MÁS ACÁ Y MÁS ALLÁ DE LAS ELECCIONES
Hernando Llano Ángel
Cali no es una Ciudad, como tampoco Colombia es una Nación, políticamente hablando. En ambos casos, todavía no hemos podido conformar una comunidad política democrática en todo el territorio nacional. Una comunidad en la que todos nos reconozcamos y tratemos como ciudadanos y no como dos bandos irreconciliables: los llamados “ciudadanos de bien” contra los “otros”, los vagos y vándalos, esa masa informe que algunos llaman pueblo y en momentos de crisis se convierte en canalla, como en el “estallido social” del 2021. Los “Patricios”, con apellidos de abolengo y ancestros empresariales contra los “plebeyos” y empresarios del rebusque y el azar. Lo más grave es que ese maniqueísmo social y político nos fragmenta y divide entre derecha e izquierda. Nos encasilla en un antagonismo que reduce la complejidad de los conflictos y la riqueza de la pluralidad social a una insuperable disputa moral y mortal entre partidarios de correctos y “buenos” políticos contra otros seguidores de torcidos y “malos” políticos, unos a la diestra y otros a la siniestra del establishment. Así se forman unos estereotipos inmodificables que, en últimas, tienen su matriz y origen en certezas irrefutables, como aquella de que lo público y lo estatal es el reino de la corrupción, la trampa y la incompetencia, mientras lo privado y empresarial es el universo de lo incorruptible, la transparencia y la competencia. Rápidamente ello deriva en la apología de los empresarios como trabajadores virtuosos, incansables y sacrificados, asediados por impuestos y cargas de gobiernos populistas, que reparten generosos subsidios a pobres perezosos y atenidos, convertidos en un lastre para el crecimiento de la economía y en rehenes del gobierno de turno. Pero ese imaginario suele también proyectarse a la inversa, cuando desde la otra orilla se atribuye al Estado y lo público la encarnación de la justicia y el bien común, y al sector privado la personificación de la codicia siempre en beneficio de privilegios y la defensa a ultranza del statu quo.
Más allá del maniqueísmo reduccionista
Sin embargo, basta apreciar la realidad sin estos prejuicios y lentes ideológicos deformadores para concluir que el asunto es mucho más complejo, pues siempre lo público estatal y lo privado están entreverados, no son compartimentos estancos. De su interacción más o menos ilegal surge una inconmensurable y densa zona gris que se llama corrupción, esa apropiación de intereses generales en beneficio de ganancias particulares. Algunas veces son intereses empresariales, otras de organizaciones políticas y clanes familiares que convierten los Departamentos en sus feudos electorales, como los Char en el Atlántico y Dilian Francisca Toro en el Valle del Cauca, pero en ocasiones también son intereses de gremios empresariales, ANDI, FENALCO, FEDEGAN, de sindicatos poderosos USO, FECODE y hasta de iglesias celosas de sus diezmos y privilegios. Todos lo anteriores tienen en común su inmensa capacidad para proyectar sus propios intereses como si fuesen generales y colectivos. Nos convencen de que su actividad se desarrolla en función del bien común, cuando en la realidad solo redunda en su propio beneficio. Son unos taumaturgos que se apropian de los intereses generales y públicos para su exclusivo provecho. Esa destreza la despliegan todos por igual, pero se diferencia en los medios que utilizan. Las empresas recurren a la publicidad y el cabildeo; las iglesias a las creencias y la esperanza; los políticos a la demagogia y el clientelismo. Y todos se aprovechan de nuestros deseos, miedos y necesidades. De manera que nosotros mismos somos responsables, pues directa o indirectamente contribuimos a su existencia y prosperidad. Todos, de alguna forma, somos rehenes del mercado, por lo general deseamos tener siempre el mejor y último modelo en venta y nos convertimos en consumidores compulsivos. También ansiamos el consuelo, la paz emocional y la felicidad personal, asistiendo a cultos, conferencias, escuchando sacerdotes, siguiendo a gurús, pagando psicoanalistas o teniendo una fe inconmovible en creencias salvíficas, hasta el extremo de institucionalizar lo espiritual en Iglesias y jerarquías que niegan la humanidad y dignidad de los no creyentes o, lo que es peor, exigen su sacrificio por ser paganos e idolatrar otras deidades. Y ni hablar de lo que sucede en el mundo político, pues muchos tienen la absoluta convicción de pertenecer al partido de los justos, los incorruptibles y los únicos que pueden salvar a la ciudad, el departamento y la nación porque sus candidatos y candidatas son los más competentes, sabios y virtuosos. Por eso todos los candidatos hoy nos prometen seguridad, pero solo si votamos por uno de ellos podremos salvarnos y conservar nuestras vidas y bienes, porque los otros no tienen capacidad para hacerlo. Son profesionales en manipular el miedo, agitan la bandera de la seguridad como enseña del triunfo, pero desde el gobierno la convierten en arma mortífera. Llegamos así a uno de los fanatismos más peligrosos y letales, el sectarismo partidista, que se apropia la representación de la Nación y del pueblo, descalifica y hasta estigmatiza a sus adversarios y competidores por ser la expresión de lo contrario. Sus competidores, los otros, son la negación de la Patria y la democracia. Los tildan de enemigos y los condenan al ostracismo, deben ser expulsados de la Ciudad. Entonces surgen consignas como “Patria libre o morir” o se “está con Petro o con la Patria”, “con la democracia o los terroristas”, Israel o Palestina. Pero también en estereotipos locales, como se vota por “patricios” o “plebeyos”, “empresarios” o “chanceros”, “tecnócratas” o “clientelistas”. Y en medio de ese barullo publicitario de prejuicios sectarios, lo que se pierde es la misma noción de Ciudad, del Departamento, de la Nación, de lo público como búsqueda de un bienestar general que permita convivir más allá del miedo y de la fragmentación de nuestras ciudades, convertidas en guetos y apartheid sociales.
