Ernesto Villegas, ministro de comunicaciones de Venezuela, en entrevista con Blu radio confirmó la llegada de Hugo Chávez a Caracas en la madrugada del lunes. Su tono era de evidente precaución, de medición en cada palabra cuando respondía a preguntas precisas y necesarias.
Hay mucha tela por cortar, pues se sabe que cuando se habla de Chávez, trátese en el país que se trate, los comentarios rara vez son cortos. Desde luego el ministro, al igual que el vicepresidente Maduro, no ocultaban el optimismo en las respuestas, pues necesitan hacer ver en este arribo una esperanza, una luz que no debería apagarse. Pero cuando se le formuló la pregunta principal, dadas las fuertes voces que en Colombia han asegurado que Chávez juramentaría el poder, para luego renunciar y convocar elecciones (nótese la similitud con el también altisonante Benedicto XVI, en la otra orilla), el ministro se quedó corto, vago, incómodo: que no hay que hacer elucubraciones, que hay que someterse al hecho periodístico “objetivo” (¿cuándo ha sido objetivo algo relacionado con Chávez?) que es que el presidente está en Caracas. Pero faltó lo infaltable, nunca negó esa posibilidad, lo cual no la afirma, pero el hecho de no rechazarla es ya una sospecha mayor. Más cuando quien habla es el cuñado del presidente.
También, ante el escepticismo sobre las fotos publicadas a modo de prueba de supervivencia del presidente, el ministro aseguró que eran verídicas, aprovechando la pregunta para recordar el bochornoso error de El País de España y las fotos falsas publicadas en la edición impresa hace pocos días. Y Villegas, en el único momento de elocuencia de toda su intervención, dejó claro una opinión difícil de controvertir: cuando se trata de Chávez, para bien o para mal, siempre se va a desconfiar; si se publican fotos convaleciente, serán falsas; si está de pie, más falsas; si no se publican fotos, está muerto, pero si se publican puede que también, como dijo el ministro, se trate de un “muñeco”.
Claro que la figura de Chávez es polémica, claro que es apasionante, claro que es un personaje y quizás en ese sentido William Ospina haya hecho bien elevando su figura a los altares callejeros de América Latina, haciendo la precisión de que en los altares callejeros se puede tanto alabar como agraviar, sin que por eso el santo sea menos santo, ni el diablo menos… Decía que Chávez es opinión inevitable de doctos y legos, pero también es desconfianza, incertidumbre, misterio. Por eso el “hecho periodístico objetivo” no lo es tanto, porque solo cree quien quiera creer. Con todo, es más creíble que haya regresado a Caracas, a que esté en ejercicio de sus funciones y “dando órdenes” de manera no verbal (?).
Desde luego la situación es más que Chávez: es la legitimidad política del gobierno venezolano, la estabilidad social y económica de este país (y sus socios, sus fronteras) lo que se debate con su misterio. Y vale que un personaje sea misterioso, lo cual le merecerá biografías y películas, pero sumir en la verdad de nadie la vida de un país, de sus exiliados, sus sobrevivientes, su vida, en fin, no es un hecho novelesco, esto quizás sí es un hecho objetivo. Y doloroso.
El comandante ha regresado, quizás no tanto, con la certeza de que tarde o temprano tendrá que partir. Y tampoco lo será tanto.
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