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Somos culpables

Por: 

El culpable es usted y la culpable soy yo. Somos culpables y lo tenemos que asumir. Somos culpables por las decisiones que hemos tomado durante años. Usted y yo somos culpables de vivir en el país que vivimos y de que esto parezca, la mayoría de los días, una serie que se debate entre la tragedia y la comedia.

Vivimos en un país en el que a diario matan niños y se nos volvió costumbre. ¿De quién es la culpa? Usted puede decir que del estado, que de las autoridades, que de quienes la asesinaron. Y, obvio, puede tener razón, pero en el fondo, la culpa, la gran culpa es suya y mía. Es nuestra culpa por elegir a quienes elegimos y por no oponernos ante la falta de cojones de algunos gobernantes para reaccionar ante el mundo que se nos viene abajo, ante nuestros ojos.

Vivimos en un país en el que a diario la corrupción es protagonista. ¿De quién es la culpa? Usted y yo podemos decir que la culpa es de los políticos que se roban los dineros públicos que siempre, y para todos, deberían tener la condición de sagrados. Podríamos también decir que la culpa es de los entes de control y de justicia del país que tienen una venda en los ojos por voluntad propia, y con el fin, muchas veces, de comer una porción del mismo pastel que disfruta el corrupto. Pero no, no nos digamos mentiras, la culpa es suya y mía, es nuestra culpa porque se nos volvió costumbre y nuestra única reacción es decir que los políticos son un asco, pero, ni lideramos una revolución para destituirlos y hacer el cambio, ni nos lanzamos al agua para hacer política “de otra manera”.

Vivimos en un país en el que en pleno siglo XXI se discute si las parejas del mismo sexo pueden adoptar o no. ¿A quién se le ocurre poner eso en discusión? Estamos asistiendo a una lucha de poderes antigua, donde aún tenemos en cuenta el punto de vista de la religión para decidir sobre la vida de las personas. ¿Por qué y a cuenta de qué alguien se puede oponer a que dos personas no solo se quieran sino que además puedan ser padres? Vivimos en un país en el que las leyes se determinan por interpretaciones bíblicas y la culpa, con todo y el escozor que nos pueda dar, es suya y mía. ¿Por qué? Nuevamente por la gente que elegimos y por la falta de cojones para oponernos a las decisiones que toman en las altas esferas de nuestro país.

Vivimos en un país en el que aún hay grandes centros poblados sin acceso a agua potable y a alcantarillado. Y ¿de quién es la culpa? Bien podríamos decir que la culpa es de los gobiernos que durante años en el poder ni se han percatado de que esa es una de las peores formas de violencia, ¿o a caso mantener a alguien privado del derecho a la salud por no tener acceso al agua potable no es violencia? También podríamos decir que la culpa es de los medios de comunicación que no han visibilizado esta situación. Pero, nuevamente, en el fondo la culpa es suya y mía que, sabiendo esta situación, que conociendo cuanta violencia se encarna en la falta de agua potable, no hemos hecho nada, no hemos puesto el grito en el cielo, no hemos marchado, no nos hemos parado días en frente del congreso, no hemos mandado cartas, no hemos hecho la revolución del agua.

Vivimos en un país habitado por una sobrepoblación de “elefantes blancos” obras que se han quedado en los sueños de la población y en los bolsillos de los corruptos. ¿Nos hemos quejado? Sí, entre amigos, en comentarios vacuos que se quedan en eso, en palabras que se lleva el viento. ¿Pero qué más hemos hecho? Nada, ¿dónde está la revolución de las pequeñas cosas? ¿Dónde están las preguntas? ¿Dónde está el castigo para los corruptos con no volverlos a elegir? La culpa es suya y mía que hemos decidido o hacernos los de la vista gorda u olvidar. La culpa es suya y mía que hemos visto pasar este desfile de elefantes blancos por años y nos hemos dado a la pena, antes que exigir nuestros derechos y hacer respetar los dineros y oportunidades públicas que son esencialmente sagradas.

Dejémonos de pendejadas, de señalamientos vacuos, de comentarios susurrados, dejémonos de paños de agua tibia y de la autocompasión que bastante daño sí nos han hecho. Dejémonos de vainas y reconozcamos de una vez y para siempre que la culpa es suya y mía, es de nosotros, los colombianos.

Somos culpables de vivir en un país en el que se volvió costumbre y nadie hace nada cuando se  endosa el voto por un tamal, por una sonrisa, por un puesto. Somos culpables de vivir en un país que ha privilegiado la guerra por encima de la educación y somos culpables hasta coincidir con ese punto de vista. Somos culpables por no pasar del susurro a la exigencia formal al gobierno. Somos culpables de vivir de la compasión y no pasar a la acción. Somos culpables y tenemos el país que nos merecemos por no educarnos para hacer mejor las cosas sino mantenernos ausentes, porque siempre, ¡OBVIO! será más fácil quejarse que empezar a cambiar la realidad.

¡Somos culpables porque elegimos lamentarnos en lugar de transformarnos!

 

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