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Publicado el Bajolamanga

Una democracia agridulce

Y terminaron.

Ya podemos seguir adelante con nuestras vidas, dejar de ojear con optimismo o preocupación las encuestas o mirar con frustración y aburrimiento los debates; se acabaron los especiales en periódicos y noticieros sobre las propuestas de campaña o los escándalos personales y políticos de los candidatos cada dos días; no más pendones, pasacalles, flyers, tarjetas, anuncios en radio, televisión o Internet. Las elecciones locales en Colombia, por fin, terminaron.

Y en muchas regiones del país el diagnóstico es agridulce: las fuerzas de la renovación y la ciudadanía, expresiones de descontento, cambio e incluso resistencia a la vieja política, sus mañas y sus entuertos, ganó algunos espacios importantes. Sobre todo en Cali, Bogotá (más o menos), Bucaramanga y Medellín.

Pero Colombia sufre una especie de “karma político” en donde se pierde por un extremo cuando se gana por el otro; en ningún caso es tan claro esta realidad como en la Alcaldía de Medellín y la Gobernación de Antioquia, dos caras de una misma moneda en términos electorales y administrativos que nos dejaron una sensación de alegre frustración. Ganar la maratón pero en el camino perder las piernas.

Lo que sucedió en Antioquia –al igual que en el Valle, Santander y Cundinamarca- nos recuerda que las maquinarias todavía funcionan, y bastante bien, y que aceitadas de la manera adecuada por las estructuras políticas nacionales, regionales y locales, pueden resultar fundamentales para ganar un cargo de elección popular en las regiones. Así lo hizo el ahora electo gobernador Luis Pérez, que con el apoyo del presidente Santos, el vicepresidente Vargas Lleras y buena parte de las élites políticas más rancias del departamento, logró una casi aplastante victoria.

A esto hay que sumar algunos casos preocupantes de hostigamientos aislados (aunque con el trágico saldo de un soldado muerto en Anorí) y el decomiso de cientos de millones de pesos que presuntamente iban a ser utilizados en la compra de votos, como baches de la jordana electoral. La “fiesta de la democracia” convertida en funeral o aquelarre de la corruptela.

Por otro lado, la esperanza; en este caso representada por los resultados de Medellín, Bucaramanga, Cali y en menor medida Bogotá, donde fuerzas políticas en su mayoría independientes y de carácter ciudadano se hicieron con las alcaldías de las tres ciudades más importantes del país. En Medellín Federico Gutiérrez ganó las elecciones en contra de todas las probabilidades, los partidos políticos y los liderazgos personales; la ganó sin el apoyo o en contra de Uribe, Santos y Fajardo, sin maquinaria o partido político; solo ayudado por un grupo de pelaos y entusiastas con más ganas que plata y más compromiso que contactos políticos.

Al final, el resultado para la democracia colombiana es relativo, como la política, como la misma democracia. En algunas ciudades el voto de opinión –que no es tan bueno como dice la gente, pero sí es mejor que su primo feo, el voto amarrado- se impuso y nos regaló un poco de esperanza en nuestras democracias locales (al menos las urbanas). En las regiones, los de siempre ganaron como siempre, y pudieron celebrar con sus caras estiradas –literalmente- y sus vítores a la venganza.

Pero ya terminó. Al menos la campaña, al menos las elecciones.

Ahora viene gobernar…

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