontamente.
Todos esos pensamientos se me daban mientras observaba hacia la calle, hacia la Carrera 10. Una de las vías más caóticas, contaminadas, peligrosas y ruidosas de Bogotá pero que, bajo el contexto y por lo que he visto en mis años de universitario, ha recogido y le ha dado sustento a muchas familias que vienen de muchas regiones de Colombia huyendo de la violencia y que cambian un cultivo de papa o café por la informalidad que trae vender artesanías que nadie mira ni quiere, vender objetos usados o vender fruta o salpicón en medio de la calle.
En ese momento aparece de nuevo Daniel, me pide de nuevo excusas y se sienta. Yo hago lo mismo mientras, cambio de película y vuelvo a mis apuntes hacia al año 2000 que corría en Barranquilla.
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Barranquilla es una de las ciudades más prósperas de Colombia y, por qué no, la más grande e industrializada que tiene la zona Caribe. No obstante, asimismo son muchos los desplazados que recibe en busca de una nueva oportunidad, una oportunidad de ser alguien y lograr vivir a pesar de la marginación en la que este país se les somete. Ahí llega Daniel, su esposa y sus siete hijos, más exactamente al municipio de Malambo, a tan solo doce kilómetros al sur de Barranquilla.
La situación no es nada fácil en su lugar de origen, poco después de irse ocurren las masacres en el municipio colindante en Bolívar con Ovejas, Carmen de Bolívar, más exactamente en sus corregimientos llamados El Salado y Macayepo. Además, las autodefensas logran la masacre de 28 personas en cuatro corregimientos de Ovejas también. Incrementando el odio y una mayor cantidad de desplazados moviéndose a través de Colombia los cuales, según un artículo de la Revista Semana, después de las masacres comprendidas entre febrero de 2000 y enero de 2001 por parte de las AUC, tienen de un saldo de 4.000 personas.
Ante esto, Daniel solo puede es resignarse y luchar por algo mejor en Barranquilla. No obstante, gracias a su desplazamiento forzado, él perdió todo. La estabilidad, el tejido social con su familia (en su pueblo natal se quedaron sus papás y sus hermanos) y el vínculo social y político con su región quedó hecho trizas y totalmente roto. Hoy, después de 13 años, solo ha podido ir una sola vez a su casa y por muy escaso tiempo pero peor aún, ni siquiera pudo estar presente para el velorio y entierro de su papá. De esta manera, el dolor de irse no es solo a la hora de irse, el ser desplazado es un dolor hasta la muerte en la persona que lo sufre.
Cuando a uno le gusta algo trata de luchar por ello y es muy difícil no tratar de hacerlo cuando no se le tiene amor o pasión. Eso le pasó a Daniel que, una vez en Barranquilla, volvió a retomar sus andanzas en organizaciones campesinas, una labor que lo acompaña desde muy joven y en lo que ha tenido un total desenvolvimiento. Esta vez, se concentró en la población desplazada como él y en las dignidad de ellas como personas. Así, buscó hacer implementar la Ley 387 de 1997 que hablaba de un marco normativo de atención humanitaria a población desplazada. Era la primera ley en Colombia hecha para las víctimas directas del conflicto por desplazamiento y que consideraba a una persona desplazada como:
“Art.1. Es desplazado toda persona que se ha visto forzada a migrar dentro del territorio nacional abandonando su localidad de residencia o actividades económicas habituales, porque su vida, su integridad física, su seguridad o libertad personales han sido vulneradas o se encuentran directamente amenazadas, con ocasión de cualquiera de las siguientes situaciones: Conflicto armado interno, disturbios y tensiones interiores, violencia generalizada, violaciones masivas de los Derechos Humanos, infracciones al Derecho Internacional Humanitario u otras circunstancias emanadas de las situaciones anteriores que puedan alterar o alteren drásticamente el orden público.”
El problema era que se dio en una coyuntura en donde el conflicto estaba en su mayor auge y muchas familias, más que querer volver, querían era huir. No obstante, Daniel y otros compañeros de él lograron hacer grupos de trabajo y trabajar por la atención humanitaria a desplazados.
Pero en el ámbito personal la situación era muy adversa, tenían que vivir del rebusque y sobrevivir con lo que les diera esa labor. Fue una época enmarcada por el constante sufrimiento. Para completar, corría apenas un año de la llegada de los Martínez a Barranquilla cuando las amenazas volvieron a tocar a la puerta de esta familia. Tan solo para el 2001 mataron a nueve de los compañeros de Daniel. Así, no correría sino apenas un año y medio de hostigamientos cuando vendría un segundo desplazamiento. Esta vez, sería la capital del país el destino escogido para empezar una nueva vida.
Venir a Bogotá desde un lugar totalmente distinto es una tarea tortuosa y difícil, aun para el que viene voluntariamente. Sobrevivir en un sitio donde todo es lejos, el frío muchas veces puede ser inclemente con el que no está acostumbrado, en donde a pesar de estar dentro de un mismo país la cultura es totalmente distinta y la indiferencia sobre lo que pasa es la reina, en donde la comida no sabe igual y hasta la forma de vestir se debe cambiar. Esa es la Bogotá de los desplazados. Una Bogotá indolente y apabullante, lejos de los Centros Comerciales y el Parque de la 93.
