Por: Alejandro Gamboa (@dalejogamboa)
Debate tras debate volvemos y reiteramos: las personas lesbianas, gais, bisexuales, trans, somos personas, seres humanos dotados de las mismas capacidades, habilidades y limitaciones que el resto de la humanidad pueda tener y, ante todo, tenemos los mismos derechos. El reconocimiento de dichos derechos es la base fundamental, tal y como dicta la primera conclusión del preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos, para la paz, la justicia y la libertad. Así dice la carta: “Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”.
A pesar de dicha conclusión tan tajante, aún debatimos la idoneidad o no de unos sobre otros para amar, aún nos vendamos los ojos ante el mundo para decir qué está bien y qué está mal.
Una pareja de mujeres y sus hijos en Medellín son hoy la punta de lanza de la defensa de la dignidad humana que nos cobija, luchando por la adopción conjunta de unos hijos concebidos en el marco de su proyecto de vida en común, mientras que muchos más permanecemos en silencio, bajo el velo absurdo de una intimidad que lo que guarda es el deseo de una sociedad que anhela el silencio de diferencia.
Con el silencio hacemos un juego, un juego que respeto en aras del respeto que tengo por la intimidad y, sin embargo, una vez más recuerdo a quienes desde la ambigüedad de la palabra cambian el nombre de su pareja para parecer “normal” ante los demás, callan en cada tema que lleva a hablar sobre la diversidad evadiendo la polémica. Callar es el juego macabro que perpetúa los triunfos de quienes desconocen nuestros derechos, haciéndonos producto casi que de la imaginación, inventando desde nuestra invisibilidad unos seres imaginarios perversos. De nuestro silencio, del silencio de las mejores personas que ha dado esta sociedad siendo gais, lesbianas, trans, bisexuales es que han logrado inventar que serlo es una desgracia y una perversión y que, a lo sumo, lo que merecemos es el celibato anulando nuestra sensualidad y deseo.
No me parece particular que quienes se alinean en contra de la igualdad de derechos de quienes amamos diferente, sean en contadas excepciones los mismos que se han empeñado en poner palos de rueda al proceso de paz en La Habana. Esas personas no anhelan la paz, no pueden vivir en un mundo de libertad, no soportan nuestra humanidad, lo que ello conlleva. El diálogo, el perdón, la reconciliación les resulta extraña y los encoleriza. No soportan la felicidad que ni a una pareja de mujeres, que llevan años luchando contra el aparato estatal para que reconozcan legalmente que sus hijos son sus hijos, les han podido arrebatar.
Este país merece más que un futuro gris y sombrío, este país espera contundencia de la Corte, no como un golpe a los áulicos de guerra perpetua, si no como una mano extendida, oportunidad infinita de reconciliarse y empezar por cumplir como dice el artículo uno de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de manera fraternal con todos quienes hacemos parte de la raza humana.
Artículo 1: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
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