LA GEOPOLÍTICA DEL TERROR Y LOS FANATISMOS GENOCIDAS
Hernando Llano Ángel.
El terror, esa violencia aleatoria, brutal e indiscriminada contra civiles inermes, nada soluciona. Es una consecuencia de fanatismos belicistas genocidas. La mayoría de ellos en nombre de religiones y creencias trascendentales, aunque en la actualidad parece que irrumpe en nombre de la “democracia y la libertad”. Ya lo escribió un argelino-francés, Albert Camus, “las pasiones más peligrosas son las del espíritu, no las de la carne”, pues las primeras nunca mueren y siempre matan al otro, al hereje o enemigo, con la mejor buena conciencia. Ese terror solo aumenta el odio y la espiral interminable de venganzas. Sepulta a la política en el terreno de las fosas comunas, los crímenes de guerra y de lesa humanidad. Por eso siempre debe ser repudiado y condenado. Poco importa si ese terror tiene origen en Hamás o el Estado Israelí. En nuestro país, como consecuencia del mismo, fueron ejecutados extrajudicialmente 6.402 jóvenes por agentes del Estado y han sido asesinados 1.279 líderes sociales por organizaciones armadas ilegales desde el Acuerdo de Paz de 2016 hasta abril de 2022. Por eso, el terror siempre nos revela la máxima degradación de la condición humana y la pérdida total del honor militar. Disparar contra civiles indefensos es un asesinato, más allá de los móviles y objetivos que se promuevan, como lo hizo Hamás el sábado 7 de octubre en medio de un concierto juvenil en territorio israelí. Bombardear poblaciones, edificios, calles y playas, despedazando ancianos, niños y jóvenes, como lo hace el ejército de Israel y lo vemos todos los días en noticieros, es terrorismo y no legítima defensa. No es combatir. Es masacrar y cometer crímenes de lesa humanidad. Es lo que hace día y noche el ejército israelí contra la población civil en la franja de Gaza desde el 7 de octubre. Pero también lo viene realizando desde hace años. Basta ver el documental “Nacido en Gaza”, disponible en Netflix, sobre la guerra del 2014, para constatar la pérdida absoluta de honor militar en las filas de dicho ejército. Allí no vemos combates, solo matanzas de niños, adultos y personal paramédico. No hay heroísmo alguno en lanzar misiles y asesinar niños en una playa de Gaza, menos aún en celebrar tal ignominia como un triunfo. Tampoco lo hay, como lo hizo Hamás, en ingresar al territorio israelí y convertir un concierto juvenil en una orgia de muerte y secuestrar a cientos de civiles. Allí no hay enfrentamientos entre combatientes, sino odio y venganza contra civiles indefensos, sean las víctimas israelíes, árabes, colombianas o de otras nacionalidades. No hay combates, solo asesinatos. Es lo que sigue sucediendo en el medio oriente. Allí no hay héroes. No hay estadistas, solo criminales de guerra. Desde aquellos que disparan, matan y secuestran israelíes inermes, hasta los que lanzan misiles y bombas contra civiles indefensos, resguardándose en la retaguardia de su territorio, bien sea en Israel, la franja de Gaza o el Líbano. Es tal la degradación militar de ambas partes, que ahora eluden su responsabilidad en el bombardeo al Hospital Al Ahli en Gaza, dejando sin validez aquel conocido aforismo según el cual la verdad es la primera baja en toda guerra. En este caso no hay una guerra con enfrentamientos entre dos ejércitos –el de Israel contra Hamás-sino una sistemática y generalizada masacre de civiles por dos bandos militarmente enceguecidos por el odio y la venganza. No se trata, pues, tanto de una guerra sino de un genocidio en marcha, cuyo vencedor tendrá que enfrentar el juicio de la conciencia universal –pues difícilmente la Corte Penal Internacional podrá hacerlo— y el peso de su victoria será ignominioso. Un peso aplastante que el ganador no podrá ocultar negando el genocidio y menos aligerar con la apología del triunfo de la democracia y la libertad sobre el terrorismo.
