Calicanto

Publicado el Hernando Llano Ángel

Pasiones letales contra la democracia

Pasiones letales contra la democracia

Hernando Llano Ángel

En la política y en el amor las pasiones son inevitables. Pero también suelen ser letales. En el amor sucede cuando alguno de los amantes se obsesiona de tal modo, que le resulta imposible continuar su vida sin ella o sin él. Entonces corre el riesgo de morir de amor o incluso de matar por “amor”. Hay quienes se suicidan por un amor no correspondido o traicionado. Pero también los que matan por pasión, los feminicidas cuyos celos reclaman una posesión absoluta y exclusiva de la amada. Aunque  también existen mujeres, por cierto menos numerosas, que incurren en mariticidio, cuando asesinan a su esposo o novio.  Según “las estadísticas del FBI desde mediados de 1970 hasta mediados de 1980 de cada 100 maridos que mataron a sus esposas en los Estados Unidos, alrededor de 75 esposas mataron a sus maridos, indicando una ratio de 3:4 de mariticidio a uxoricidio”. ¿Será que en nuestra política sucede algo parecido? ¿Existirán los políticos suicidas, feminicidas y las políticas mariticidas? ¿Aquellos que se quitan su propia vida por amor a sus ideas cuando no son correspondidas en las urnas o son traicionadas por sus seguidores? Obviamente no me estoy refiriendo a los candidatos que mueren metafóricamente al no ser electos. Ellos suelen resucitar en las siguientes elecciones, no una sino muchas veces, hasta que alcanzan el cielo de su curul o el cargo anhelado. Es muy difícil, casi imposible, encontrar un político suicida, menos en nuestra inverosímil Colombia. Aunque son frecuentes los candidatos que terminan suicidándose varias veces en las urnas. Pero los auténticos políticos suicidas no existen porque ellos saben bien que sus vidas valen mucho más que sus fútiles ideas, efímeros y demagógicos programas de gobierno. Aunque si es muy frecuente lo contrario. Encontrar políticos que hacen matar por sus ideas y excepcionalmente mueren por ellas. Están y viven en las extremas, a la derecha y la izquierda, con sus fantasmagorías de siempre: la democracia, la libertad y la justicia, que ni ellos mismos se las creen y las niegan con sus crímenes. Algunos los llaman estadistas, otros les dicen patriotas, héroes y hasta revolucionarios. Incluso llegan al extremo de autodenominarse demócratas y con la mejor buena conciencia envían a otros a matar y morir en nombre de la democracia, la libertad, la igualdad y la Patria, mientras ellos cómodamente promueven la confianza, la seguridad inversionista, la intocable propiedad privada y sus ganancias ilimitadas, que hoy llaman orden y oportunidad. Propiedad y orden que priva a las mayorías de seguridad, libertad, oportunidades y dignidad, sin las cuales no existe democracia alguna. En otras palabras, dichos adalides de la democracia sienten por ella una pasión tan absoluta, que la poseen sin límites y cuando les place, como un objeto de su propiedad privada, en forma exclusiva y excluyente. Y en cuanto su amada democracia osa reclamar algo de autonomía y libertad para amar y compartir su vida con otros, entonces la repudian, la intimidan y hasta proclaman su inminente desaparición. Por eso, valdría la pena preguntarse ¿Se puede llamar demócrata a quien cela, amenaza y aterroriza así a su amada y venerada democracia? Más bien, ¿no estará muy cerca de convertirse en un “demócrata feminicida”? Las respuestas a este par de preguntas, que parecen absurdas en el ámbito político, las conoceremos próximamente en las urnas. Pero todos sabemos que en el terreno amoroso no se puede llamar amante a un feminicida. Lamentablemente ello nos sucede en nuestra “democracia”, pues quienes la han seducido y conquistado se consideran predestinados a ser su amante exclusivo, su celoso y tirano protector, en cuya defensa descalifican y si es preciso eliminan a los demás pretendientes. Al igual que hacen los numerosos y apasionados feminicidas colombianos. Sucede algo semejante en política a quienes reclaman de la democracia más justicia, protección y dignidad para todos y menos libertinaje, codicia y privilegios para unos pocos. Contra ellos, unos contados y privilegiados caballeros, amantes exclusivos de la democracia, han promovido, cometido y continúan perpetrando incontables felonías bajo el pretexto de la defensa de la integridad y libertad de su amada “democracia”. Incluso ahora esos caballeros levantan las banderas de la reconciliación y el fin del odio, al tiempo que el Ejército proclama «victorias» ignominiosas contra civiles inermes, como la reciente masacre de 11 en Puerto Leguízamo, Putumayo. Por eso en esta peculiar “democracia” lo que prevalece es el odio y no el amor, no se afirma la vida sino la muerte, igual que en los numerosos feminicidios que cometen apasionados amantes colombianos. Como lo escribió y vivió letalmente Miguel Hernández durante la guerra civil española: “Tristes guerras si no es el amor la empresa. Tristes, tristes. Tristes armas si no son las palabras. Tristes, tristes. Tristes hombres si no mueren de amores. Tristes, Tristes”, cuya versión musical de Evohe vale la pena escucharla , junto a la más desgarradora versión de “Canción del esposo soldado”, en la voz de Sole Candela & Sitoh Ortega. ¿Será que nos damos la oportunidad de forjar y vivir en Colombia la democracia que la guerra civil española le negó a Miguel Hernández, muerto encarcelado en Alicante con apenas 31 años? La respuesta no depende solo de quién gane las elecciones y sea presidente, pues la democracia no es un botín de guerra, sino una exigente amante de todos los colombianos y colombianas, que solo es fiel y generosa cuando es tratada con justicia, respeto, libertad y dignidad, como lo demanda y merece todo ser humano.

Comentarios