La realidad política nacional discurre entre profecías autocumplidas, catástrofes provocadas y consentidas. La profecía autocumplida de la derecha política y de poderosos intereses económicos del establecimiento fue enunciada desde antes de llegar Petro a la Casa de Nariño y en plena campaña electoral, con la famosa “cláusula Petro” para impedir su triunfo. Esta cláusula dejaría en suspenso la renovación de contratos laborales y proyectos de inversión. Sin duda, una forma efectiva e intimidatoria para torpedear la economía y convertir pronto en realidad la profecía del fracaso histórico del primer gobierno nacional de izquierda en Colombia.

Un gobierno con reformas sociales, progresistas, más no socialistas, pero que incluso algunos furibundos opositores estigmatizan como castrochavistas. Son conscientes de que el miedo nunca es inocente y lo manipulan a su favor. Dicha cláusula no impidió su triunfo, pero parece que en la actualidad se está aplicando en algunos sectores de la economía bajo una forma propagandística más sutil y efectiva, petrificando nuevas inversiones, al promover mayor desconfianza y alarma por los supuestos alcances catastróficos de sus reformas sociales en curso.

Así, el cumplimiento de la autoproducía se ve y hace cada día más cercano. Y mucho más cuando el presidente Petro arenga al pueblo contra la oligarquía y apela a este como el más seguro ejecutor de sus reformas a través de una Asamblea Constituyente plebeya, por fuera y en contra del Congreso, al que fustiga como corrupto y falto de voluntad política por no tramitarlas y aprobarlas rápidamente. Por eso denuncia a los cuatro vientos que el Estado no tiene voluntad política para cumplir el Acuerdo de Paz de 2016. Pareciera que estamos próximos tanto a una profecía autocumplida como a una catástrofe provocada y auspiciada por ambas partes. Las dos situaciones y dinámicas sociales son consentidas y catalizadas por sus respectivos seguidores. Los de la derecha y el establishment vitorean y llevan a las calles a miles de ciudadanos inconformes e indignados contra Petro por los escándalos de corrupción y su ineficiencia gubernamental, expresados en mayor violencia, inseguridad y estancamiento económico. Y los de la izquierda salen masivamente a respaldarlo y defenderlo en las calles por las cada vez más claras intenciones de la derecha para defenestrarlo y lanzarlo fuera de la Casa de Nariño. Incluso ya el expresidente Uribe insinúa la dinamante a la Fuerza Pública que no debe acatar órdenes y decisiones del presidente Petro, rondando así los límites de la sedición.

De avanzar el País Político por esta pendiente deslegitimadora y mutuamente confrontadora, independiente de que el discurso sea de izquierda o derecha y sus líderes movilicen irresponsablemente a los “ciudadanos de bien” o al “pueblo”, pronto terminaremos pagando los ciudadanos comunes y corrientes un doloroso precio en beneficio de los mismos de siempre, como bien lo advertía Gaitán. Entonces el País Político continuará cabalgando impunemente sobre el País Nacional y este asumirá los costos de los profetas apocalípticos de la derecha -quienes no cesan de hablar de la hecatombe nacional y el fin de la democracia- pero también de los utópicos e iluminados líderes de una izquierda y un Bloque Histórico que prometieron en escasos 4 años un paraíso de paz total en este valle de lágrimas y sangre.

Tal es el trasfondo de lo que nos está sucediendo. La derecha profetiza y pregona por todos los medios y las redes sociales que las consecuencias de las reformas gubernamentales serán catastróficas. La laboral aumentará el desempleo, la de salud, el número de enfermos y fallecidos y la pensional le robará a la juventud de hoy una vejez digna mañana. Y lo hace sin escatimar exageraciones, rayan con la mentira, para provocar miedo, desconfianza y sectarismo, como lo hizo con su vergonzoso triunfo del NO en el plebiscito por la paz, pues la crispación, el miedo y la guerra siempre son y serán su mejor y principal argumento para gobernar. Y, sin duda, lo está logrando, pues el presidente Petro les colabora con su verbo mesiánico que anuncia un mañana de justicia, amor, paz y prosperidad si sus reformas las aprueba el Congreso sin dilación y modificación sustancial alguna. Quizá el sustento de todo lo anterior se encuentra en imaginarios doctrinarios, en narrativas, no por mentirosas, menos creíbles y poderosas.

