En las pocas páginas que Andrés Oppenheimer le dedica a Colombia en su libro ¡Basta de historias! –un recorrido por varios países del mundo analizando sus sistemas educativos y una posterior reflexión de los países latinoamericanos–, el balance parece ser positivo, en esperanza. Es el penúltimo capítulo del libro (y el último en hablar de países). Analiza a Colombia y a Venezuela, con un título que dice mucho: Venezuela y Colombia: caminos opuestos. Resalta, por ejemplo, que “mientras Venezuela ha tenido un nuevo ministro de Educación cada año y medio desde que Chávez asumió el poder, Colombia tuvo una sola ministra de Educación durante los ocho años de la presidencia de Uribe”. A la exministra Vélez Withe la describe como “una economista con estudios de posgrado en la universidad de Lovaina, Bélgica, y el MIT, de Estados Unidos, que antes de ser ministra había sido secretaria de educación de la ciudad de Bogotá”.
Recuerdo este pasaje del libro de Oppenheimer al leer el anuncio de la ministra Campo sobre la gratuidad de la educación básica y media (es decir, de primero a undécimo) a partir del siguiente año. Es un avance muy significativo en responsabilidad estatal; es plausible que se invierta más en educación básica y media; según la revista Semana aproximadamente 8,5 millones de estudiantes se beneficiarán de la gratuidad, lo cual alivia un costo para las familias colombianas con hijos estudiando en el sector oficial. Es una excelente noticia.
No obstante, anota la ministra: “con esta decisión se avanza de manera muy importante en el país en cerrar brechas de equidad y de acceso a la educación para todos los niños y jóvenes”. Es cierto lo del acceso a la educación, total, pero no se cumplirá la primera parte de la sentencia de la ministra, cerrar las brechas de equidad, mientras la educación privada sea exponencialmente mejor que la educación oficial. Esa diferencia que existe en Colombia entre la educación privada y la pública es un lastre que perpetúa las diferencias sociales en Colombia: quienes tienen dinero para pagar educación privada, acceden a una educación de mayor calidad, lo cual se traduce que en el momento de acceder a una universidad (pública o privada) sus resultados están por encima de la mayoría de estudiantes del sector oficial, y tiene más posibilidades de continuar sus estudios en educación superior. ¿Es educación democrática, hay igualdad de oportunidades? Notablemente no.
Para corroborar lo anterior ofrezco las cifras de la revista dinero con respecto a las pruebas Saber 11: 42,2 es el promedio de los colegios públicos contra el 45,7 de los colegios privados; 54,8 es el nivel de los colegios de estrato socioeconómico más alto contra el 41,2 de los colegios de estrato socioeconómico más bajo. Sólo algunos datos, para no entrar a recordar los contrastes entre los colegios de Bogotá y los de la Costa Atlántica. En general la educación básica y media en Colombia está rezagada, ocupando el lugar 52 entre 65 países que se presentan a la prueba PISA. La gratuidad para conseguir la universalidad de la educación es un paso importante, pero puede terminar siendo inútil en términos de equidad si no se invierte en infraestructura, docentes, medios, textos, etcétera…
Juan Manuel Santos le aseguró a Oppenheimer que mejorar la calidad de la educación “es la única forma de defenderse uno en un mundo cada vez más competitivo y cada vez más globalizado”. Al menos él sabe cuál es el camino a seguir…