Blog de notas

Publicado el Vicente Pérez

El vídeo de la infamia

Un vídeo hecho por un reportero ciudadano en Colombia que en dos días acumule más de seiscientas mil reproducciones marca un precedente en nuestra concepción de internet. Me refiero a “El vídeo que el gobierno colombiano no quiere que veamos”, titulado así por razones meramente propagandísticas, pero que eliminando su título nos deja una sensación mayor a la visión de un gobierno o de una fuerza pública, o de los intereses de una transnacional. Es un vídeo que deja un sabor amargo, una impotencia rabiosa, una bofetada en la cara para reaccionar sobre una situación.

Ser hecho por un reportero ciudadano tiene ya sus limitaciones de forma y los cuestionamientos que los más dogmáticos harán de su veracidad. No obstante, quienes lo vean o lo hayan visto, quizás coincidan conmigo en que resulta carísimo hacer un montaje tan realista, con tantas personas y elementos lejanos del alcance de un ciudadano común y corriente. Lo anterior lo digo para prevenir las objeciones que cada vez se hacen más comunes, y que consisten en descalificar toda información desfavorable para un grupo de altos intereses como falsa, como una farsa, una conspiración o en términos más célebres: una “venganza criminal”.

Este vídeo, el vídeo de la infamia, consiste básicamente en un reportaje sobre el desalojo de unos ciudadanos —mineros, pescadores— del río Magdalena. Según la información dada, el motivo del desalojo es la construcción de una hidroeléctrica en el Quimbo, negocio de las transnacionales EMGESA, ENDESA y ENEL. No corresponde aquí analizar lo nefasta que puede ser esta hidroeléctrica no sólo para el propio río, sino también para la economía de los campesinos, trabajadores y para la población quimbiana en general. Pero eso no importa, pues a vista de todos es notoria la diferencia entre las ganancias de un pescador artesanal, con las de una transnacional energética. Eso sí importa.

Lo triste no es sólo el desalojo, también las formas: miembros del denigrado cuerpo especial ESMAD con sus armaduras de película reverberantes en el calor de la ribera, atacando con gases a la población. Despojando a los huileños de lo suyo, a los colombianos de lo de Colombia. Qué bonito es pensar que parte del 6% del PIB que se invierte en seguridad se devuelve en contra de la población. En contra de los contribuyentes. ¡Ah! Quién sabe si los heridos son contribuyentes, bueno, en caso contrario no tributarían en su contra, por lo menos.

—Si me van a matar que me maten —dijo un señor, resumiendo en una pequeña frase todo lo necesario para entender la impotencia de alguien que no encuentra otra subsistencia.

—El río y la mina, con eso es con lo que nos mantenemos nosotros. Mantenemos la familia porque sin eso no podemos trabajar, y dónde va a buscar trabajo uno —dice un pescador artesanal. El río y la mina. ¡Pero qué más podemos hacer!, de eso también viven los pobres empresarios extranjeros, además ellos sí saben explotar los recursos eficientemente. Para los tradicionales trabajadores de la zona el Estado no es que no tenga nada. Sí tiene, que nadie se equivoque. Tiene al ESMAD para que los atienda.

Resulta tremendamente doloroso pensar cuál imagen se puede hacer de la policía uno de los niños que fueron víctimas de ese desmedido desalojo. Qué decir de lo que afirmó la reportera de La Nación: que la “personera del pueblo” no habló con las comunidades, y se transportó en una lancha de ENGESA hacia el otro lado del río.

Un profesor de la universidad Surcolombiana concluye el –digámoslo de una vez- atropello diciendo que “la forma violenta con que nos agredieron hoy es al mismo tiempo un honor y una victoria de nosotros, porque fuimos capaces de responder pacíficamente a la violencia institucional”. Queda zumbando en el aire la palabra institucional, que conduce a pensar en instituciones legítimas, contrapuestas a la violencia del ESMAD.

Dice el jurista Francesco Carnelutti que la diferencia entre la fuerza del policía y la del bandido estriba en que el bandido combate para sí, y el policía para los demás. Pero de ser así resulta complicado diferenciarlos en el vídeo. Es apenas notorio el terror de los ciudadanos. ¿No reprocha tanto el Estado el terrorismo? ¿Terrorismo no es en últimas causar terror? Las deducciones de estas preguntas son peligrosas.

Con la iglesia católica puede tenerse cualquier tipo de discrepancia, pero no se pueden ignorar los argumentos de monseñor Jaime Tovar, quien alude que estos atentados contra los campesinos no son tolerables en un Estado de derecho: “yo llamo es al pueblo a que no sea indolente”.

Las razones últimas de todo lo anterior quizás no lleguemos a conocerlas. Muchas cosas quedan vedadas a la opinión pública cuando se desmonta la indignación de la sociedad y se acaba la película. Sí, quizás todo ese vídeo sea mejor una muy buena película , como quizás esta imagen (http://on.fb.me/zas9Ll) sea un montaje. Farsa, en fin, todo lo que no nos conviene.

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