La derecha y su superioridad moral

Por ejemplo, para la derecha y el establecimiento todo lo que existía antes de Petro funcionaba bien y era casi inmejorable, repiten un mantra: “construir sobre lo construido”: la seguridad, la salud, la economía, el empleo y hasta la justicia, implacable contra la corrupción, que dicen cínicamente no era tan escandalosa como la de ahora. Incluso añoran la paz que teníamos con “falsos positivos”, millones de desplazados y, eso sí, mucha legalidad y seguridad. En fin, el eterno ensueño de vivir en una democracia sustentada en la seguridad y la prosperidad de unos pocos: la democracia más profunda, estable y antigua de Latinoamérica, ahora en riesgo de colapsar.

Pero esa “democracia” solo existe en la mente de esos excelsos gobernantes y líderes políticos, acompañados de unos cuantos brillantes académicos nacionales y extranjeros que extrañamente olvidan, niegan o desconocen que esa “democracia” es la más profunda de Latinoamérica en masacres, desapariciones forzadas y fosas comunes; la más estable en violencia política y magnicidios impunes de candidatos presidenciales: Jorge Eliezer Gaitán, Jaime Pardo Leal, Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro y Álvaro Gómez H, como también la más antigua en ocultar verdades y negar derechos sociales, dignidad e igualdad de oportunidades a su población negra e indígeno, que solo reconoció constitucionalmente en 1991. Una derecha y un establecimiento narcisista, indolente y autista, aquejado históricamente por un complejo y grave síndrome, síntoma de una enfermedad mortal.

El síndrome de la superioridad moral, económica, social y hasta racial de sus empresarios y del sector privado, incorruptibles y competitivos, asediados por millones de vagos e irresponsables, una “masa ignara y canalla, la chusma”, que desafía con frecuencia en forma violenta, 2019-2021, y sin justificación alguna este orden social, económico y político admirable. Colombia era el mejor país del mundo para vivir, hasta que llegó Petro y acabó con él. Ese país imaginario con una sólida “democracia” parece real e incuestionable, insuperable, casi petreo y perfecto, pues solo lo bueno, lo legal y lo correcto procede de quienes antes gobernaron con el sector privado, los grandes grupos empresariales y sus medios de comunicación, ensoñación y alienación.

La izquierda y su utopía progresista

Lo grave y dramático es que ese síndrome engendra y alienta el de su contraparte, la izquierda, también aquejada por el síndrome de lo público-estatal y la enfermedad letal de la utopía y el progreso, pues cree ciegamente que ella es la única y más segura fuente de igualdad, paz y prosperidad. Entonces la providencia del Estado debe contener y evitar a toda costa, poco importa los medios y la forma que tome, la codicia y avaricia del sector privado, que todo lo compra y corrompe, pues su único horizonte es la ganancia, el mercado y la sagrada propiedad privada. Pero resulta que la realidad es mucho más compleja que estos reduccionismos imaginarios y maniqueos. La corrupción y la violencia, sin discriminar entre derecha o izquierda, nos lo enseña y recuerda todos los días. Ambas son la moneda de cambio de la derecha y la izquierda ya estén en la oposición o el gobierno. Por eso los

escándalos son cada día mayores. Tanto la corrupción como la violencia precisan de los empresarios y los políticos, de los paramilitares como de la guerrilla, entrelazados en complicidades inimaginables en mercados legales e ilegales. En tanto, esos entramados no sean develados y sus principales líderes de derecha, centro o izquierda, repudiados por la ciudadanía, seguiremos siendo cómplices de catástrofes consentidas y profecías autocumplidas. Por eso no deberíamos convertirnos en masa de maniobra de quienes promueven desde la derecha apocalipsis inevitables, si no se vota por ellos en el 2026, o desde la izquierda con utopías salvíficas y un futuro de amor y paz si se vota por ellos.

Más nos valdría dedicarnos a deliberar, a discernir en medio de tanta manipulación y a promover múltiples escenarios de conversación, debates y concertación, desde la familia, la escuela y el trabajo hasta lo público, empezando por los medios de comunicación y las redes sociales, para neutralizar o superar ese peligroso sectarismo y fanatismo de la derecha y la izquierda que nos ronda. Fanatismos que todos sabemos desembocan en “desastres consentidos y catástrofes provocadas”, donde ganan los mismos de siempre. Serrat los describe bien en su canción “Buenos Tiempos” cuando dice que hacen parte de “la bandada de los que se amoldan a todo con tal que no les falte de nada” y nos anuncian “tiempos fabulosos para sacar tajada de desastres consentidos y catástrofes provocadas, tiempos como nunca para la chapuza, el crimen impune y la caza de brujas… Buenos tiempos para esos caballeros locos por salvarnos la vida a costa de cortarnos el cuello”.

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