Calicanto

Publicado el Hernando Llano Ángel

NOSTALGIAS NAVIDEÑAS

NOSTALGIAS NAVIDEÑAS

Carta al niño Dios que todos vivimos, conocimos y añoramos.

Hernando Llano Ángel.

Con el paso de los años, la felicidad toma la forma de la nostalgia. La memoria se recrea en el paraíso perdido de la infancia y emerge su dominio territorial, la Navidad, circundada por pesebres rocambolescos donde confluían todas las eras de la humanidad, desde la prehistoria hasta la modernidad. Allí convivían, rodeados de musgos y palmeras, desde dragones, dinosaurios, Tarzán, José, la virgen María, el niño Dios y los bueyes, hasta la infaltable ciudad de hierro con su carrusel de cuerda y carros chocones estrellados. Esa imagen de nuestra infancia y su irrecuperable navidad ha sido desplazada, borrada de tajo por la implacable voracidad y vulgaridad del mercado. Sobre el pesebre rustico avanzó un monstruoso Papa Noel que expulsó, con su risa estentórea, la inocencia del niño Dios. Nuestra ingenuidad que esperaba ansiosa la llegada de los regalos solicitados en piadosa lista al niño Dios, después de la misa del gallo, hoy se extravió en las redes sociales, los WhatsApp y las compras On Line. Ese mundo mágico desapareció. Su etérea belleza familiar colapsó ante la virtualidad y la engañosa publicidad comercial. Hoy solo reina, en la mente de casi todos, los deseos incontenibles por comprar, como si la felicidad se vendiera en grandes tiendas, centros comerciales y supermercados. Como si ella fuera un asunto mercantil que dependiera solo del billete y se brindara al mejor postor. Quizá por ello estas fiestas navideñas son cada vez más frenéticas y mortales, menos familiares y memorables, son efímeras como un brindis de año nuevo. Todo era distinto en nuestra infancia. Entonces vivíamos atrapados en la atmosfera mágica de los afectos familiares y la confianza barrial. La alegría se desbordaba en barrios y veredas, no se agotaba en las paredes y puertas de nuestros hogares, era un jolgorio colectivo. Se celebraba en las calles y la pólvora era casi inofensiva. Los vecinos se saludaban y conocían, se compartían los platos navideños: natilla, manjarblanco, buñuelos y las viandas típicas de cada región. Los globos eran el epicentro de la alegría familiar, tanto más cuando esos rústicos y frágiles papelillos se quemaban, pues motivaba a todos seguir lanzándolos. De alguna manera hasta el fracaso era fuente de alegría. Hoy, estos rituales están casi desaparecidos y prohibidos para evitar incendios y tragedias en nuestras ciudades. Hoy, cada año las verbenas y espacios públicos son más copados e invadidos por los mercaderes y los llamados emprendedores de la alegría, auténticos mercenarios al servicio de Don Dinero, desaforados en esquilmar y estafar a miles de incautos transeúntes, que solo son felices en medio del bullicio, la congestión y el autoengaño del licor y la ebriedad. Pero también la navidad es una multitud fantasmal de rebuscadores llegados de todos los puntos cardinales que ofrecen mazorcas, fritanga y seguridad a miles de motos y carros de temerosos y desconfiados ciudadanos. Sin duda, la navidad ya no es lo que era, ahora es más un negocio y una fiesta comercial, que niega por completo su espíritu original. Un espíritu que está en las antípodas de la actual, pues la vivida por sus protagonistas, José, María y el niño Jesús por nacer, fue todo lo contrario a una fiesta. Fue más una tragedia de desplazados como víctimas del poder imperial romano, que había sentenciado a muerte al nonato, según lo ordenado por Herodes en tiempos del emperador Augusto. No deja de ser una cruel ironía, pues hoy quienes no pueden celebrar la natividad son millones de desplazados en todo el mundo, cuya cifra supera el dramático hito de 100 millones, según Noticias ONU.  Y en nuestro país, de acuerdo con el Registro Único de Víctimas, “es de casi 8.219.403 víctimas de desplazamiento forzado por eventos ocurridos desde 1985 hasta el 31 de diciembre de 2021”. Por todo ello, esta fecha es una celebración llena de nostalgia, cuya alegría solo se conserva en la memoria del niño que todos recordamos y aún somos, que no deja de incordiarnos como adultos por nuestra indolencia e insensibilidad, anestesiada por el hedonismo del consumo y el mercado. Que celebremos una tranquila y solidaria navidad entre todos y todas, les desea Calicanto.

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