El primer paso en la gran ciudad es vivir con la ayuda de alguna Fundación que lo que quiera ayudar a uno o de amigos que antes ya habían logrado emigrar a Bogotá y que poseían cierta estabilidad. Lo segundo era conseguir un empleo pero lastimosamente en Colombia se es muy viejo para conseguir empleo a los 35 años pero se es muy joven para pensionarse a los 60 años, así que no quedó más que vivir del rebusque vendiendo envueltos y con ello lograr pagar el arriendo de una pieza en alguna pensión, en donde el mes puede valer apenas $60.000 pero que muchas veces se torna imposible de pagar.
No obstante, el tiempo y la dedicación dieron su recompensa. Muchos de sus hijos lograron entrar a cursos en el Sena que gracias a la política gubernamental de Acción Social recibían unos apoyos de medio salario mínimo mensual. Con esta ayuda, las finanzas mejoraban y podían acceder a más opciones de mitigar sus necesidades. Sin embargo, la situación empezó a decaer nuevamente ante la enfermedad de la esposa de Daniel, le dio cáncer de piel, artrosis, descalcificación en los huesos y se le desarrolló el hipertiroidismo. Todas ellas originadas gracias al estrés creado el no saber qué iba a ser de sus vidas en esta nueva etapa. Mas lograr la atención no fue tan sencillo, fue un proceso de dedicación e interposición de tutelas. En Colombia decir que uno es desplazado, más que ayudar, mata lentamente.
Pero con el paso del tiempo la sostenibilidad ha ido mejorando, Daniel pudo validar su bachillerato a los 46 años y logró hacer un curso en la Universidad Simón Bolívar que le permitió trabajar de forma fija pero informal dentro de organizaciones sociales como la Corporación Opción Legal y con el Sistema Nacional de Unidad. Informal porque no ganaba sueldo fijo pero ha podido mantenerse durante todos estos años hasta el día de hoy.
***
El tiempo para hablar se está acabando así como nuestra reunión, empero, Daniel me cuenta un poco sobre cómo es ser líder de grupos desplazados en Bogotá. Sus ventajas y su lado oscuro. Las ventajas de trabajar con desplazados me cuenta, aún con la misma relajación como cuando comenzamos a hablar, es que uno conoce gente igual uno pero con distinto origen, victimario e historia de vida. Uno aprende a ser más tolerante por la cantidad de pensamientos y opiniones con los que uno se encuentra día a día. Además, ya se cuenta con el respaldo del gobierno nacional por medio de la Ley de tierras y víctimas de 2011, que a diferencia de la Ley de 1997, tiene más capacidad de desarrollarse e implementarse.
Pero como en la vida, ser líder tiene su lado negativo y un mundo donde las amenazas y hostigamientos son pan de cada día. Antes de las AUC, hoy de las BACRIM y de grupos anti Restitución y todavía de las Farc en varios casos. O incluso, de mismos líderes que se unen a organizaciones sociales solo para conocer quienes se mueven en ese medio y, aliados con grupos armados, es que comienzan los asesinatos o desplazamientos.
También hace énfasis en el alarmante número de casos de violación y abuso sexual a mujeres en Colombia. Sobre todo, a desplazadas, en donde cada seis horas una de ellas es abusada y en donde, en cálculos del gobierno, en la última década 400.000 mujeres fueron abusadas y el 25% de ellas, aun en Bogotá, volvieron a ser abusadas. Daniel también me habla de la discriminación en el sentido étnico y la estigmatización que muchos líderes sufren como adeptos de las Farc de parte de algunos sectores cuando la realidad no puede estar más alejada.
Otro hecho preocupante, según Daniel es que muchos líderes se están lucrando de la ayuda que prestan. Viven de la necesidad. Es decir, de acuerdo al caso que uno haya sufrido (violación, desplazamiento, etc.) se cobra una tarifa para que se le pueda prestar ayuda. Un cuarto hecho es el préstamo por varios paramilitares de los nombres de varios desplazados para pedir créditos en bancos que al no pagarlos hacen que muchas de estas personas estén reportadas en Datacrédito haciendo que no puedan sacar otros créditos.
El reloj marca la 1:30 p.m. y Daniel me comenta que ya se tiene que ir. Termina diciéndome que en general el panorama no es alentador pero sí espera que se haga la paz con las Farc, eso sí, sin dejar que aquellos que cometieron errores no paguen por ellos. Baja conmigo en el ascensor, me dice que se va a ver con un amigo. Una vez en la calle, se despidió de mí y me comenta que es la primera vez que viene alguien de la Universidad de Los Andes a entrevistarlo, —A mí me han entrevistado en Barranquilla y aquí, pero gente de la Nacional —me dice solo como por comentarme. Me pide información sobre este blog (el original para cual esta crónica fue creada) y me comenta que le interesa verlo y ver en qué andamos nosotros en Los Andes. Así, se pierde entre la gran cantidad de gente que pasa en aquella intersección siendo uno más en medio de la multitud pero que no es así, a él este país lo castigó siendo desplazado con todas las molestias que ello trae.
*Nombres cambiados para mantener la seguridad de los personajes.
Bibliografía
—Albán, Á. (2011). La reforma y contrarreforma agraria en Colombia. Economía Institucional, XIII(24), 327-356.
—Coincidencias macabras. (2 de Junio de 2002). Revista Semana.
—El Tiempo. (s.f.). Obtenido de http://www.eltiempo.com/violencia-contra-las-mujeres/
—Senado, S. d. (24 de Julio de 1997). Ley 387 de 1997. Obtenido dehttp://www.secretariasenado.gov.co/senado/basedoc/ley/1997/ley_0387_1997.html
Sebastián Narváez Cárdenas
Twitter: @Imnotpolitician