Por: Alejandro Gamboa (@dalejogamboa)
No es la muerte de los soldados en Buenos Aires, Cauca, en actos que correspondían al servicio, no son los falsos positivos regados por el país, ni alguna de las masacres paramilitares, es la historia de ese conjunto de hechos la que genera indignación. Por alguna razón particular que no muchos se han atrevido a explicar, Colombia no ha tenido levantamientos radicales o cambios profundos en sus estructuras de poder. Hoy ese cambio se hace factible y la tensión fluye.
Incluso con un acto liberador para el país como lo fue la Constitución de 1991, los poderes tradicionales del país aseguraron el sostenimiento de su estructura, hoy en plenas negociaciones de paz con un actor radicalmente contrario a las corrientes del poder dominante, esos poderes se han dividido y sin embargo, un importante grupo de ellos con la angustia de asegurar su hegemonía sobre el control del país posterior al proceso de paz, insiste en su inconveniencia y lo torpedean constantemente, para lo cual, lo primero que tratan de asegurar es que su relato de “la verdad” sobre la naturaleza del conflicto impere.
Lo cierto es que, en medio de tal proceso es alguien proveniente de dichas estructuras de poder quién está en la presidencia del país y quién ha tomado la iniciativa de iniciar y permanecer en los diálogos, sin duda Juan Manuel Santos pertenece a las estructuras de poder tradicional, sin duda no todo su camino a la presidencia se construyó sobre la sinceridad y el desinterés.
Sin embargo, en estos días tan aciagos para el proceso, el presidente ha repetido que está dispuesto a jugarse todo su capital político por la paz del país y yo le creo, le creo porque a pesar de que faltan muchos elementos por desarrollar de manera profunda, como la educación, la justicia, el campo y la salud, y a los que se tocan de manera tangencial, y que sus relaciones con el Congreso siguen signándose, en gran parte, por la tradicional ubicación burocrática, las decisiones del presidente han sido en pro de mantener el proceso, de avanzar en acuerdos concretos y estos están ahí a la vista de todos.
Igual, faltan muchos elementos en el proceso de paz, asuntos reiterativos, una pedagogía de la paz para la que aun parece que no estamos preparados, más debate público, para lo cual, contrario a lo que muchos creen, confiaría en los mecanismos de participación popular algunas decisiones, eso animaría dicho debate público y aunque es riesgoso, una paz sin arraigo popular, sin la conciencia de las consecuencias y las ventajas, no tendría mucho sentido.
Ojalá el presidente gane la credibilidad suficiente para seguir adelante, primero porque creo que la merece y segundo porque me canso de la danza de poder sobre la sangre de soldados que intentan hacer bailar al presidente quienes solo ven alternativa en la guerra. Y es que la venganza es insaciable, ella siempre nace de un acto provocador e incisivo que pocas veces se cura con la reprimenda absoluta de quitarle la vida al contrincante, siempre queda un vacío, la herida perdurará, por eso ella, la venganza, no puede ser la medida de quienes intentan dar visos de justicia. Solo la paz y un proceso de reconciliación abierto, consiente del arduo trabajo y de la alta cantidad de tiempo que este requiere, podrá darnos mayor tranquilidad y la fuerza para enfrentar otros desafíos, no solo en política social, si no también frente al crimen organizado que nos acedia.
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