El terrorismo genocida occidental
Basta recordar los triunfos sobre Irak y Afganistán, que deberían cubrir de sangre, vergüenza e impunidad a los estadistas occidentales responsables de semejantes victorias, si tuviéramos algo de memoria humanitaria. Victorias que en Irak cobraron, según cifras de “las ONG Oxford Research Group e Iraq Body Count un mínimo de 44.000 civiles muertos de forma violenta desde el inicio de la invasión hasta julio de 2005”. “Sin embargo, existe un estudio independiente realizado mediante metodología científica por la revista británica especializada en medicina The Lancet que registra un valor aproximado de 98.000 víctimas civiles”. Pero “estas cifras han quedado ya desfasadas dado que el estudio se publicó el 29 de octubre de 2004. Una investigación del instituto Just Foreing Policy eleva el número de muertos a 1,209,263 desde la invasión de 2003, incluyendo muertos por la violencia sectaria”. Todavía más atroz es el resultado de la cruzada norteamericana contra los talibanes en Afganistán, que hoy gobiernan brutalmente después de su impotente retirada, donde según informe de la RTVE el coste de la guerra contra el terror dejó más de 900.000 muertos, 8 billones de dólares y pérdida de libertades. “Hasta agosto del 2021 habían muerto entre 897.000 y 929.000 personas, en su mayoría civiles (entre 363.000 y 387.000)” y “unos 37 millones de personas han perdido sus hogares o se han convertido en refugiados a causa de las guerras libradas por EE.UU. tras el 11-S, según el Instituto Watson de la prestigiosa Universidad de Brown (EE.UU.)”. La pregunta obvia es ¿Será que hay un terrorismo bueno y democrático, el de occidente, y otro malo y totalitario, el de sus opositores y Estados ocupados? ¿Se podrá asesinar y desplazar a millones de civiles indefensos en nombre de la guerra contra el terrorismo? Las respuestas a estas preguntas ya nos la dieron esas mayorías de víctimas civiles: ambos son igualmente terroríficos y criminales. Ninguna parte puede reclamar legitimidad y mucho menos gobernar en nombre de unas victorias que no son triunfos militares sino simplemente genocidios ejecutados en forma sistemática y generalizada, perpetrando crímenes de guerra y de lesa humanidad. No hay que olvidar que ese terrorismo supuestamente “libertario y democrático” de occidente terminó catalizando y fortaleciendo el terror del Estado Islámico en Irak.
La indiferencia y el fanatismo criminal
Pero aún es peor que millones de personas sigan por televisión y las redes sociales esta catástrofe humanitaria, como si fuera un juego virtual, una película de terror de buenos contra malos, sin rechazar semejante barbarie y exigir respeto por la población civil de ambas partes. Más vergonzoso es que nos dejemos dividir en bandos irreconciliables de fanáticos, fácilmente manipulados por los líderes de cada bando y por los intereses de potencias oportunistas como Estados Unidos y la propia Unión Europea. Incluso, que en las redes sociales circulen apologías celebrando la superioridad cultural, científica, tecnológica y militar de los judíos sobre los árabes, para legitimar su ofensiva criminal. Más bien debería ser lo contrario. ¿De qué sirve tanta superioridad militar, tecnológica y científica cuando se utiliza para bombardear civiles indefensos? Todo bajo el pretexto de eliminar el terror de Hamás. Tal crueldad indiscriminada lo que puede engendrar es más apoyo a las acciones desesperadas de venganza de Hamás, más niños y jóvenes susceptibles de ser reclutados en sus filas, pues trágicamente saben que tienen pocas oportunidades para sobrevivir. Su horizonte vital es huir de las ruinas y de la muerte que los merodea, vagar errantes por el mundo en una diáspora sin retorno y perder para siempre su terruño, o ingresar a Hamás e inmolarse como mártires de la causa, perpetrando actos terroristas. A tal infierno puede conducir la obsesión criminal de Netanyahu y de la extrema derecha israelí por eliminar a Hamás, con la complicidad de las potencias occidentales. El pueblo hebreo debería haber aprendido la lección de crueldad sin límites que el nazismo descargó contra millones de sus antepasados al pretender eliminarlos de la faz de la tierra, condenándolos a la diáspora planetaria. Los sionistas fanáticos deberían reconocer que tampoco puede haber solución final para el pueblo palestino, desplazándolo violentamente de la franja de Gaza, so pretexto de aniquilar a Hamás. Sin duda, Hamás es una expresión terrorista de resistencia islamista fundamentalista que se niega a reconocer el estado israelí, se opuso al Acuerdo de Oslo y “denunció a Arafat y la OLP como traidores que permitirían la división de la Palestina histórica”. Pero Israel también ha sometido a la población árabe en la franja de Gaza a vivir por generaciones en un gueto, en una mezcla horrenda de apartheid y campo de internamiento a cielo abierto. Por eso, es de un cinismo abismal o de una ignorancia crasa, citar a brillantes pensadores judíos a favor del actual Estado israelí, como Einstein, quien nunca estuvo de acuerdo con la creación de un Estado sionista de ultraderecha en Palestina. Durante su vida siempre abogó por la instauración de dos estados soberanos e independientes, para garantizar a sus respectivos pueblos la autodeterminación colectiva y la cooperación entre las dos culturas en Palestina. No sobra recordar de nuevo su “Discurso sobre la construcción de Palestina”, en el que Einstein expresó en 1931 en forma clara y lúcida que: “Establecer una cooperación satisfactoria entre árabes y judíos no es problema inglés sino nuestro. Nosotros, es decir, judíos y árabes, nosotros mismos tenemos que ponernos de acuerdo respecto a las exigencias de ambos pueblos para una vida comunitaria”. Y proponía como ejemplo a seguir a Suiza “que representa un grado superior en el desarrollo del Estado precisamente porque está construida por varios grupos nacionales”. Y concluía: “Todo cuanto hagamos por la obra común redundará no solo en bien de nuestros hermanos de Palestina sino en la moral y la dignidad de todo el pueblo judío”.