Más acá y más allá de las urnas
Por eso hay que situarse más acá y más allá de las elecciones y las urnas. Más acá de las urnas y antes de votar De-Liberar con otros, los contrarios para liberarnos del espejismo de que, si delegamos nuestra responsabilidad en un partido, en un candidato o candidata, todo se resolverá. Que solo así viviremos seguros, libres y felices. Y también situarnos más allá de las urnas, reducidas a una caja de Pandora en donde se refunden nuestras esperanzas y volvemos a depositarlas cada cuatro años sin que nada cambie sustancialmente. Asumir que la democracia es un asunto de la ciudadanía, no solo de políticos y representantes, cuya mayoría se dedica a traficar con necesidades, coyunturalmente solucionadas con subsidios y prebendas gubernamentales, sin transformar las causas estructurales de la exclusión social y la concentración desmedida de la riqueza. Mucho menos que la democracia se limita a ser una plataforma mercantil desde el Estado para favorecer intereses corporativos, empresariales y financieros, mediante la contratación pública a favor de Odebrecht y Corficolombiana o de políticas públicas con incentivos sectoriales como Agro Ingreso Seguro y muchos otro programas y planes de desarrollo de anteriores gobiernos.
¿Elecciones territoriales y colapso de la gobernabilidad nacional?
Pero también considerar que los resultados de las elecciones regionales de mañana 29 de octubre de 2023 pueden significar el colapso de la gobernabilidad nacional al ser convertidas en un plebiscito contra el presidente Petro. Sin duda, la derrota de los candidatos del Pacto Histórico en los principales departamentos y sus respectivas capitales va a profundizar las tensiones con gobernadores y alcaldes opositores, que probablemente desafiaran la implementación de la Política de Paz Total y serán reacios a reconocer que son subordinados del Ejecutivo en el manejo del orden público nacional, lo que podría desembocar en una crisis de ingobernabilidad con consecuencias impredecibles ya que el presidente podría incluso destituirlos. ¿Será que Fico Gutiérrez desde Medellín reemplazará al saliente fiscal Francisco Barbosa como opositor furibundo? ¿Se conformará un gran bloque opositor de los clanes, enclaves familiares territoriales, intocables figuras patriarcales y mayorías en el Congreso contra el Ejecutivo para bloquear sus iniciativas reformistas y colapsar su gobernabilidad territorial? ¿Fracasará la Paz Total en un limbo territorial, sin poder implementarse? ¿Iremos hacia una especie de “secionismos” políticos regionales y locales que terminaran por despedazar la ilusoria unidad nacional consagrada en la Constitución? Y, para concluir, un par de preguntas parroquiales, ¿Será que en Cali tendremos por fin el chance de una gobernabilidad ciudadana y pública más allá de esa falsa disputa entre “patricios” y “plebeyos”, que está por convertir a Cali en la sucursal del infierno? Y el departamento del Valle del Cauca ¿Continuará siendo un feudo electoral más en beneficio de clanes políticos con antecendentes judiciales, consolidados a punta de clientelismo y asistencialismo? Cualquiera que sea mañana el resultado en las urnas, estoy seguro que las respuestas a estas preguntas están mucho más allá de ellas y de solo votar. Las respuestas para superar escenarios tan decadentes y poco democráticos dependerá de nuestra mayor capacidad como ciudadanía para asumir responsabilidades públicas, más allá de nuestros legítimos intereses y desvelos personales, familiares o empresariales, convirtiéndonos en protagonistas de la democracia y dejando de ser rehenes electorales de ese entramado de intereses corruptos. Pero ello demanda fortalecer el tejido organizativo y social a favor de intereses colectivos y generales, De-Liberar para redescubrir el sentido de lo público y concertar socialmente entre diversos, teniendo como horizonte la Ciudad en su conjunto, no solo nuestra comuna; la prosperidad y equidad del suroccidente y el pacífico no solo del Valle del Cauca y promover la convivencia nacional en lugar de hegemonismos regionales y delirios federalistas, que seguramente resurgirán con su triunfo en las urnas. Este escenario democrático y ciudadano fue proyectado como “La unión hace la fuerza”, en Destino Colombia, una expresión de De-liberación y concertación ciudadana realizada hace 26 años, en octubre de 1997. Un escenario que todavía nos falta realizar local, regional y nacionalmente, por eso vale la pena ver dicho documental y protagonizarlo, antes de que sea demasiado tarde y volvamos a escenarios como “Amanecerá y Veremos”, “Más vale pájaro en mano que ciento volando” y el temible “Todos a marchar” del minuto 15.18, que muchos añoran repetir. Si ello sucede, las urnas presagiaran más tumbas, como lo registran las cifras de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la no Repetición que sucedió entre 1995 y 2004, la década con más víctimas, el 45%, cerca de 202.293, durante las presidencias de Ernesto Samper (1994-98), Andrés Pastrana (1998-2002) y Álvaro Uribe Vélez (2002-2006).
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