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Uribe el impersonal

Por: Laura Gallego (@LauraGallegoM) y Camilo Arango (@camiloarangoo)

El principio de la impersonalidad de las normas y la prevalencia de las instituciones en el Estado de Derecho se funda en la creencia en la legalidad del régimen y en el derecho de mandar de los que detentan el poder basado en justamete en dichas leyes, agenas a las pasiones o intereses individuales. Sin embargo, es el reconocimiento fundamentado en las cualidades personales del jefe lo que pone en cuestión la continuidad de las instituciones políticas.

Ya lo ha dicho Norberto Bobbio en sus ilustres escritos cuando subraya cómo “En todos los regímenes existe, aunque en diversa medida, una dosis de personalización del poder, como consecuencia de la cual los hombres no olvidan nunca las cualidades personales de los jefes bajo la función que ejercen” y Uribe si que nos ha enseñado a administrar y delinear la actividad política nacional en función de sus cualidades e intereses personales. Pocos como Uribe han entendido que gobernar es comunicar y que en la comunicación no hay reglas ni principios universales, se vale todo, en especial, se vale recurrir al alto grado de legitimidad que ha adquirido su carisma para interpretar y redireccionar los hechos de la vida nacional, incluso las leyes.

Acostumbrados a la superposición de personales sobre las instituciones, y tras años de seguir la construcción de un discurso paisa, de hondas raíces, que reclama seguridad democrática y que hace uso de la polarización y la orquestación como herramientas argumentativas para tratar los temas coyunturales de la política del país, suena raro, casi simpático que Uribe salga con frases como «Me gustan los partidos impersonales».

Después de variados intentos, algunos fallidos, otros exitosos, por consolidar una visión partidista alrededor de su imagen y su semejanza, no es posible leer esta afirmación sin sonrojarse. Varios partidos fueron creados para “impulsar” sus ideas y “legado”. Hoy el Centro Democrático es considerada una fuerza partidista importante en el país no precisamente por su claridad ideológica o sus principios partidistas. Es un partido que ha sido creado a su imagen y a partir de ella 39 curules en el congreso, vía lista cerrada liderada por el expresidente, han logrado consolidarse arrastrando a una serie de bien intencionados pero inexpertos políticos que en su mayoría, por sí mismos, no habrían podido alcanzar “honorable” responsabilidad.

Habrá que celebrar el momento de sensatez del senador y jefe natural del partido creado para sí, que quita y pone avales según su observancia, de hacer un cauteloso llamado a sus fieles seguidores y proponer no cambiar el logo del partido por su foto, desistiendo de la intensión no menos personalista de llamar al hoy partido Uribe Centro Democrático. Habrá que abstenerse de leer con humor el nuevo gusto del expresidente por los partidos institucionales e impersonales, aún cuándo es sabido que la política nacional por más de 15 años ha girado a su alrededor y varios han sido y siguen siendo los votos endosados o la pretensión de los mismos bajo el simple argumento de ser apoyado por el cómo personaje.

No se trata de ingenuidad. Se trata de realidad política. El descredito de los partidos y la desinstitucionalización de los mismos por su incapacidad para direccionar y representar las ideas y necesidades de los ciudadanos le ha abierto paso a los personajes, a la personalización de la política. Los partidos giran alrededor de las personas, en especial, de la construcción discursiva e ideológica que un líder carismático logra construir y multiplicar y Uribe es hoy el mejor ejemplo. Se vale reconocer que parte del ideal de institucionalidad de los partidos es justamente su impersonalidad, pero viniendo del Senador Uribe, lo único que queda es celebrar su buen sentido del humor y seguir adelante.

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