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Terror

Terror. Eso es. Pocas palabras tienen tanto sentido en sí mismas como aquella que se refiere a la incapacidad de reacción del ser humano, a la parálisis inminente de la racionalidad, a la pérdida inmediata de los sistemas nerviosos, a la inesperada circunstancia descontrolada. El terror es la expresión máxima de lo innombrable, de aquello que no puede decirse sin torcer un poco la boca, sin modificar la amplitud de nuestras pupilas, sin saber diferente el comportamiento de nuestro sistema hormonal, sin imaginar escenas ajenas a nuestros sueños cotidianos.

Más allá del terror, la muerte. No hay una instancia intermedia entre aquello que no puede y no queremos sea nombrado, y la mayor expresión de finitud de nuestra naturaleza humana. El terror es un reflejo del miedo profundo a la idea de la muerte, cuando se desprende ella del sufrimiento y la angustia. En el medio, Medellín.

En días recientes la ciudad en su conjunto, así no todos lo hayamos percibido, se ha dado a la tarea de recuperar la verdad y los rostros de lo que tan triste e infamemente se ha denominado La Escombrera. Decenas -y a lo peor más de un centenar- de hombres y mujeres con sueños y con una vida ganada a pulso, yacen bajo toneladas de tierra y escombros sin lápida, ni epitafio, ni nombre. Sin otra circunstancia que la de haber nacido en medio de uno de los escenarios tomados por la guerra en nuestra ciudad, las balas alcanzaron los cuerpos –a veces de lejos, muchas de cerca- de padres, madres, tíos y amigas que no cargaban con culpa diferente a vivir la vida que les había tocado vivir.

El dolor de la incertidumbre logró alcanzar la categoría del arraigo. Asesinatos selectivos de grupos al margen de la ley y de entes de autoridad que actuaban al margen de la ley, “bajas” sin nombre producto de fuegos cruzados en la aclamada Orión, y neutralizaciones de los “enemigos” en cada esquina marcaron con sangre las calles de la 13. Todos los días eran viernes 13.

Hoy la esperanza cobra un sentido complejo. No se trata de la recuperación de los familiares, ni del descubrimiento de verdades que enaltezcan el espíritu: se trata de un proceso de cerramiento del duelo y de alivianar el vivir cotidiano. La verdad desenterrada de la escombrera entregará libertad. Una libertad diferente, es cierto. Pero libertad.

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