Por: DANIEL YEPES NARANJO (@yepesnaranjo)
Ha pasado mucho tiempo. Todavía tu esposa recuerda la última vez que estuviste a su lado. Fue ese 12 de abril de 1995, un día normal. Saliste para el trabajo, un poco retrasado, dejaste el jugo de naranja a medio tomar, le lanzaste un beso en la distancia a Clara, “tu mujer”, como le decías con ese rezago de lenguaje machista que no habías podido vencer, aunque sé que nunca lo fuiste. Siempre dijiste que el “sexo fuerte” de tu relación era ella. La valorabas más que a nadie.
Lina no te recuerda, es obvio. Faltaban tres meses para su nacimiento. Para ella eres un recuerdo de las construcciones de su madre; tan heróicas que te avergonzarías. Pregunta mucho por ti: cómo eras físicamente, qué te gustaba comer, cómo te vestías, por qué no te gustaba bailar, de quién eras hincha, cuáles ideas defendías, qué te disgustaba, qué te hacía llorar… hoy tiene novio, un buen muchacho, la quiere y respeta, no te preocupes. Ahora está estudiando psicología, va en segundo semestre, y dice que lo hace porque necesita entender muchas cosas de su entorno desde tu partida. Ella le dice así: partida.
Tu habitación está igual. El tiempo se detuvo dentro de ella. Se conservan incólumes tus libros; los de Cortázar, Borges, Camus, Mann, Brecht, Bergson, Hume, Platón, toda la colección de Los Reyes Malditos y los innumerables títulos sobre conflicto colombiano, del que tanto sabías.
Siguen apilados en el escritorio los periódicos de la semana, los que, represados, leías el domingo “de cabo a rabo” porque “te oponías a la calentura de la coyuntura”. Recuerdo con qué vehemencia hablabas en contra del narcotráfico, la corrupción, los crímenes de las FARC; cómo te dolía la pobreza de la gente, ver niños asesinados y habitantes de la calle en el desamparo “más aberrante”.
¿Qué pasó? Te digo, con desasosiego, que no hay ni una pista. El paso de los días no aclara nada. El tiempo, tan eficiente en curar las heridas, con esta no puede. Simplemente desapareciste, o partiste, como dice tu hija. En realidad sucedió lo primero, solo que no fuiste tú quien ejecutó la acción, fueron otros. No preguntes quiénes, no sabemos.
Las cifras, en lo que te convertiste gracias a comisiones de la verdad que poca verdad han demostrado, dicen que en Colombia 25.006 personas, como tú, también han sido desaparecidas. ¿Por qué? ¡No sabemos! No preguntes más por favor.
Siempre te dijimos que esa vehemencia, de la que te hablé antes, te iba a traer muchos problemas, que de valientes estaba hecho el cementerio, que no dijeras nada, que dejaras que todo pasara porque igual eso no te afectaba a ti directamente. Como respuesta evocabas la frase de Eduardo Umaña que decía “más vale morir por algo que vivir por nada” y manifestabas que todo lo hacías por Lina, con esa frase populista pero cierta: “si no hago esto, entonces qué país le voy a dejar”. Siempre creías que el país dependía de ti. Ahora me doy cuenta que sí. Gota a gota se hace mar, para arrasar o para navegar, optaste por lo segundo y nos enseñaste a hacerlo. Este país depende de cada uno de nosotros. De cada uno de nosotros…
En tu última columna no dijiste nada que te pusiera en peligro. Ya ellos habían tomado la decisión. Al otro día no volverías a casa.
PD: columna dedicada a un gran ser humano: Camilo Monroy, cuyo tiempo se detuvo.
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