Más allá de todas las vicisitudes y obstáculos que deberá superar la aprobación de la Consulta Popular (CP) en el Senado, vale la pena reflexionar sobre algunas de las principales paradojas que dicho trámite encierra.

Primera Paradoja

La primera, sin duda, es que siendo un mecanismo que nos permitiría a todos los ciudadanos y ciudadanas decidir directamente sobre asuntos vitales, como el trabajo y su justa remuneración, ahora esa misma CP dependerá de la autorización de sus preguntas en el Senado. Esto significa que nuestra voluntad ciudadana, supuestamente libre y soberana, en realidad se encuentra subordinada a la decisión de los senadores, en quienes solo cree el 10 por ciento de los ciudadanos, según la encuesta de Cultura Política del DANE del 2023[i].

Congresistas sin credibilidad ciudadana

Es comprensible que los congresistas tengan tan baja credibilidad, pues desde hace 34 años nos están debiendo el Estatuto de Trabajo que ordena el artículo 53 de la Constitución Política. Un Estatuto que deberían haber expedido, pero no lo han hecho porque son personeros del “País Político” y solo corren a reajustar cada año sus honorarios, sin la más mínima consideración y respeto por los trabajadores del “País Nacional”.  Según dicho artículo, el Estatuto del Trabajo deberá garantizar:  “Igualdad de oportunidades para los trabajadores; remuneración mínima vital y móvil, proporcional a la cantidad y calidad de trabajo; estabilidad en el empleo; irrenunciabilidad a los beneficios mínimos establecidos en normas laborales; facultades para transigir y conciliar sobre derechos inciertos y discutibles; situación más favorable al trabajador en caso de duda en la aplicación e interpretación de las fuentes formales de derecho; primacía de la realidad sobre formalidades establecidas por los sujetos de las relaciones laborales; garantía a la seguridad social, la capacitación, el adiestramiento y el descanso necesario; protección especial a la mujer, a la maternidad y al trabajador menor de edad”. Algunos de esos principios seguramente serán presentados como preguntas en la Consulta, siempre y cuando el Senado en pleno apruebe la CP.

Segunda Paradoja

De no hacerlo, entonces estaríamos frente a la segunda y más grave paradoja, la inexistencia de la llamada democracia directa o participativa, pues los ciudadanos no podríamos participar en la CP y se nos arrebataría el derecho a decidir. Nada menos que el derecho al ejercicio de nuestra soberanía reconocida en el artículo 3 de la Constitución. A decir verdad, esa paradoja la origina ese mismo artículo al prescribir que “el pueblo ejerce su soberanía en forma directa o por medio de sus representantes, en los términos que la Constitución establece”. Y los congresistas, como representantes nuestros, decidieron mediante la ley estatutaria 1757 de 2015 que la CP solo podría realizarse si la convocatoria era aprobaba por el Senado, según su artículo 20, ordinal d. En conclusión, la tan celebrada y elogiada democracia directa termina siendo un apéndice de la democracia representativa, pues todos los mecanismos de participación ciudadana están subordinados a las decisiones y actuaciones de nuestros representantes. Por eso, esta CP la propone y presenta el presidente Petro, con la firma de todos sus ministros, al Senado en pleno. Ya lo habían hecho antes el presidente Uribe con su fracasado referendo constitucional y Santos con el malogrado Plebiscito del Acuerdo de Paz. Incluso, el referendo contra la corrupción, con firmas ciudadanas, también fracasó, salvo la norma sobre la contratación pública, pues las demás disposiciones no alcanzaron el umbral exigido por dicha ley, mínimo el 25 por ciento del censo electoral entonces vigente. Los anteriores son antecedentes que auguran un incierto resultado a la CP, si se llegare a realizar, pero también expresan la tercera y quizá más sorprendente paradoja: las limitaciones de la soberanía popular y la precariedad del llamado constituyente primario.

 Tercera Paradoja

Sin duda, es inevitable la limitación de la soberanía popular, pues la democracia no tolera un soberano absoluto, fácilmente manipulable por líderes carismáticos que se arrogan esa voluntad popular, hablan y deciden en nombre de toda la Nación y casi siempre terminan arruinándola o destruyéndola. Lo hicieron en el pasado Hitler, Mussolini, Stalin y son una amenaza en el presente, tanto en el norte de nuestro continente (Trump), en Centroamérica (Ortega y Murillo), en nuestra frontera (Maduro), en Europa (Orbán), Rusia (Putin), y Oriente Próximo (Netanyahu). En todos esos casos, paradójicamente, en nombre del pueblo, su soberanía y seguridad se escribe, revisa o niega la historia, como trágica y brutalmente sucede hoy en Palestina. Lo insólito es que la materia prima y la víctima propiciatoria de tales “epopeyas” siempre sea el constituyente primario. Que, en la realidad, tiene muy poco de constituyente y demasiado de primario, pues es relativamente fácil manipularlo y atemorizarlo, exacerbando sus prejuicios, odios y miedos mediante el uso de las redes sociales, los algoritmos y ahora la IA. Entonces, sale a votar “verraco” y los resultados terminan siendo, por lo general, frustrantes o desastrosos para el propio constituyente primario, como el Brexit en Gran Bretaña y el plebiscito del Acuerdo de Paz entre nosotros. Quizá ello suceda porque como constituyentes primarios somos muy precarios y hasta impotentes, sin embargo, nos creemos más racionales, preparados y autónomos de lo que realmente somos. Pero, sobre todo, porque tenemos la certeza de que quienes nos representan son unos impostores incompetentes, salvo contadísimas excepciones, que viven a costa de nuestro trabajo, necesidades, frustraciones e ilusiones y casi nunca cumplen sus funciones “consultando la justicia y el bien común”, como les ordena el artículo 133 de la Constitución Política.

Reinvención de la democracia o catástrofe planetaria

Por eso la democracia representativa, que es la realmente existente, está agónica y cada vez más desprestigiada en todo el mundo. Según reciente sondeo del Latinobarómetro, en Colombia la insatisfacción es del 80 por ciento, solo superada por Perú (91%), Ecuador (87%), Venezuela (84%) y Panamá (83%)[ii].  Entonces, creemos ilusamente que la podemos salvar, hasta sustituir y reemplazar con la fantasmagórica democracia directa, como sucedió durante la “primavera árabe”, los indignados en España, los ocupas en Estados Unidos y hasta el estallido social en nuestro país. Pero el asunto es mucho más complejo y de largo aliento. Es un desafío histórico que nos exige a todos reinventar la democracia y ello comienza por nuestra formación y responsabilidad ciudadana y la de por lo menos cuatro generaciones más, capaces de disputar el sentido de la vida pública y la dirección de los Estados a la nueva clase de cleptócratas tecnológicos (Musk, Bezos, Zuckerberg) que roban y manipulan la voluntad ciudadana junto a soberbios cacócratas autocráticos al mando del Estado (Trump). Abundan en la actualidad y gobiernan como mercaderes de los bienes públicos, desmantelan Estados, devastan el planeta, rearman sus huestes aumentando el despilfarro del gasto militar y ordenan impunemente crímenes de guerra. Lo hacen porque en su Hybris han perdido toda noción del derecho internacional, de la dignidad humana, la sacralidad de la vida y libertad de los pueblos, pero sobre todo porque olvidan la fragilidad perenne de lo existente, comenzando por la estulticia de ellos mismos y sus delirantes metas.


[i] https://microdatos.dane.gov.co/index.php/catalog/822

[ii] https://www.larepublica.co/globoeconomia/la-democracia-esta-perdiendo-fuerza-entre-gobiernos-de-la-region-latinoamericana-3688611

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