DIGRESIONES SEMÁNTICAS

La realidad está definida con palabras. Por lo tanto, el que controla las palabras controla la realidad”. Antonio Gramsci

Hernando Llano Ángel.

No hay noticia en donde no escuchemos el verbo involucrar para referirse a las más diversas actividades y circunstancias. Es un verbo omnipresente y ubicuo. Lo escuchamos en la televisión y la radio, lo leemos en la prensa escrita, en las proclamas políticas, en los programas gubernamentales y  hasta en sesudos análisis económicos y académicos. De la noche a la mañana el verbo involucrar,  en su acepción peyorativa y judicial de enredar, desplazó el verbo comprometer  y su significado positivo de asumir voluntaria y conscientemente responsabilidades, compromisos. Pareciera que ahora ya nadie se compromete, sino que se involucra. Sospecho que ello tiene que ver con el ascenso del crimen en nuestras sociedades y la casi desaparición del compromiso de numerosos líderes políticos y la mayoría de ciudadanos con la democracia y la legalidad. Por ejemplo, tiene mucho sentido afirmar que Donald Trump está involucrado en numerosos delitos y crímenes, cerca de 91, de los cuales se encuentra sub iudice, es decir, pendiente de resolución judicial. Al igual que el expresidente Álvaro Uribe Vélez, quien lo supera con más de 200 investigaciones en la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes, sin contar la controvertida y prolongada investigación que adelanta la “ejemplar” Fiscalía de Barbosa por los presuntos delitos de fraude procesal y soborno a testigos. Por eso, no tiene sentido alguno afirmar que Trump se encuentra comprometido con la democracia, la legalidad y el Estado de derecho, al igual que el expresidente Uribe. Incluso Trump todavía es incapaz de reconocer su derrota electoral frente a Joe Biden y continúa afirmando que se trató de un fraude, así como Uribe no asume responsabilidad política alguna por los miles de crímenes de la llamada “Seguridad democrática”. De alcanzar nuevamente la presidencia Trump significaría el ascenso del crimen a la superpotencia militar del planeta. Semejante acontecimiento cerraría catastróficamente el círculo de ilegalidad y criminalidad en la presidencia norteamericana, iniciada por Richard Nixon con el escándalo de Watergate, en el que al menos éste tuvo la decencia de renunciar antes del inicio del juicio político y del impeachment de destitución que le esperaba. Trump, entonces, cerraría impunemente ese círculo si gana la presidencia  el 5 de noviembre este año, pues estaría legitimado por la mayoría de norteamericanos que lo elijan en forma indirecta a través de los colegios electorales. En este caso, cabe afirmar que la sociedad norteamericana estaría más involucrada con el crimen y la ilegalidad que con la democracia y el Estado de derecho, sin el cual aquella deja de existir, como ha sucedido entre nosotros desde fechas casi inmemoriales. También que han sido los líderes del partido más conservador, el partido Republicano, supuestamente defensor del orden, la autoridad y la moralidad, los más involucrados con el crimen y la ilegalidad tanto doméstica como internacionalmente. Algo que sucede en muchas otras latitudes, como en Rusia con Putin y en Israel con Netanyahu, sin olvidar casos frecuentes en nuestra historia. En Estados Unidos, fue Nixon con la guerra de Vietnam y el golpe de Estado en Chile contra el presidente legítimo, Salvador Allende y luego los Bush, padre e hijo, con las guerras del golfo y la ilegal invasión a Irak, ésta última sustentada en la criminal mentira de las “armas de destrucción masiva” en manos de Saddam Husein. Así las cosas, es forzoso concluir que, si Trump gana la presidencia en el 2026, hará a Norteamérica grande otra vez como superpotencia militar sustentada en la ilegalidad, el crimen y la impunidad. Algo que tampoco es sorprendente, pues Estados Unidos es “Un País bañado en sangre”, como lo describe con rigor y sobriedad Paul Auster en dicho ensayo, donde afirma que desde 1968 el número de víctimas mortales por tiroteos asciende a 1.500.000 (p.170), superior a todas las bajas sufridas en las guerras internacionales en que Norteamérica ha intervenido. Luego es comprensible que Trump, defensor acérrimo de la Asociación Nacional del Rifle (ANR, sus siglas en inglés), sea de nuevo presidente, pues política, sociológica y culturalmente es un legítimo representante de una sociedad tanática, que no puede vivir sin dejar de comprar y disparar armas de fuego. Al respecto, vale la pena ver la película “Dejar el mundo atrás, en Netflix, de la que curiosamente son coproductores Barack y Michel Obama, en donde se proyecta el final apocalíptico de la considerada ejemplar democracia, que no pasa de serlo más allá del mundo de la ficción y la mentira política de quienes controlan la palabra. Razón tenía Gramsci: “quien controla las palabras controla la realidad”. Afortunadamente todos tenemos derecho a la palabra, al menos por ahora, así sea en internet y gracias a los blogs de EL ESPECTADOR.

PD: Para mayor información y comprensión, leer enlaces en rojo.

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