La expansión agresiva y provocadora de Israel
Pero se hizo todo lo contrario. Hoy está en tela de juicio esa moral y dignidad del pueblo judío por los actos devastadores y criminales de quienes lo gobiernan. Se consolidó un Estado israelí cada vez más imbuido de un sionismo fanático de ultraderecha, hoy liderado por Netanyahu quien ha promovido la expansión y construcción de más viviendas en territorio de cisjordania. Expansión que fue rechazada en el 2021 por el mismo presidente Joe Biden y el Departamento de Estado: “EEUU expresó el martes su “profunda preocupación”. Tanto por la intención israelí concretada este miércoles, tras casi un año de pausa, como por la licitación el pasado domingo para la construcción de 1.355 casas que había sido aprobada por el anterior Ejecutivo. El departamento de Estado reiteró su “firme oposición a la expansión de los asentamientos, lo cual es completamente incompatible con los esfuerzos para reducir las tensiones y restaurar la calma y dañan las posibilidades de la solución de dos Estados”. El mismo secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, condenó en junio de este año “La expansión persistente de Israel de sus asentamientos en la Cisjordania ocupada, incluida Jerusalén Oriental, pues profundiza las necesidades humanitarias, alimenta significativamente la violencia, aumenta el riesgo de confrontación, afianza aún más la ocupación y socava el derecho del pueblo palestino a la libre determinación”. Guterres ha insistido en que esta política impide lograr una solución al conflicto de forma que la paz sea “justa, duradera y amplia”, y en base al establecimiento de dos Estados”. Todo lo anterior, en un contexto de expansión continúa, pues “la cifra de nuevas viviendas anunciada supera la de las 4.427 viviendas notificadas a lo largo de todo 2022. En total este año ha anunciado la construcción de 13.082 viviendas, por encima del récord anual anterior de 12.159, correspondiente a 2020. En total, en Cisjordania viven unos 700.000 colonos judíos, parte en colonias consideradas legales por Israel y parte en asentamientos considerados ilegales incluso por el Gobierno israelí. El Derecho Internacional considera un crimen de guerra la colonización de territorios ocupados militarmente”. Queda claro que rechazar dicha política de ocupación expansionista no significa antisemitismo alguno, pues la misma oposición judía a Netanyahu la rechaza. Por el contrario, se debería reconocer que ese sionismo agresivo de extrema derecha es en la actualidad para el Estado Israel y su población, junto a las posiciones radicales extremas de Hamás en respuesta desesperada a dicha política, la mayor amenaza no solo para la paz y estabilidad en el medio oriente sino para la seguridad civil en Estados Unidos y Europa. Ya hay expresiones violentas aisladas de rechazo tanto en Europa como en Estados Unidos por el apoyo que están brindado a Netanyahu y su gobierno belicista de unidad nacional que, con el objetivo de aniquilar a Hamás, está cometiendo crímenes de guerra y de lesa humanidad para profundizar la geopolítica del terror y el genocidio, supuestamente todo en nombre de la libertad y la democracia con el respaldo de Estados Unidos y la Unión Europea. Para completar este cuadro de crueldad y cinismo, en lugar de forzar a Israel a cesar ya los bombardeos contra la población civil en la franja de Gaza y a Hamás a liberar los civiles secuestrados, ahora irrumpen como “buenos samaritanos” y solo promueven un corredor para la ayuda humanitaria. Pero los bombardeos israelíes ya alcanzan a los palestinos en el sur de Gaza, donde les ordenaron que se desplazarán en un término de 24 horas para garantizarles su seguridad y vida. Tales estratagemas criminales de Netanyahu quizá solo puedan compararse con las llevadas a cabo por los nazis contra sus antepasados al trasladarlos en trenes a campos de concentración, en cuyas entradas estaba la leyenda “Arbeit macht frei”: “el trabajo libera”. A tales lugares conducen los fanatismos nacionalistas y religiosos, más allá de los nombres que les asigne coyunturalmente la historia y sus nefastos líderes. Como lo advirtió Hannah Arendt, judía alemana, en su artículo “Salvar la patria judía”, en mayo de 1948: “si los sionistas hubieran querido actuar como auténticos realistas en la política judía, deberían haber insistido una y otra vez que la única realidad permanente dentro de toda aquella constelación de factores era la presencia de árabes en Palestina, realidad que ninguna decisión política podía alterar, como no fuera la decisión de establecer un Estado totalitario, impuesto por la fuerza bruta correspondiente”. Que es lo que lamentablemente está haciendo Netanyahu y su gobierno de unidad nacional, con un costo moral y mortal inadmisible para la población árabe y judía por el fanatismo de los sionistas y la terrorífica reacción de Hamás ante el expansionismo del Estado Israelí, condenado por las Naciones Unidas y hasta los Estados Unidos, su aliado estratégico, sin que pueda acusarseles de ser antisemitas.
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